¿Por dónde corren las lágrimas? - Carlos Raúl Hernández

Contra el sentido común – Carlos Raúl Hernández

Publicado en: El Universal

Por: Carlos Raúl Hernández

El sentido común, trampa de las apariencias, fenomenia, lo que parece ser y no es. Salimos a calles de piso firme y edificios inmóviles, pero la tierra vuela a más de cien mil k/h, el sol no “sale” ni “se pone, sino ella es la que rota y se exhibe a la luz y parece plana, pero es redonda. El sentido común dice que la inflación obliga a subir salarios, congelar los precios y sí la moneda se devalúa hay que controlar su valor. Pero el sentido sabio demuestra hasta la náusea que eso es bull-shit. Sin experiencia ni saber específico en política, caminan al pantano de las ánimas, a la trampa del sentido común, y “a mayor oscuridad más cerca el abismo”. Mientras menos saben de las complejidades, más seduce lo aparente. Max Weber dice que también las lógicas del político y científico social son opuestas porque uno “busca la verdad” y otro el poder, pero con una poderosa especificidad. Un líder estratégico o político de Estado consigue el hilo de Ariadna que une la verdad con el triunfo y así como los malos médicos son “matasanos”, se diferencia del político medio o “politiquero”, que pisa todas las minas. Por eso la ciencia tiene que servir al hombre de acción, complementar la intuición del político de Estado, que decide en condiciones únicas e irrepetibles, incertidumbre.

Algunos presumen de profetas, pero la realidad es que los efectos de una decisión solo son relativa y probabilísticamente previsibles por el gran peso de la conjunción entre la capacidad estratégica del líder, la reacción del adversario y el azar. La planificación estratégica parte de actuar evitando la “sobrecarga de riesgo” para preservar las fuerzas, hacer apuestas seguras y no jugarse el resto (a menos que no tenga nada que perder) porque en la política no hay final. Después del gran error, el tonto se voltea airado contra quien lo previno y se alista para el nuevo error. La previsión científica casi exacta opera en fenómenos recurrentes de la naturaleza, no en la sociedad. Marx dañó el pensamiento político con el determinismo económico-histórico. Lo evidencia una famosa polémica anglosajona entre Carl Hempel, positivista-determinista autor de la teoría covering-law-model: solo hay explicación científica cuando las conclusiones se deducen de una ley histórica general, como en la física o la química. Sabemos que cuando el agua baja de -4 c, aumenta su volumen y rompe el radiador del auto en una helada. Igual los marxistas establecen su esquema general: pobreza, corrupción, crisis, descrédito de las instituciones, injusticia social, riqueza de los ricos y explican cualquier fenómeno social (“si provocamos sanciones internacionales y arruinamos a la gente, se romperá la unidad militar y derrocarán al gobierno»).

William Dray afirma que la explicación científica es válida cuando capta la intención, el objetivo humano. Filósofo anti positivista canadiense, desbarata ese simplismo. Como casi todos los autos en climas fríos funcionan normalmente, esa no es la explicación y el daño se debe a razones no deterministas 1) al mecánico se le olvidó poner el aditivo 2) el mecánico, deliberadamente no lo puso 3) Un ayudante mintió al mecánico y le dijo que lo había añadido 4) Al dueño del auto no chequeó el trabajo. En el largo fracaso de la oposición venezolana se cumplen todas esas alternativas. El guerrero, dice Tsun Zu, está obligado a conocerse a sí mismo y a su enemigo, estudiar la coyuntura y saber qué se juega el adversario y hasta dónde está dispuesto a llegar. Weber afirma que el conocimiento científico debe determinar factores de riesgo, “aislarlos y reducirlos”, localizar las amenazas contingentes, a veces difíciles de reducir. El líder estratégico no es cualquier cabecilla, sino quien ve el error potencial cuando otros no lo ven. Lo fueron Betancourt, Lenin, Togliatti, Adenauer, Churchill, Eisenhower, Gorvachev, Pepe Mujica, Cardoso, Clinton, Felipe González. Pero catastrófico es cuando no perciben inexplicablemente el error que viene con estruendo. Lo demuestran 25 años de fracasos en Venezuela, como los insólitos eventos de 2018-19.

