Un hombre en una calle muy transitada registra la basura. Encuentra una cajita en la que hay restos de comida. Toma lo que parece ser un patacón mordido. Se lo lleva a la boca. Comprueba su estado. Parece estar «comible»; se lo pasa a una niñita que debe ser su hija. Ella devora el patacón. No es una escena de una película de ficción. Ocurre en Venezuela.
Abisma la irrelevancia del Presidente Maduro y su gabinete. Abruma su infinita capacidad para ignorar los dolores de los venezolanos. Asfixia su desprecio expresado en risitas burlonas y chistes de muy mal gusto. Cuando vemos el reportaje de CNN sobre compatriotas registrando la basura y directamente comiendo de ella es inevitable sentir el corazón estrujado. Pero el músculo de los sentimientos pasa del «estrujamiento» a la rabia infinita cuando escuchamos a un prominente jerarca del madurismo diciendo que él ha oído de eso pero no lo ha visto. ¿Se puede ser más farsante, más desalmado y descastado? Si todos vemos la terrible escena en las ciudades y pueblos, ¿qué clase de enfermedad le ataca a usted, señor ministro, que le impide ver la realidad? Acaso su ceguera es moral y anida en su falta de conciencia, de sentido común, de compasión.
El gobierno de los pobres, para los pobres y por los pobres. Frase cautivante. Seductora. Engañosa. Esa fue la promesa básica, ese el eslogan repetido millones de veces. Hoy en Venezuela gobierna la pobreza. Insolente y procaz, se pasea y enseñorea. Venezolanos de a pie, pobres de solemnidad a quienes el gobierno les dio la espalda, hurgan en los tachos de basura. Metáfora del engaño. De la estafa. Niños inocentes, madres desesperadas, ancianos condenados a una vejez de humillaciones, hombres en plena edad productiva que tienen que escoger entre comer desperdicios o robar. Pero si ya es grave un gobierno que es fabricante de tan deshumanizante pobreza, negar la existencia del horror que viven los pobres es peor aún. Un pecado que se monta sobre otro. Ignorarlos es la mayor vejación que este régimen les obsequia día con día. Son los miserables, con sello de «hecho en Revolución». Negligente e irresponsable, el gobierno no ha sido capaz de habilitar comederos de emergencia. Los miserables ni tan siquiera entran en su estadística. No existen. No cuentan. No valen. No son. Califican como la nada.
Eso que ocurre con la gente que se alimenta de la basura es inconstitucional, ilegal e inmoral. Es delito y pecado. Condenar a venezolanos a la indigencia y la hambruna hace de este régimen un estado fallido. Y cuando a eso sumamos la trágica situación de la salud y la escasez de medicamentos (algunos simplemente no están disponibles), la igualmente dramática inseguridad y el patético aplastamiento del aparato industrial y comercial y con ello la destrucción de empleos, el resultado no puede ser otro que el colapso del país, causado por la ruindad del gobierno y su guardia pretoriana de cómplices.
La comunidad internacional no puede «dejar hacer, dejar pasar». No basta con discursos y manifiestos. El mundo civilizado tiene reglas, normas, leyes, de obligado cumplimiento.
La OEA tiene que aplicar la Carta Democrática, que es norma con rango constitucional. No es Venezuela y los venezolanos quienes estamos violando la ley; es el gobierno que nos está robando, vejando, esclavizando, matando.
Y al aplicarla, la comunidad internacional debe obligar a que haya elecciones. Que con votos directos, secretos, universales y democráticos queremos botar a este gobierno indecente. Más que aplicar la Carta Democrática, a Maduro y su regimen hay que cantársela, con todos sus versos y estribillos. Basta con que nos den elecciones, que para el resto que toca hacer para reconstruir a Venezuela nos sobra capacidad, inteligencia, decencia, fortaleza y pasión.
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