Si uno se tomara diariamente un ansiolítico, que no se consigue en los expendios farmacéuticos, quizás leería mejor la catarata de twits, mensajes de whatsapp, emails, notas, etc. que nos inundan la cotidianidad. Pero le hacemos el juego al gobierno y a la crisis cuando reaccionamos sin mayor reflexión ante las «informaciones» que recibimos. Le pongo las comillas a la palabra porque lo que nos llega no es sino un amasijo de datos incompletos, descontextualizados y en muchos casos alterados. De nada sirve pedirle a la gente que antes de rebotar lo que recibe es bueno que controle sus deditos e intente corroborarlo. Los periodistas aplicamos una norma: una información, sobre todo si es clave o muy importante, debe pasar el filtro de tres confirmaciones. Eso nos enseñaba el profe Omar Verá López por allá lejos cuando yo estudiaba en la universidad. Esa norma no la aplican muchos colegas pero, más dramático aún, ni siquiera la conocen los millones de reporteros silvestres que existen en el marasmo de las redes. Así, en Venezuela los ciudadanos son objeto de bombardeo diario y constante de información distorsionada que en nada contribuye a la toma de decisiones educadas.
No parece haber manera de luchar eficientemente contra eso. No es, por cierto, un fenómeno estrictamente venezolano. Ocurre en muchos países. Incluso en naciones muy desarrolladas. La desinformación hace muchísimo daño a la salud física, mental y espiritual, mucho más que la falta de información. Así que hay que defenderse.
Aquí van algunos consejos. No lea todo lo que le manden, ni vea la interminable repetición de chismes y rumores vertidos en miles de vídeos y audios. Usted necesita información veraz y oportuna, interpretación y explicación profesional, no palabrerío petulante de casa de vecindad. Busque dos o tres economistas, sociólogos y periodistas del más alto nivel, cien por ciento confiables. Esos, los que saben y saben explicar. Créame que con lo que ellos dicen basta y sobra.
Evite a toda costa los cuenta cuentos, los que saben de algo porque tienen un primo que está de amores con la cuñada del segundo secretario del ministro o el chofer de quién sabe cuál general. Ese es un habla paja y la mitad de lo que dice es producto de su imaginación calenturienta o, peor, de su frivolidad en el tratamiento de un problema tan grave como el que estamos viviendo.
Haga catarsis con sus amigos,sus familiares, sus compañeros de trabajo. Pero no convierta la crisis en el único tema de conversación. Eso es terriblemente desgastante y, además, no sirve para nada. Puede incluso convertirse en fuente de pleitos dolorosos, diatribas estridentes y discusiones agotadoras. Si la solución a la debacle que vivimos estuviera en conversaciones entre panas hace largo rato que la crisis estaría en la categoría de prueba superada y yo estaría dedicada a la literatura.
No tome decisiones en medio de un ataque de nervios. Sus posibilidades de equivocación son directamente proporcionales a las prisas. Y en este caso, del apuro no queda apenas el cansancio, queda el reguero. Una decisión tomada en medio de severa angustia puede traducirse en un error garrafal que luego no le sea posible enmendar. Un amigo remató su apartamento en una cantidad despreciable porque se dejó llevar por la ansiedad. Cada día me recita versos de arrepentimiento.