El nivel de hartazgo de la población es incalculable. Las penurias son inmensas, en todo sentido. La Nación está hecha pedazos. Y con Nación me refiero a población, territorio, institucionalidad, vida. Es un país que padece dolores de todo tipo. Pero al gobierno, ciego, sordo y testarudo, no puede importarle menos. Vemos al presidente engordar con descaro. Ya no cabe dentro de las ropas. Ni siquiera tiene la fina cortesía del comedimiento en el yantar, virtud que es inexistente en su código de vida. Eso en un país donde la gente pasa hambre, es impresentable.
Maduro es un salto atrás. No me refiero a razones étnicas que, si existen, al por ejemplo denigrar de sus orígenes judaicos, sinceramente no pueden importarme menos. Hablo de algo real, palpable, incontestable. El presidente tiene -y esto no un dato menor- menos educación formal que su padre, quien era economista. Me indican que el padre se quedó sin empleo y que fue la madre quien tuvo que montarse sobre sus espaldas la manutención familiar. Pero eso pasó hace un montón de años. El presidente entró a trabajar en el Metro de Caracas. Como chofer de Metrobus. Eso no tiene nada de reprochable. Sí lo es que no escaló posiciones en la escalera profesional ni gerencial. Luego, metido en política, no aprovechó su privilegiada circunstancia para enmendar sus falencias intelectuales y estudiar. Pudo inscribirse en una universidad y sacar un título en cualquier carrera. Y sacar postgrados y diplomados. Pero es obvio que no le importó, que le pareció inútil, de «burgueses». El progreso via la formalidad de los estudios le sabe a carato de parche, a saber, despreciable. Siente que no le hace falta para llegar a las alturas del poder. Si en la Cancillería hubiese la exigencia de estudios de grado y postgrado, lo cual no existe, el presidente no hubiera llegado a tan alta investidura como Canciller de la República y ser el porta estandarte del tricolor Nacional. Que yo sepa, todos los presidentes de Venezuela han superado los escaños educativos de sus padres, incluido el finado quien estudió en la Academia Militar y en la USB. El actual presidente, en cambio, habiendo tenido amplias oportunidades, nada hizo para educarse formalmente.
La Constitución Nacional, la vigente y la anterior, no establece mayores requisitos para aspirar a la jefatura de Estado. Edad, nacionalidad, seglar. Y poco más. A duras penas, y con el detalle de la nacionalidad en «veremos», el presidente cumple con tales escasas premisas. Se dice que eso es democrático. Yo, políticamente incorrecta, creo que es una muestra de la mediocridad política en la que navegamos. Que el presidente de la Nación tenga menos educación que millones de venezolanos me da grima y, más grave, da pésimo ejemplo a un país donde la movilidad social alcanzada a punta de educación, esfuerzo y trabajo, no mero y menso oportunismo.
Así las cosas, no puede asombrarnos que el gobierno guiado por un presidente de tales incalificaciones sea un modelo mal cortado de ceguera, sordera y terquedad. En tal escenario, la glorificación del malandraje, el enchufadismo, el pranato, la ignorancia y la piratería es el más patético capítulo de nuestra historia.
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