No es que la gente de los países con cuatro estaciones sea más inteligente que nosotros. Es que el clima les ayuda en la comunicación.
Cualquier conversación con mi hermana que vive en Carolina del Norte comienza y casi siempre termina con el clima. Podemos tener problemas muy gordos, escollos insalvables, dolores atroces, pero ella impepinablemente me dirá la temperatura, los índices pluviométricos y en ocasiones hasta la velocidad del viento en nudos. Ahora que llegó la primavera en el hemisferio norte, varios minutos de nuestra conversa por WhatsApp serán invertidos, sabiamente, en hablar sobre el polen y los estornudos.
Aquí en Margarita hay dos climas: llueve o hay sequía. Calor hay, siempre; nunca horroroso. En otras Islas del Caribe se achicharran. Aquí no. Hasta en eso esta isla es privilegiada. Entonces, nadie habla del clima. Así, hay que andarse con cuidado, pues si uno se encuentra con alguien, o llama o te llaman, la respuesta a la pregunta «¿cómo estás?», o ¿cómo vas?», o ¿qué hay?», o «¿quihubo?», o, más grave aún, «¿qué cuentas?», cualquiera de esas puede desatar en esa persona el irrefrenable deseo de narrarte todo lo que le está aconteciendo, de pe a pa. Todo comienza por un «Bue…». So riesgo de parecer desagradable, y si no puedo escapar de la situación, yo corto en seco con un «epa, era una pregunta de cortesía», o, si tengo menos confianza, un «ahorita estoy apurada; luego te llamo para que me cuentes». Una situación semejante en un país con cuatro estaciones se refugia en la temperatura. En Venezuela nadie sabe cuánto marca el termómetro. Los locutores de radio y televisión pierden el tiempo leyendo el pronóstico del INAMEH (sólo en Venezuela a alguien se le ocurre bautizar a un instituto con un nombre que transformado en siglas culmine con una h, que es silente). A la audiencia los vaticinios climatológicos no pueden importarle menos. Les saben a carato de parcha. En Caracas, la gente mira para Petare y sabe, sin que lo diga meteorólogo alguno, si va a llover. Y cada ciudad o pueblo tiene su Petare.
En Venezuela, no entendemos qué es eso de «perder el tiempo». Tampoco nos importa la precisión en la distancia. Aquí todo el mundo llega tarde o antes de tiempo, nunca a la hora. Y las distancias siempre tienen un «como» por delante. Un lugar está «como a dos cuadras», «como a dos kilómetros». Lo mismo ocurre con los tiempos. Cualquier horario está precedido por un «como». A mi marido lo cremaron. Y en la funeraria me dijeron: «Véngase como a las 11, que puede ser que para esa hora ya estén las cenizas». Los extranjeros no latinos que viven en Venezuela o están de paso no entienden nada; se horrorizan y sufren.
La imprecisión parece ser nuestra marca de fábrica. Está en nuestro ADN. Así las cosas, no puede sorprendernos que con todo este asuntillo procaz del saqueo a las arcas de la Nación (a saber, nuestros bolsillos, el suyo, el mío y el de todos los venezolanos) se escuche decir que «el desfalco fue de como XX mil millones de dólares». ¿Cómo es eso de «como»? Y entonces me viene a la mente Oscar D’León, quien suele incluir un «como» en sus canciones. Y también recuerdo que Oscar se afinca sobre las r en palabras claves. Y dice amorrr, colorrr, saborrr, temorrr y dolorrr. De este último en Venezuela tenemos en abundancia. Aunque no lo midamos con precisión.