Por: Luis Ugalde
Llega la “izquierda” con Petro a la presidencia de Colombia y adelanta esta bomba: Tenemos que desarrollar el capitalismo para salir de la pobreza. Si fracasa en ese empeño será un gran golpe para su gobierno, para la democracia colombiana y especialmente para los más pobres. Para enfrentar este formidable reto necesita encontrarse con lo que representa el expresidente Álvaro Uribe, con la exguerrilla desarmada dedicada a la agricultura modernizada con reforma agraria y con el narcotráfico derrotado. Más allá de las palabras, Petro ha nombrado ministro de Hacienda a José Antonio Ocampo, uno de los economistas más brillantes de Colombia, con mucha experiencia y proyección internacional y que no viene de la llamada «izquierda”. En una excelente entrevista al periódico El País el economista Ocampo razonó y enfatizó la necesidad de acuerdo del nuevo gobierno con los capitalistas: “Para crecer tenemos que trabajar mano a mano con las personas de altos ingresos, con los más ricos”. También el régimen de “izquierda” en Venezuela – que espantó al capital, destruyó la economía, multiplicó la pobreza y redujo el ingreso per cápita de 10 000 $ en 2012 a 2 000 $- hoy- anda rogando a los capitales para que vengan a nuestro país y les brinda la ilusión de 5 zonas especiales donde tengan su paraíso capitalista con estímulos especiales.
Hemos visto fracasar a la “derecha” cuando, aferrándose a dogmatismos neoliberales, se opone a desarrollar audaces políticas sociales que potencien al trabajador. Una versión más ortodoxa de esa “derecha” perdió el poder en Chile y otra fracasa estrepitosamente con Bolsonaro y su insensato populismo, abriendo la puerta al probable regreso de Lula, previo blanqueo y alianza de este con partidos de centro derecha. En Chile y en Perú también tenemos presidentes de “izquierda” que, acusados de traidores por los suyos, no acaban de lograr la confianza del imprescindible capital. Lamentable pérdida de tiempo y energías cuando debía ser claro que, sin fuerte inversión de capital, combinada con vigorosos programas sociales públicos, América Latina y el Caribe seguirán revolcándose en la impotencia y creciendo el cien millonario número de pobres.
El capital existe en el mundo, pero hay que atraerlo y humanizarlo para una Venezuela sustentable con trabajo eficiente y competitivo bien formado y con oportunidades. Pero ni capital ni trabajo logran abrir la puerta de su casa, pues la llave de una la tiene el otro… El reto es que capital y trabajo no se espanten mutuamente, sino que descubran juntos que la futura riqueza está en el talento humano de decenas de millones que hoy apenas sobreviven en la economía informal y el desempleo, con un trabajo mal remunerado y de poco valor.
¿Enemigos o aliados?
Parece mentira que 130 años después todavía no hayamos entendido en nuestra América lo que en 1891 el papa León XIII afirmó como piedra angular irrebatible de la primera encíclica social de la Iglesia: “Es mal clave, en la cuestión que estamos tratando, suponer que una clase social es por naturaleza espontáneamente enemiga de la otra, como si la naturaleza hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres para combatirse mutuamente en perpetuo duelo” (Rerum Novarum N. 1). Por el contrario –concluye el papa- la naturaleza ha dispuesto que en la sociedad humana “dichas clases gemelas concuerden armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio” (Ib.) No es la afirmación ingenua de un clérigo que vive en las nubes angelicales, fuera de la dura realidad y luchas de aquella sociedad tan inhumana, sino de un Papa que denuncia “la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa mayoría” …
Europa necesitó años, guerras mundiales, decenas de millones de muertos con la locura nazi y el horror estalinista para entrar en razón… La reinante ceguera capitalista estimuló la lamentable idea de que el proletariado no tendría vida sin destruir el capitalismo de mercado y libre iniciativa empresarial: Si de la esencia del capital es vivir de la miseria de los trabajadores, la vida de estos – decían Marx y compañía- depende de la desaparición de los capitalistas. Por eso los criticó León XIII: “los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada…” (RN. N.2). El bloque soviético y también China luego de muchas décadas de dominio e imposición absoluta de una economía sin empresa privada, llegaron a la conclusión de que sin capital no hay desarrollo nacional, ni dignidad ni prosperidad para el trabajador. Cambiaron, y hoy Rusia y China tienen economía capitalista, aunque con los abusos del sometimiento al partido único (China) o con la oscuridad de magnates multimillonarios en complicidad con la dictadura política reaccionaria (Rusia).
Nuevo pacto social productivo
Capital y trabajo necesitan encontrarse y potenciarse mutuamente. Hoy en Venezuela ambos están en ruinas, que no se resuelven con abrir algunas rendijas para atraer unos cuantos millones de dólares. Hacen falta decenas de miles de millones anuales y miles de iniciativas empresariales que no surgirán sin un cambio decidido y transparente de modelo económico, con garantías jurídicas y restablecimiento de la democracia con elecciones libres y justas que devuelvan la alternancia en el poder y la CONFIANZA.
No puedo menos de alegrarme al leer que en la reciente Asamblea de Fedecámaras en Mérida empresarios con visión expresan la convicción de que el capital en Venezuela no se puede salvar sin aliarse a fondo con el trabajo, revolucionando su educación como clave del desarrollo sustentable, sustitutivo del ya imposible modelo rentista petrolero. También el muy maltratado trabajador venezolano se ha desengañado de la “revolución socialista” y va descubriendo que su dignidad y prosperidad pasan por la expansión del capital en miles de centros productivos diseminados por toda la geografía del país. Espero que no se quede en buenas intenciones y Venezuela avance decididamente a un nuevo pacto social entre capital y trabajo, con un nuevo Estado redefinido y centrado en el desarrollo de los servicios básicos de salud, educación de calidad, propios de país desarrollado con infraestructura y soporte tecnológico del siglo XXI.