Por: Jean Maninat
Las cartas abiertas no las lee nadie, menos aun el destinatario. A quién puede interesar un regalo ya abierto y manoseado, una sorpresa compartida con antelación, un sobre sin sellar con noticias ya publicadas, un secreto voceado en los mercados. En esta columna siempre hemos sospechado que esas misivas se escriben cuando hay poco que decir y mucho que reclamar. Como probablemente es hoy nuestro caso.
Digamos, por ejemplo, se escriben cartas abiertas al niño Jesús unos manganzones años después que nuestros padres dejaran caer la bomba materialista y egoísta de que los regalos navideños los compraban ellos con sus ahorros y no el niño de cuna pobre nacido en Belén. (El primer y terrible spoiler espiritual de nuestra corta edad). Se le escribe a Putin madreándolo, o a Trump exigiéndole el apresto cuanto antes de las supuestas tropas comprometidas, a la espera de que unos secretarios les entreguen temblorosos la aguerrida esquela en cuestión.
Lo sé, usted me dirá que es un gesto simbólico que tiene por receptor a un contendor o mediador imaginario, que es una broma, un sarcasmo, una boutade, un trazo irreverente para manchar el lienzo del poderoso. Pero, de tanto en tanto, uno piensa que las cartas abiertas van recomendadas por correo expreso y privado, tal es la seriedad de las recomendaciones, peticiones, exigencias y amenazas que se hacen sin que tiemble una letra del teclado.
Algo tendrá de atractivo escribirle -desde la humilde computadora de cada quien- a los poderosos y a los menesterosos del mundo para que desvíen el rumbo que los lleva al abismo, al desperdicio de sus posibilidades y que quede constancia pública de la buena obra. Hacerlo, además, con donaire, bonhomía y buen modo, en la esperanza de que un asistente espabilado le porte la carta al destinatario con el desayuno y la prensa del día. Así que aquí vamos… un ensayo por no dejar, a ver si la atinamos:
Carta abierta a quien pueda interesar,
Créame que no hemos meditado mucho antes de escribir esta carta. Tampoco la hemos consultado con nuestros afectos, ni con la almohada, y menos aun hemos ensalivado la pestaña del sobre que la resguardaría para que solo usted la lea. No, es una carta abierta, a message in a bottle, algo abrupto, disculpe, a ver si de una vez por todas nos hace el favor de asentarse, recobrar el aliento y el sentido político, y dejar de proclamar que todo es posible, que vamos bien, y que el mandado está rebrotando como champiñones salvajes en tierra húmeda. Todos sabemos que no es así.
Fíjese, se lo decimos con cierto rubor, pero ninguna de las opciones que estaban sobre la mesa han funcionado, ni están a la vista, y el gran apoyo que se logró en la región empieza a perder certeza ante las candelas que lo amenazan y la incapacidad para avanzar/concretar opciones en el país. ¿Algo pasa, o no?
¿Sería mucho pedir regresar la mirada hacia las fuerzas internas opositoras, hacia los ciudadanos de metro y de a pie que lucen tan indefensos? ¿Qué tal si la oposición se enfoca en recobrar su capacidad para luchar y organizar electoralmente a la gente para ganar en las parlamentarias del 2020 como se hizo en el 2015? ¿Y si se le da un descanso eterno al mantra, y se dedica a promover elecciones democráticas y transparentes con apoyo de la Comunidad Internacional -visiblemente hastiada de tanta telaraña cubriendo el juicio opositor- como prioridad política integradora. Vea a su alrededor -nunca hace mal- es lo que está rogando medio mundo .
Solo se le desea buena fortuna a quien estamos seguro que no la tiene. Así que no nos despediremos con un “buena suerte”, pero sí con un “todo lo mejor posible” en la seguridad de que no perderá su tiempo leyendo esta carta abierta.
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