El fenómeno comunicacional de las redes ha tenido muchos efectos positivos. Cualquier persona que entre en las redes se suma a la dinámica de una corriente casi incontrolable de la que solo puede huir si se sale. Pero mientras esté ahí, como actor activo o pasivo, su visión puede cambiar en cada giro. El efecto negativo, o uno de ellos, es la creación de una realidad virtual, paralela, que no necesariamente calza con la «realidad real». Hay asuntos que toleran bien eso. No así la política. Ella requiere mucho más que el contacto a distancia. Porque entonces el accionar político se convierte en un asunto frío, carente de algo fundamental, la empatía. Para decirlo en palabras sencillas, en política bailar de lejos no es bailar.
Se puede caer, incluso sin procurarlo, en el expediente de «hablar entre nos», de comunicarse con los que comparten las posiciones pero dejando por fuera a esos a quienes se necesita seducir. Es como el cura que durante la liturgia dominical en el sermón le habla de lo malo de no ir a misa a quienes están ahí en la iglesia.
El lenguaje de la política es el lenguaje de la pasión. Sin ella, no hay seducción. La mayor parte de los que escribimos sobre política en medios y redes (sí, me incluyo) no convenceríamos a nadie de votar por nosotros. Quizás sabemos mucho pero no tenemos capacidad de enamorar, de seducir,de conquistar. Saber mucho de política no nos hace políticos y menos nos pone en situación de liderazgo. Asombra, desagradablemente, que hoy en medios y redes tengan tanta figuración los asesores, consultores, opinadores, encuestólogos, casi más que los políticos. Eso, por cierto, no es lo que hace el régimen, cuya vocería es su liderazgo en cargos o que en la eventualidad de un proceso electoral serán los candidatos a los cargos. Es cierto que hay enormes restricciones impuestas a los liderazgos de oposición y, peor aún, que ahora hay unos cuantos presentados como oposición sin serlo. Cuando alguien que se dice de oposición al régimen (pero que bien sabemos que son piezas utilitarias en este juego macabro) sale en televisión, radio o redes criticando al régimen cumple la función de maquillar la escena de democracia. Tras esa careta lo que hay es un esfuerzo para hacer creer que en Venezuela la verdadera fuerza opositora está en extinción y que la única manera de sobrevivir en este escenario es convertirnos en un modelo parecido a aquel gobierno de Vichy que se impuso en Francia. Y bien sabemos cómo terminó aquella historia.
Estamos en medio de una situación muy complicada. Quien le diga lo contrario es un embaucador de oficio. La complejidad es mucho mayor de lo que parece, porque para comenzar estamos en presencia de un régimen quebrado pero cuyos funcionarios principales no tienen carencias de ningún género. Lo de ellos es un régimen pobre a cargos de magnates que «gobierna» a una población empobrecida. Que en medio de esta calamidad que vive el país el presidente de ese trajín que es la Asamblea Nacional de Maduro gaste un montón de dólares en festejarle el cumpleaños a su mujer pinta de cuerpo entero la falta de ética de ese individuo. Esa bailanta dejó claro que el régimen baila lejos, muy lejos del pueblo.
No sirve oponerse. Hay que bailar pegados. Cerca, muy cerca. En las plazas, en las calles. En el autobús y el metro. En los hospitales. Hay que sudar el mismo sudor del país. Salir de la realidad virtual. Y así convertirse en alternativa.
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