Por: Luis Carlos Díaz
Se habla poco de la extorsión a los presos políticos y sus familiares. Todo en la cárcel bajo el chavismo tiene un precio, desde tener cama, colchoneta o hamaca, hasta tener comida distinta al arroz con lentejas del Clap o lentejas del Clap con arepa frita que suelen servir solo en algunas prisiones. Las afortunadas.
En Venezuela los familiares y amigos de los presos deben suministrar agua, comida, medicinas, artículos de higiene y cualquier otra cosa, a veces hasta los bombillos de celdas y pasillos. Cada cárcel es una «empresa» de extorsión a todos los niveles en los que se puede cobrar por las visitas, por pasar el agua y la comida, o porque no muevan al recluso a otra celda con peores condiciones. En otras cobran hasta el derecho a darse un baño. Es un sistema piramidal con tributos para funcionarios.
En ocasiones las liberaciones de presos (y nuevos encarcelamiento) son para librarse de gente que «no es rentable» para la extorsión y así conseguir nuevas víctimas a las que puedan exprimir. Hay presos a los que les vacían las cuentas bancarias. En otras ocasiones, los reclusos descapitalizados entran en una suerte de sistema de esclavitud en el que deben ganarse su sustento sirviéndole a otras personas, custodios o reclusos, sin que ninguna autoridad ponga freno a los abusos porque son quienes diseñan y viven de esos abusos.
Las familias y amigos pasan a estar presos también. Se deben tejer redes de solidaridad que intentan alimentar un pozo sin fondo porque de vez en cuando los custodios hacen requisas en las que se roban todo lo que los presos han acumulado y luego cobran por devolverlo, como si fuese un secuestro, lo revenden, o vuelven a cobrarle a los familiares por reingresar otra vez lo que se necesita. Es un ciclo que se repite.
La situación es cruel para las víctimas porque los presos se sienten culpables de ser una carga cuando antes producían y se deprimen más, pero no pueden dejar de recibir insumos o podrían morir de inanición, como ya ha pasado. Los familiares también se sienten mal porque no pueden denunciar lo que ocurre por miedo a represalias. Todos saben que las cosas pueden empeorar muy rápido. Algunos familiares, sobre todo mujeres, han reportado que en ocasiones los cobros por ingresar productos vitales incluye ser víctimas de abusos sexuales de funcionarios.
Y sí, dentro de todo hay gente que la pasa aún peor. Hay un grupo de presos políticos para los que no se acepta ningún insumo. Se les aísla y se les castiga con el vacío, con la nada. En situaciones así sería hasta preferible alimentar la maquinaria de extorsión con tal de mejorar sus condiciones, pero no ocurre. Y por otro lado están los presos que quedaron solos. Los presos cuyas familias murieron, migraron o están a cientos de kilómetros y no pueden cubrir el costo de visitarlos. Hay presos disidentes políticos, que por ser parte de familias pro gobierno se quedan castigados y sin vínculos directos que pidan por ellos, así que depende de lo que otros amigos les comparten.
En Venezuela no se cumple ninguna de las «reglas Mandela» para el trato a privados de libertad. En paralelo se le impide a la ONU, a muchas organizaciones humanitarias y a los cónsules de las misiones diplomáticas, visitar a los presos. Ni siquiera los extranjeros han podido ver a sus cónsules en los últimos meses.
Por cosas como esta es que los relatos de torturas y abusos sexuales aparecen solo después de las excarcelaciones y otros se sabrán dentro de unos años o nunca, por el miedo y el trauma.
Evalúen la situación de Venezuela a partir de lo que ocurre en sus cárceles. Hay mucho ánimo petrolero y bonista por normalizar lo que pasa en el país, pero de las cárceles a veces no se salvan ni los aliados del poder. Sus amigos. Así que no dejen de ver lo que pasa allí.