Por: Jean Maninat
“Oslo es una de las ciudades europeas que más rápido ha crecido en la última década. Una capital vibrante, que desprende la energía de sus nuevos barrios, las tendencias de moda ultramoderna y su panorama de artes escénicas”. Así reza una guía oficial de turismo noruega. Y habría que añadir: la ciudad donde Venezuela se volvió a jugar su recuperación democrática. Para cuando esta columna salga publicada, ya se tendrán noticias -más o menos firmes- de las negociaciones que se llevan a cabo entre los representantes de la oposición y del gobierno. No saldrá humo blanco en la tradición vaticana, pero ojalá emane algo –así sea un vaporcito grisáceo- que nos dé esperanza de que vamos por la senda de encontrar una solución conversada, negociada, dialogada, o como quiera que se quiera llamar sentarse en una mesa a buscar acuerdos.
Como no podía faltar, nuestros halcones criollos ya se abalanzaron sobre la incipiente “interlocución” para desmerecerla de no regresar con el cese de la usurpación refrendado con fecha inmediata en el bolsillo. Lo cual es una manera de ponerle una pulsera explosiva en el tobillo para garantizar su fracaso y revalidar la cantinela de que con “dictadura no se dialoga”. Por suerte, las destempladas declaraciones de los/las voceros del campo radical opositor han servido para calibrar su eventual actitud frente a dilemas importantes a la hora de gobernar: la ofuscación discursiva. (¿Alguien nos podría explicar -un psicólogo político, un chamán- a qué se debe esa pulsión de hablar regañando, como maestra de escuela frente a un salón de clase indisciplinado y bullanguero?).
Los procesos de diálogo suelen tomar tiempo y difícilmente los participantes salen todos satisfechos con los resultados. Las precauciones con Noruega como facilitador (¡No ha reconocido a Guaidó, qué se puede esperar!) son infundadas, cuando no malintencionadas, porque hay que estar poco informado del historial que tiene como país propulsor de procesos de paz diversos y complejos que al final tuvieron resultados satisfactorios. La lista la tiene Mr. Google.
El token debería ser la resolución de la crisis venezolana -que algunos quieren convertir en conflicto bélico- a través de unas elecciones libres, transparentes y con observación internacional. Solo eso haría realidad el Mantra, y nos acercaría al comienzo de la recuperación económica, institucional y democrática del país. Y con el contendor que quiera escoger la nomenclatura gobernante, ducha como es en jugar el juego de las sillas y terminar todos enrocados en su silla. El sortilegio infantil de cuento hasta diez y ya no estás, no funciona en política.
Ojalá regresen al menos con un calendario y unos temas consensuados que demuestren que las conversaciones se han asumido con seriedad y hay disposición para ahondar el diálogo. Cualquier triquiñuela de última hora, cualquier viveza criolla, solo servirá para crear más desanimo y desconfianza hacia la dirigencia democrática opositora. Las bases para una salida electoral consensuada (elecciones libres, transparentes y con observación internacional) sería ya un acuerdo que habrá justificado la cita en Oslo.
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