Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
La filosofía no adivina, no prestidigita, no se adelanta ni anuncia. Y cuando lo hace deja de ser filosofía.
Las profecías, las predicciones y el muy respetable arte de la taumaturgia no son parte del quehacer filosófico. El pensar prefiere dejar el futuro en manos de los especialistas, bajo el cuidado de los expertos dígitos de los astrólogos de profesión y fe o de sus legítimos herederos contemporáneos, los epistemólogos, los metodólogos, los estadísticos, los llamados científicos sociales -de clara ascendencia positivista- o los versados en publicidad, auténticos profesionales de la manipulación de la opinión pública, de quienes se puede afirmar -¡oh, sorpresa!- que mientras mayor es su inmersión en las espesas aguas de la razón instrumental, paradójicamente, más profundo navegan en la condición de los divinari.
En esa desenfrenada búsqueda de los “instrumentos más adecuados”, y con el auxilio de la reflexión del entendimiento “científico” por delante, terminan confirmando el hecho de que su labor consista en propiciar los augurios sustentados en la esperanza y el temor que emanan del prejuicio. La filosofía, en cambio, siempre llega demasiado tarde: “por ser la investigación de lo racional -dice Hegel-, consiste en la captación del presente y de lo real, y no en la posición de un más allá que sabe Dios dónde estará, aunque en realidad bien puede decirse donde: en el error de un racionamiento vacío y unilateral”.
“El búho de Minerva inicia su vuelo con el ocaso”. Como “pensamiento del mundo”, la filosofía surge como resultado de una realidad que ya se ha consumado, de un proceso ya cumplido, acabado en sí mismo. Cuando la filosofía pinta de gris los tonos grises del tiempo, es porque ya ha envejecido una figura de la vida que sus penumbras no pueden rejuvenecer sino solo reconocer. No resulta fácil pronunciar estas afirmaciones sin poner en riesgo el consenso mínimo de un mundo que ha terminado por convertir la previsión y la prevención -de las cuales derivan directamente los incumplidos deseos de los safety and security nuestros de cada día- en, quizá, sus mayores imaginarios, devenidos postulados de la cotidianidad.
Todo, o casi todo -según el punto de vista propio de la ratio técnica-, es previsible. Los oráculos se multiplican, asegurando que ahora sí, que ya ha llegado el momento, que esta vez saldremos del secuestro. Los razonamientos “de fondo”, por supuesto, no trascienden más allá del universo tautológico: cuando algo se va a caer lo más probable es que se caiga. Y, entre tanto, la barbarie narcoterrorista impone el funcionamiento de un “Parlamento virtual” que le prohíbe a los parlamentarios ingresar al recinto para el cual fueron legítimamente electos. Nicolás Maduro es “el hombre del año”, según la cadena panárabe Al Mayadeen, por su “firme defensa de la causa palestina”. Un estrafalario y repugnante mequetrefe, sin más credenciales que las de la vulgaridad, aparece como “candidato de consenso” a rector de la Universidad Central de Venezuela. La Fuerza Armada, fracturada en su columna vertebral, divide sus intereses entre el narcotráfico, el oro, el petróleo y el coltán. Un drogadicto, ya sin cerebro sano, que se asume como “Drácula”, gobierna el Estado donde nació Venezuela. Y la gente lo celebra. Estos son los síntomas. El desquicio ha llegado al paroxismo.
Mientras tanto, “mamá Odie” y “el Hombre Sombra” se baten en cruento duelo a fin de pronosticar, frente al gran público, cómo terminará la historia de la Princesa y el Sapo en “Armando.info”. Y cabe advertir que, por si no se han enterado, el cuento no es de Disney, es uno de los cuentos populares alemanes, recopilados y publicados por los hermanos Grimm entre 1812 y 1815. Es decir, el balance de este año, entre la fantasía de «todas las opciones están sobre la mesa», las continuas improvisaciones, la emboscada de los diálogos, las compras y ventas al por mayor, los “vamos bien” y los “sí o sí” da, más que para una hermenéutica de la sospecha, para la reafirmación del gran teatro del absurdo.
Por eso mismo, en vez de ponerse a pronosticar o a enunciar “posibles escenarios” de lo que “tarde o temprano” pudiese llegar a ocurrir -por supuesto, con la ayuda de la perfectibilidad del tiempo de Dios- en una sociedad sin recuerdos -por lo demás, premeditadamente educada para no tenerlos-, la más sensata y sobria labor del oficio filosófico consiste en dar cuenta de lo que es mediante el estudio de lo que ha sido. Eso sí: sin dejar de auscultar, con la debida atención, los latidos del corazón del viejo topo que labra las galeras del presente y, sin tan siquiera percatarse de ello, va construyendo el porvenir.
Ha concluido un año más de sobrevivencia en usurpación, y la usurpación no desfallece en su propósito de seguir cerrando el cerco de su brutal dominio, sin la menor resistencia. Aguas abajo del conflicto político entre los partidarios del narcosocialismo y los promotores de la exigencia de una sociedad abierta, va quedando la extraña sensación de la inversión de las imágenes en el cuarto de los espejos. Y mientras que los defensores de un modelo de sociedad liberal y de iniciativa privada insisten en mantener el discurso característico del populismo, los apologetas del furor totalitario incrementan los negocios privados y lavan dólares a discreción, mientras desde el Hotel Humboldt le lanzan trompetillas a las “severas medidas” con las cuales la displicente comunidad internacional ha pretendido lavarse el rostro frente a las peores atrocidades. Las palabras van por un lado, las cosas van por el otro.
Buena parte de la población que no se ha ido, exhausta como está, se va resignando, y ya pareciera no tener más fuerzas para resistir. Las veces que lo intentó, durante estos largos años de oprobio, le permitieron constatar que “el método” de lucha predilecto de la dirigencia opositora consiste en el “ensayo y error”. La verdad es que, a pesar de que el narcorrégimen ha sido efectivo diseminando por doquier la cultura de la muerte mediante la siembra del terror, la derrota y la sumisión, no son pocos los compatriotas que hoy están presos y son sometidos a las peores torturas; otros han entregado sus vidas por la causa de la libertad. Ellos merecen ser recordados en este menesteroso presente, no como mártires sino, precisamente, como sembradores de una cultura para la vida. Quizá sea esta la clave que permita dar razón de todo este enredo que ha terminado por convertir a uno de los países más prósperos de América Latina en una Cuba de segunda que ya va siendo un segundo Haití. Por lo pronto, el viejo topo hamletiano sigue horadando las profundas galerías del devenir. Y habrá que estar atentos al aumento de la frecuencia de sus latidos. ¡Feliz Año Nuevo!
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