Publicado en: El Nacional
Por: Fernando Rodríguez
Se tiene la impresión, los rumores abundan, el río suena, de que estaríamos en los prolegómenos, o en los prolegómenos de los prolegómenos, de un diálogo (si no le gustan las malas palabras digamos que negociación, transacción u otros). La opinión internacional parece muy mayoritaria al respecto y casi siempre explícita y conminante. Aquí en casa el asunto es más velado, tanto en el gobierno como en la oposición, pero supongo que en todo prolegómeno de diálogo es canónico decir algo así como: “No se puede hablar con semejantes estafadores (mafiosos, mentirosos perversos…)”. Pero, insisto, es norma que el que va a transgredir algunos límites polémicos comience por despotricar de ellos. Así que no es de extrañar contradicciones y paradojas. El radical Barreto, “chavista originario”, parece que se va a reunir con el categórico Almagro para decirle, entre otras cosas, unas cuantas de sus verdades. Por allí salió un documento de una MUD recortada (PJ, VP, La Causa R) que debe saludarse como todo lo que tienda a juntar opositores y que dice que no, no dialoga… a menos que sea el inicio de una transición democrática. Por otro lado, hemos visto más de un artículo del sector Falcón que señala que esta vez no los van a dejar fuera de la mesa los partidos monopolizadores de siempre, por demás derrotados en Santo Domingo y golpeados hasta el sol de hoy. María Corina es tajante, no obstante el otro día tuvo amabilidades con el pueblo chavista, que al fin y al cabo es pueblo. Pero, en general, se suele hablar de no pocas reuniones dentro y fuera del país bastante variopintas, y la palabra transición suena y resuena en columnistas variados y en diversas tonalidades
Los partidarios de las salidas bélicas parecen haberse contenido un poco. No son demasiados, y al fin y al cabo guerra es una palabra de las más sórdidas del diccionario universal. Así se la imagine lo más quirúrgicamente breve y puntual. Los cálculos en ese ámbito son hoy más precarios que nunca, bien lo demuestra Moisés Naím en su libro sobre la frágil naturaleza de los poderes actuales en todos los órdenes. Pero no hay que menospreciar lo que representa el triunfo muy reciente de Bolsonaro, su amor a la violencia militarista y la desmesura, unida al manto protector de su sosias Trump, y la “tenaza” militar que puede concebirse con una muy beligerante Colombia para reavivar posibilidades y entusiasmos sobre esa opción. El tema de los millones de migrantes cuenta mucho a esos efectos, de suyo Venezuela ha sido uno de los primeros temas en emerger en estos días poselectorales de la mayor potencia del Sur. Claro, aquí la retórica es distinta, porque casi todo el mundo se dice amante de la paz, y no dejará de colocarse como una “carta sobre la mesa”, preferentemente la última. De manera que no es siempre necesariamente contradictoria con la carta anterior.
Está también como una permanente opción la implosión interna en la medida en que la crisis sigue creciendo y las disparatadas medidas sanadoras de Maduro han fracasado. Ya el huracán inflacionario se ha comido el exclamativo y absurdo salario mínimo de agosto, que fue además alarmante reducción para muchos y destrozó cualquier lógica y ética del trabajo. No sabemos si esto va a dar lugar a la Implosión, que es algo así como la gran avalancha popular unificada y definitiva, pero estoy absolutamente seguro de que hay, más allá de cualquier final que nos suene más convincente, que hacer el trabajo de cada día para levantar y unir la voz popular, que viene de su tragedia real y su necesaria dignificación futura. Ninguna precaria predicción puede sustituir la tangible lucha enraizada en el dolor cotidiano y en el ansia justiciera de la inmensa mayoría de los venezolanos. Simplemente porque es la más auténtica y permanente hoy, por supuesto, y también en un país eventualmente distinto.
Quedan otras variables, como el golpe militar o las luchas intestinas dentro del chavismo. Pero sobre esos oscuros recintos solo se oyen presunciones demasiado audaces todavía difíciles de procesar, que seguro son ecos de realidades, como los sueños freudianos.
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