Publicado en: Tal Cual
Por: Laureano Márquez
¿Existe realmente el mal? Esta pregunta ha dado lugar a un debate interesantísimo en el seno de la tradición cristiana y es muy teológico que suceda, porque siendo Dios el creador del mundo, surge esta inquietud: ¿Ha creado Dios también el mal?
San Agustín resuelve este asunto (simplificando un poco su argumentación) señalando que el mal no existe en sí mismo, sino que es la ausencia de bien. Algo similar a lo que sucede con la oscuridad, que no posee una realidad sustancial, sino que es la ausencia de luz.
La explicación del obispo de Hipona no lo deja a uno del todo satisfecho, especialmente si uno es venezolano, porque como nosotros hemos visto operar la maldad bajo la forma de destrucción, inmoralidad, o gente que causa deliberadamente sufrimiento físico y moral a sus semejantes, esto no parece ausencia de bien, sino perversidad pura y dura, con mucha realidad sustancial.
Pero, por otro lado, el tema del mal no es solo un asunto ligado a la teología y la filosofía. También le interesa al derecho, a la antropología, a la ética, a la psicología, a la historia y obviamente a la política. De hecho, existe una disciplina que se ocupa del estudio del mal, se denomina ponerología, del griego poneros que significa «el mal» (Inevitable el jueguito de palabras: «poneros delante para que veáis»).
Una pregunta que le surge a uno: ¿el malo sabrá que es malo o se cree bueno? Pongamos por caso, uno en el que la gran mayoría estamos de acuerdo en que era malo: Adolfo Hitler. Seguramente él no se miraba a sí mismo como un perverso. Probablemente pensaba que exterminar «razas inferiores», producía un bien a la humanidad.
¿Cómo convencemos a un terrorista de que lo que hace está mal? Para ellos las muertes causadas producirán un gran bien: el éxito de su causa, e incluso pueden llevarle al cielo. Cuando se está convencido de tener la razón, es mucho daño el que puede hacerse. Llegado a este punto se nos complica más la cosa. ¿Se puede hablar objetivamente del mal o todo es según el color del cristal con que se mire? Un asunto de interés para un tiempo que vive en el relativismo moral.
En filosofía podríamos distinguir dos grandes corrientes: los que piensan que el hombre es bueno por naturaleza (Rousseau) y los que piensan lo contrario, como Hobbes, de allí que haya popularizado la famosa frase latina del comediógrafo Plauto: «el hombre es un lobo para el hombre» (homo homini lupus). Otra pensadora que se ocupa del mal es Hanna Arendt. En su famoso libro (Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal) señala que en el juicio en el que se condenó a muerte a Karl Adolf Eichmann, uno de los organizadores del Holocausto, éste no mostró ni arrepentimiento ni odio, porque según él: «estaba haciendo su trabajo», cumpliendo las leyes, obedeciendo órdenes. La conclusión de Arendt sobre el caso Eichmann desató polémica: este señor no era ningún psicópata, sino gente normal, «personas renuncian a pensar para abandonarse a la corriente de su tiempo», según Monika Zgustová (de esto tenemos bastante al alcance de la mano).
El mal y el bien son construcciones históricas y culturales que perduran. Poco a poco han cambiado y evolucionado con el tiempo en este animal racional que somos y también el único capaz de hacer daño deliberado a un semejante. Somos occidentales y por tanto tenemos los valores de la civilización cristiana en nuestra configuración ética y los principios de justicia heredados del derecho romano.
Kant, el gran filosofo de la modernidad, también se ocupa de este tema en su celebre «imperativo categórico»: «Obra solo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal». Dicho en otras palabras y para concluir: si lo que te gusta hacerle a los demás no es lo que quieres que te lo hagan a ti, que no te quepa la menor duda: transitas el camino de la maldad. Decía Marco Aurelio: «No vivas como si fueses a durar diez mil años. Tu destino pende de un hilo. Mientras estes vivo sé bueno».
Estoy persuadido, como Gallegos, de que somos una «raza» buena que «ama, sufre y espera». Por eso, en los últimos días lo que no dejo de preguntarme, lo que todo el mundo se pregunta de manera recurrente: ¿Por qué tanta maldad?