La ideología monstruosa - Carlos Raúl Hernández

Auge y caída de una catástrofe – Carlos Raúl Hernández

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

1. Los sueños de la belle époque quedan descuartizados en la primera guerra mundial, el crack de la Bolsa de Nueva York en 1929 y la segunda guerra. Se desploma la fe de marxistas y positivistas en el progreso, la razón, la tecnología y la democracia en el proceso civilizatorio. La sociedad abierta es reo de las más grandes devastaciones, lo que parecía anularla como modelo, incapaz frente al desempleo, la crisis, la pobreza, la violencia. Desde el siglo XIX, la cultura cuestionaba el orden social y ahora aplaude “la nueva sociedad” de los soviets, que soportó embates y en las post guerra participaba del reparto mundo en Potsdam, llegando hasta el corazón de Europa. Los intelectuales hablan un lenguaje apocalíptico: el dilema de la humanidad era “socialismo o barbarie” y entre autores pesimistas, Spengler publica La decadencia de occidente en 1918 y veinte años después, Christopher Caudwell, La agonía de la cultura burguesa. La caída de los grandes imperios origina los estados-nación contemporáneos. EE. UU baja al hades el jueves negro, 24 de octubre de 1929, porque el boom industrial, el efecto modernizador del telégrafo, el teléfono, la radio, el motor a explosión y la industria automotriz: Ford, Chevrolet, General Motors, Chrysler, no evitaron la crisis.

2. Eso “da la razón” a luddistas y románticos, a Mary Shelley-Frankenstein y 166 años después a James Cameron-Terminator: la tecno-ciencia es enemiga del hombre. El salario no alcanzaba a los obreros ni para comprar lo que ellos mismos producían los de alimentos robaban para sus hijos latas de conservas en las fábricas y la gripe y la neumonía mataban a los carboneros y sus familias, al no tener carbón para calentar sus hogares. Reaparece la crisis de superproducción, los bienes almacenados se pudren, caen los precios quiebran masivamente las empresas, los bancos que las financiaban y la Bolsa de N.Y. En 1933 asume la presidencia Franklin D. Roosevelt y asume el colapso a través del método que creían desde los socialistas democráticos hasta fascistas y comunistas, aunque no son lo mismo ni se parecen Roosevelt y Stalin: la estatocracia, y ya que la economía privada es “lucro y egoísmo”, proliferan leyes, reglamentos y decretos que arman la jaula socialista. Crea la Comisión de la Bolsa de Valores; y la Administración Nacional para la Recuperación, “un pacto entre gobierno y empresarios para la planificación y dotar al gobierno del derecho de impedir todo tipo de acciones inequitativas y de la capacidad para poner a funcionar este acuerdo por su propia autoridad”. Inquirido sobre la colisión con la economía abierta, Roosevelt respondió:

3. “Si esa filosofía no nos hubiera conducido a la bancarrota, este sillón lo ocuparía Herbert Hoover y no yo”, cuenta Arthur Schlesinger en La crisis del viejo orden. Anuncia en su toma de posesión…: “nuestra labor fundamental… es poner el pueblo a trabajar…(mediante)…el reclutamiento directo por el propio gobierno”, escribe J. McGregor Burns en Roosevelt. El New Deal crea grandes corporaciones estatales: el Cuerpo Civil de Conservación; la Autoridad del Valle de Tennessee; la Administración Nacional de la Juventud, contra la desocupación juvenil. La Administración del Progreso de Obras creó ocho millones de empleos públicos. El Proyecto Federal de Artes y el Proyecto Federal de Escritores, para ganarse la simpatía de los intelectuales, financió publicaciones y obras teatrales. Con sus buenas intenciones, el New Deal fue un fracaso y a la memoria histórica de Roosevelt la salva la economía de guerra desde 1939. En Europa, el gobierno asume el mismo papel de interventor para enfrentar la destrucción de la segunda guerra. La revolución industrial británica había formado las grandes ciudades con cinturones proletarios de campesinos que abandonan la subhumanidad del campo y se eleva dramáticamente la calidad de la vida social, gracias a los avances técnico-científicos sobre epidemias que diezmaban al medioevo, como indican las curvas de esperanza de vida.

