Por: Jean Maninat
Pai, afasta de mim esse cálice…
De vinho tinto de sangue.
Chico Buarque
Como si no tuviéramos ya suficiente los venezolanos con nuestra propia división primaria (en el sentido del Paleozoico) han aparecido lepidosaurios y arcosaurios, pero de la especie Bolsonaro criolla, pariente tardía de la originaria que se ha reproducido con furia de huracán tropical en el vecino Brasil. Como consta en los manuales de biología de segunda mano, estamos hablando de la reaparición de los dinosaurios primitivos que darían paso a los inteligentes y crueles del Jurassic World. (Es tan solo una constatación científica, no offence meant).
A ver, se puede tener una opinión política, incluso una visión geopolítica militante de las elecciones en Brasil, pero de allí a sofocarse, a maltratar el teclado lanzando invectivas en contra de la bestia roja comunista que regresa con el 666 tatuado bajo la barba, el terrible Lulafer, ángel caído de las tinieblas rojas, hay un inútil trecho de fanatismo ideologizado, o de querer leer los hechos políticos exógenos en clave autóctona. Arrimar la sardina teórica a su brasa, decían los presocráticos portugueses.
Los temores exaltados por el triunfo confinado de Lula, son cataratas ideológicas que impiden leer con cierta prudencia los resultados que se hurtaron a los reflectores de las encuestadoras. Es cierto que Lula logró el 48,4% de los votos frente al 43.2% de Bolsonaro, quien, como se ha dicho hasta el hastío, salió mucho mejor parado de lo que todos apostaban. El todavía presidente brasileño obtuvo más senadores y diputados, así como importantes gobernaciones, que su rival y quienes lo apoyaban. Su presencia política -y su plataforma conservadora- salió altamente reforzada y constituye parte de eso que llaman el “paisaje político” de su país. De manera tal que la histeria del peligro comunista habría que diluirla informándose mejor, o leyendo las crónicas sobre el macartismo.
Lo que parece quedar claro es que el Partido de los Trabajadores (PT), la obra y soporte de Lula, sale debilitado, y está lejos de ser la formidable maquinaria que lo llevó a ser dos veces presidente de Brasil y una vez (luego sacada) a Dilma Rousseff. La gente votó por Lula pero no por su partido, así como muchos no votaron por Bolsonaro, pero sí por quienes lo acompañaban como candidatos en las elecciones parlamentarias y regionales. No es como para andar felicitándose.
Queda en cuestión el sistema político brasileño, un bazar del trapicheo, aceitado de manera intrínseca por la corrupción, donde laptopartidos intercambian favores, y para sobrevivir es necesario participar activamente en el juego de la supervivencia del más astuto, o perecer en el intento. Pregúntenle a Dilma, quizás desde Julio Cesar no ha habido mayor traición política, y sus ejecutores siguen allí con el puñal en alquiler presto en la cintura. Ya lo veremos.
Con las encuestadoras (son el GPS de la democracia electoral) en estado catatónico, es difícil vaticinar cuál será el resultado de la segunda vuelta el próximo domingo 30 de octubre. Más allá de hacer de cheerleader emocional de uno u otro candidato, podremos observar el trapicheo, los cambios de tono, el regreso de los abrazos entre antiguos querellantes, las invocaciones al Todopoderoso, y con un poco de suerte, una que otra mención al Plan de Gobierno de ambos candidatos.
Pai, afasta de mim esse cálice…