Por: Jean Maninat
Estava toa na vida/ O meu amor me chamou/
Pra ver a banda passar/ Cantando coisas de amor.
Chico Buarque
No es que seamos dados a la molicie y a la melancolía en nuestra comarca, o que la alegría nos sea extraña y cuando nos impregna provoque en nosotros temblores incontenibles, euforias desmedidas, desvaríos de la personalidad. Por el contrario, somos gente primordialmente alegre, estridentemente dicharachera, amigable, buena para el baile y los alcoholes; «aptos para enloquecer de amor» dijo uno de nuestros mejores poetas.
Hace ya mucho tiempo, desde la montaña que nos vela y nos identifica, descendió una pelusa indeterminable; al principio era casi imperceptible, pero pronto impregnó el aire y comenzó a congestionarnos las vías respiratorias, a irritarnos los ojos, a calarnos el humor de tanto estornudo, y cuando nos dimos cuenta ya todos estábamos intoxicados y nadie era lo que había sido.
Siguieron tiempos sombríos. Los habitantes de la comarca se fueron agriando, la suspicacia se convirtió en animosidad, la animosidad en rencor, el rencor en encono, el encono en tirria, y la tirria en división y enfrentamiento. Sólo los juegos anuales que consistían en insistir en que una esférica -que algunos llamaban pelota y otros balón- se rindiera a los designios de quien la impulsara o la detuviera, lograban unirnos en una exclamación general de perplejidad o regocijo. (Con su venia maestro Lezama Lima).
La comarca convivió dividida. Cada quien resguardaba su visión de lo acontecido. Se tomó partido y ganaron unos y perdieron otros; pero nadie se doblegó, y cada encuentro, cada justa, fue la reafirmación de la existencia del uno y del otro. Este autoproclamado cronista de la comarca no quiere sugerir que dirimiéramos nuestras discrepancias en base a juegos florales, por el contrario, fueron encuentros duros, con víctimas y victimarios, con aciertos y errores, con perseguidos y perseguidores. Es sabido, fueron tiempos aciagos.
Aún así seguimos llevando a cuestas nuestros quehaceres. Laboramos, emprendimos mucho y bien, inventamos. Con el tiempo, nos fuimos acostumbrando a despedir a nuestros afectos en los linderos de la comarca cuando el aire se les hacia intramitable y partían. Aprendimos a esquivar las calles y a guardarnos entre nuestras paredes.
Con todo, entristecimos un poco.
Pero un día, escuchamos una música alborozada que resbalaba por las calles, se vertía sobre las avenidas, se trepaba a las azoteas y descendía hasta los sótanos. A lo lejos o desde bastante cerca, dependiendo de donde uno estuviese ubicado, vimos surgir a una banda de música: desfachatada multicolor y bulliciosa, cadenciosa y sabrosona, llena de vida y esperanza… alegre como cuando nace una criatura.
Y el que dudaba y esperaba, el que temía y se escondía, el que descreía y se guardaba, el que se enojó y luego se reconcilió, el que siempre intentó a pesar de los pesares, el que cultivó moretones y derrotas como reliquias de su voluntad; todos y cada uno, salieron multitudinarios de sus hogares a serpentear las calles de la comarca agradecidos por la música que los animaba, como nunca, a salir a votar.
@jeanmaninat