Jean Maninat

Comunistas – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Los comunistas son buenos… hasta que llegan al poder y son pésimos. Toda familia que se respete ha tenido uno entre sus miembros, el tío favorito de los muchachos, el descreído que no iba a misa, esperaba afuera de la iglesia en los bautizos y se sabía de memoria las grandes gestas militares de la Segunda Guerra Mundial. Sí, es verdad, creían que la Unión Soviética era un faro de la humanidad y que Stalin era el padrecito bueno o el titán de acero, según los vaivenes de la discusión de sobremesa. Se sabían la letra de la Internacional y algunos -los más afortunados- hasta conocieron París en un memorable viaje en ruta a Moscú, que les había otorgado el Partido en premio a su fidelidad incuestionable al credo ñángara.

Eran honestos, trabajadores y -salvo excepciones- “pobres como un gato del Coliseo” al decir de Pasolini. Solían ser carne de prisión, de GULAG o de la ley del hielo entre camaradas, si una distracción los agarraba pronunciando el nombre de un innombrable. En general eran tan buena gente como podía serlo cualquier bípedo de a pie, quince y último. Entusiasmados, “solían escribir con su dedo grande en el aire: ¡Viban los compañeros!” según deletreó Vallejo. Y con el mismo dedo grande señalaban las iglesias a quemar y los curas a colgar.

Cuenta Vasili Grossman en Vida y destino, que los militantes comunistas presos -junto a mencheviques, social revolucionarios, anarquistas et al– en las cárceles estalinistas, aceptaban su culpabilidad estoicos porque “el partido nunca se equivoca”. Es -nada casualmente- la misma fe inquebrantable que lleva a un miembro de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) en Cuba a la canallada de denunciar a su vecino y condenarlo socialmente, o a Katow -el organizador comunista- cederle su pastilla de cianuro a dos jóvenes chinos frente a los terribles torturadores del Kuomintang en La condición humana de Malraux.

Hoy, cualquiera que proclame un mínimo de eso que llamaban ridículamente “sensibilidad social” (que sostenga, por ejemplo, que la gente debe tener derechos básicos, así sean chiquititos: cruzar cuando la luz está en verde, digamos) puede ser acusado de redomado comunista, rojo, mandril en cuatro, traidor a la Patria, o cualquier Denominación de Origen Peligroso Controlada (D.O.P.C) al gusto del nuevo macartismo en auge. La denominación de comunista es lanzada “sin ton ni son” y agrega especímenes tan variados como Castro y Obama, Lula y Xi Jinping, Mamdani y Bad Bunny.

Los duendes de la política suelen tener un sentido del humor endiablado, y este domingo, en pleno albor de la era de la IA, una militante comunista de nombre afrancesado, Jeannette Jara, se enfrentará en la urnas de votación presidencial de Chile a una cuadrilla de candidatos que son anticomunistas desde que eran espermatozoides. Los comunistas de verdad, de hoz y martillo, de filiación indoblegable, de museo y naftalina, folclóricos y nostálgicos, siguen allí somnolientos, como figuras de museo de cera, hasta que dan el salto y entonces son de temer… pueden arruinar cualquier fiesta.

 

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