4. A finales del siglo XIX, ya la pobreza no era invisible en remotos campos, sino que ofendía la vida de la City, la “opinión pública”, creada por los grandes medios, partidos políticos, sindicatos e ideologías que llevan “los pobres” al centro de la escena. Destruido Hitler, los ingleses ocupan el debate en la miseria y las banderas del socialismo. El filósofo laborista británico, Bertrand Russell, en un libro de 1920, aunque hace “críticas” al régimen soviético, escribe que: “…El aspecto más importante de la Revolución Rusa es, con mucho, la tentativa de realizar el socialismo…. necesario en el mundo y creo que el heroísmo de los rusos ha encendido las esperanzas de los hombres de una manera esencial para la realización del socialismo en el futuro…una espléndida tentativa, sin la cual el éxito definitivo se habría hecho muy improbable, el bolchevismo merece la gratitud y la admiración de todos los sectores progresivos de la humanidad”. El socialismo gana las elecciones de 1945, Clement Attlee derrota al legendario Winston Churchill y comienza la “reingeniería” del Estado Benefactor que enfrentará -y fracasará en ello- “los cinco grandes males: desempleo, falta de educación, salud pública, pobreza y suciedad”.

5. El gobierno se hizo una maquinaria mediocre de prestar servicios de salud, educación gratuitos, un régimen generoso de pensiones y jubilaciones del gobierno, grandes inversiones públicas en viviendas de alquiler subsidiado. Crean la figura de empresas del Estado para nacionalizar telecomunicaciones, ferrocarriles, grandes industrias del hierro y carbón y controlar la siderurgia completa. En Francia, desde los siglos XVIII y XIX, el anticapitalismo tuvo mayor peso relativo que en el resto de Europa, pero sin poder institucional. Cuna de terremotos, la Revolución Francesa, la “rebelión de los iguales” de Gracchus Babeuf, primera insurrección comunista, y el “socialismo utópico”, fueron, según reconoce Marx, el laboratorio de la lucha de clases y perfilan la cultura “anticapitalista”. Luego las tres revoluciones francesas del siglo XIX: 1830, 1845 y 1871. En 1945 el desprecio hacia los empresarios y los políticos colaboracionistas con la ocupación nazi, se encarnó en un héroe, la figura más prominente de Francia de la segunda mitad del siglo XX: Charles De Gaulle, un conservador nacionalista que los repudia.

6.De Gaulle divide la economía en dos ramas: la nacionalizada y la controlada, el chingo y el sin nariz. Estatiza la industria eléctrica, los trenes, la banca, Renault, el carbón, el gas y crea el sistema de planificación indicativa de enorme influencia mundial, supuesta opción intermedia entre comunismo y “capitalismo”. Mientras Europa se sacudía en levantamientos populares, barricadas y motines, en Inglaterra la amenaza revolucionaria se redujo al Cartismo, una solicitud de reformas políticas democráticas – la Carta – respaldado por millones de firmas, que los líderes obreros llevaron a Westminster. Mussolini impulsa el intervencionismo al crear el IRI (Instituto para la Reconstrucción Industrial) en 1933 y el subsidio a las empresas, otra forma de hegemonía económica. Después de la Segunda Guerra, Italia crea la ENI (Empresa Nacional de Hidrocarburos) para la refinación de petróleo, que devino un supermonopolio que llegó a tener fábricas de jabones y shampoo, peajes en carreteras, hoteles, bombas de gasolina y muchas otras absurdas propiedades. Sumado a que Estados Unidos universaliza la regulación, Inglaterra las nacionalizaciones, Francia la planificación, queda listo el “paquete” llamado economía mixta, bastante ruinosa respuesta intermedia, entre el comunismo y al laissez faire. En virtud de la ocupación extranjera, el futuro de Alemania era materia de un debate internacional.

7. Los británicos discutían con norteamericanos, soviéticos y franceses, la necesidad de “socializar las grandes industrias” alemanas que habían impulsado a Hitler y antes, la anexión de Alsacia-Lorena en 1914, que aceleró la Primera Guerra. Roosevelt acariciaba la tesis de desindustrializar Alemania y convertirla en una sociedad campesina, expuesta por el secretario del tesoro, Henry Morgenthau en la Conferencia de Quebec en 1944. Pero a diferencia de Attlee y De Gaulle, el democristiano Konrad Adenauer, líder emergente de la postguerra alemana, tenía criterio económico pragmático: el gobierno para ser útil, debe ocuparse de sus tareas estratégicas, los productores, de las suyas y ambos dar resultados. Su ministro estrella y artífice de la política económica, Ludwig Erhard, tal vez podría definirse liberal. Si en las elecciones de 1949 ganara la izquierda hubiera repetido la receta intervencionista, pero triunfa Adenauer y emprende lo contrario, la apertura llamada “economía social de mercado”. El sistema que proyectan y edifican está muy lejos de un experimento minimalista estatal, e hizo a Alemania, su sociedad y su Estado, primera potencia europea en solo 15 años. Finalmente, el andamiaje mundial que se montó sobre la creencia de que el gobierno podría sustituir a la sociedad en la producción, sucumbió catastróficamente en los 80. Estados Unidos, Europa e Iberoamérica, basados en ideas estatolátrics, casi colapsaron como el bloque soviético. Y emergió China.

 

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