“Hicimos todo lo que pudimos” o “solos no podemos”, “no podía ser de otra manera”, diría Weber, son autoengaño retrospectivo de causalidad, contrario a la esencia de la acción política, cambiar las condiciones. Pero el 15 de enero de 2016 juraban que sacarían al gobierno en seis meses con “cualquiera entre varios métodos” y nunca entendí aquella sobrehumana ingenuidad, lo mismo que la manía infantil del RR. La frase que calzaría es más bien “lo hicimos todo, pero mal”. Jugadores doble “A” que el destino puso un día en las grandes ligas, batearon jonrón, pero corrieron hacia tercera ante el asombro y burla del equipo contrario, efecto del factor humano, no de las condiciones. Cuando Chávez salió de la cárcel, tenía casi nada a favor, un candidato folklórico, que luego puso la mitad del sistema a su servicio y la otra mitad a hacer locuras. Derrocan para él a Carlos Andrés, quien hacía un gobierno brillante, dieron la razón al 4F y le entregaron las masas. Procede preguntar “¿qué habría pasado si en 2018-2019 no estuviera Guaidó sino Chamorro, Alywin, Betancourt, Havel o Walesa”? ¿Y si con gran respaldo popular establece un entendimiento con Maduro como en Chile o Nicaragua? Algo tan escandalosamente claro no lo vieron Guaidó, Borges, López, Machado, Capriles ni sus comandos, asesores, curas, políticos, empresarios, periodistas. Pero esa camada política podrá decir “no llegamos al poder, pero somos ricos”.

Ese era el momento para que Machado planteara negociaciones y se convirtiera en referencia providencial para el futuro, en vez de proponer invasión y golpe de Estado. En el punto climático, no supieron ver más allá del lugar común (o sentido común). Además, la política exige no tener nervios en la lucha por la objetividad, como recomienda Weber. No soltarse de lengua y de malas artes para decir verdades-necedades irrecuperables y saltar al cuello de quienes hacen el favor de alertar, como facturan aún hoy los sobadores profesionales que los han llevado por 25 años al cadalso. Leo Strauss en su obra Derecho natural e historia, procede a su nivel como un fan y considera que insistir en la objetividad, el equilibrio intelectual, hacen de Weber casi un nihilista. Razona como honorable taxista ilustrado y dice que se requiere una ciencia de los valores, un juicio moral sistemático (como si no existiera), porque de lo contrario la humanidad haría desmanes, como si antes de El político y el científico no hubiera cometido los más terribles. Dice que si la obra de Weber cumpliera con ese paradigma de objetividad, sería aburrida e ilegible y que es inevitable hacer juicios de valor. Un buen texto “valora” entre Hitler y Churchill, pero si no explica cuidadosa y objetivamente lo que le permitió al primero apropiarse del mundo, es un manifiesto antinazi y no aporta.

Los políticos están bajo el ojo público, y los valores, “la cuestión maquiavélica”, deben mantenerse en área segura, por mucha liberalización de las costumbres. Y cuidarse del moralismo, arma de doble filo y recurso para ganar votos. Cuando se planteaba la necesidad dramática de no abstenerse ni abandonar los espacios de poder, la respuesta fue imprecación moral contra quienes defendían la participación, igual con los acuerdos ahora benditos. Baldaron ambos y ahora quieren rescatarlos sin molestarse en explicar a la opinión pública. Pretenden que no pasó nada, que convencerían al adversario y fingen ingenuidad con afirmaciones tan alarmantes en adultos como que “la inhabilitación no existe” o “la habilitación la da el pueblo” (un conocido pirata dice que “el doctorado lo da el pueblo”), “formo parte de las negociaciones sin involucrarme”. Si alguien se hace el tonto, le pueden creer o le pierden el respeto. Hay relación entre las palabras y las consecuencias. Buscones y sobadores tienen el papel de decir que la crítica es malsana. Robin Colingwood, infrecuente entre nosotros, plantea que muchos estudian los hechos como quien acude a una obra de teatro, ven lo que pasa, aplauden y se van. Pero se requiere un esfuerzo superior: conocer la obra, la vida de los actores, ponerse en sus zapatos, saber del director, entender sus objetivos. Familiarizarse con su pensamiento, sus capacidades, examinar como toman decisiones, a quienes consulta, y naturalmente los resultados. En la política las cosas no pasan, sino que se hacen y hacerlas es vector de la relación destreza torpeza. Hay meterse en la piel los protagonistas.

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