Por: Carlos Raúl Hernández
Una lección de cine, de integridad. Una lección de humanidad para un país podrido por el odio
Los «locos años veinte» fueron un salto de siete leguas para que la sociedad norteamericana se sacudiera el conservatismo. Paradójicamente la Ley Seca (1920-1933) hizo proliferar las ventas de alcohol, los locales clandestinos para bailar y beber y los gangs. Por obra de la guerra en los 40s, las mujeres asaltaron masivamente el mercado de trabajo. El macartismo, preocupado en los 50s «por la disolución de los valores», inició la contrarreforma y junto a comunistas y anarquistas, incluyeron los homosexuales en la lista de antinorteamericanos. Por eso nacen las dos primeras heroicas organizaciones de autodefensa, la Sociedad Mattachine (1950) y las Hijas de Bilitis (1955). Se recrudecieron la hipocresía, los prejuicios y las babosadas anteriores al charleston y las flats de los años locos.
Redadas, encarcelamientos, allanamientos, violencia física y moral, segregación, desprecio componen la triste historia del los gays durante esas décadas de los 50s y 60s. Más de 6.000 personas despedidas de sus trabajos o rechazadas para ingresar, por sospecha de homosexualidad. En general las autoridades clausuraban bares y restaurantes frecuentados por homosexuales pero los artistas de la Generación Beat, Ginsberg, Keruac, Borroughs, Wakosky, habían convertido los bares del barrio bohemio Greenwich Village de New York, en territorio liberado con sus prédicas del amor libre, integración racial, libertad de creación, uso de drogas, contra cultura y subversión del stablishment. Y el 28 de junio de 1969 se produce un acontecimiento crucial.
La caída del muro de Stonewell
Los administradores del bar Stonewell Inn, uno de los pocos sitios frecuentados por «los raros», sobornaban religiosamente la vista gorda de la policía, pero esa noche reciben la violenta redada que desencadena una monumental tángana, que se extiende por semanas a todo el Village y que cambia la situación de esa comunidad en la ciudad. Es del día de la Dignidad Gay. De allá hasta aquí la lucha produjo un salto quántico y la discusión actual es sobre el matrimonio gay. 15 países lo aceptan: Países Bajos (2001), Bélgica (2003), España (2005), Canadá (2005), Sudáfrica (2006), Noruega (2009), Suecia (2009), Portugal (2010), Islandia (2010), Argentina (2010), Dinamarca (2012), Uruguay (2013), Nueva Zelanda (2013), Francia (2013) y Brasil (2013). En EEUU, 20 circunscripciones se pronunciaron a favor: Massachusetts, Rhode Island, Delaware, Minnesota, California, Nueva Jersey, Connecticut, Iowa, Vermont, Nuevo Hampshire, Nueva York, Maine, Maryland, Colorado, Hawai, Nevada, Illinois y el Distrito de Columbia.
Lo reconocen además dos jurisdicciones: las tribus Coquille y Suquamish en Oregón y Washington. 27 estados aún no lo permiten. Según ABC desde 2008 hasta hoy, el apoyo en la ciudadanía subió desde 32% a 53%. Para estudio de CNN 51%, está a favor y 47% contra, y Gallup dice que 50% está de acuerdo y 48% no. La conmovedora película venezolana, Azul y no tan rosa (2012) de Miguel Ferrari, enfrenta el tema, uno de los principales de este tiempo, sin estereotipos, con frescura y una humanidad que se cuela hasta los huesos. Es uno de los grandes acontecimientos del cine venezolano, hoy con el extraordinario galardón del Premio Goya. Carece del desgarramiento autodestructivo de El silencio (1963) de Bergman, no desliza la visión culpablilizadora de John Huston en Reflejos… (1967), no pretende epater le bourgeois como Fassbinder en Querelle (1982), ni la abnegada militancia, como Van Sant en Milk (2008).
Una lección de humanidad
No hay marineros fornidos de yines ajustados y protuberancias, ningún general todopoderoso, ningún activista sacrificado. Los personajes de Azul… son seres humanos normales con una condición sexual diferente. Gente sencilla como los dos vaqueros de Secretos de la montaña (2005) de Ang Lee o El hombre soltero (2009) de Tom Ford. Un fotógrafo artístico, Diego (Guillermo García) se decide a vivir con Fabrizio (Sócrates Serrano), un médico partero. En medio de la incipiente alegría, encuentra su hijo al que tiene muchos años sin ver, y que se escandaliza al conocer la verdadera orientación de su padre. Un grupo de facinerosos seudomachistas agavillan y asesinan a golpes a Fabrizio. La sala se estremece cuando Diego se dispara a correr bajo la lluvia luego de recibir el lanzazo oscuro de la noticia, seguido por su hijo que comienza a comprender lo que al principio le parecía un horror.
La cinta enfrenta sin engolamientos ni excesos el sufrimiento de ser diferente. Trasunta humanidad, una atmósfera envolvente inexplicable, una niebla que se filtra entre las butacas. Personajes generosos, solidarios, cargados de afecto, restañan las heridas los unos de los otros. El padre homosexual enseña a su hijo, un joven tímido, lo que tiene que hacer para levantar una muchacha que le gustaba, y también es paño de lágrimas de una pobre mujer víctima de violencia doméstica. El personaje de «Delirio» (Hilda Abrahamz), conmueve y divierte. Su carisma, dramatismo y fuerza expresiva la convierten en el eje. Todos en sus butacas esperan la siguiente sorpresa. Pese a que la transexualidad fue una condición normal en largos períodos de la historia, sobre todo durante la antigüedad pagana en Grecia y Roma, a partir de la Edad Media comenzó a verse como un baldón y así llegó hasta la contemporaneidad. Pero el odio va cediendo. Azul y no tan rosa es una lección de cine, de integridad. Una lección de humanidad para un país podrido por el odio.
@carlosraulher