Por: Jean Maninat
Estambul, en las orillas del estrecho del Bósforo, donde conectan el mar de Mármara y el Mar Negro, es una ciudad escenario, un corredor por el que han circulado espías y contrabandistas, millonarios y cazafortunas, actrices y wannabes de toda condición, y fue el destino final del mítico tren que partía desde la Estación del Este en París y llegaba a la Estación de Sirkeci en la parte europea de la ciudad: el Orient Express. Es cierto, tiene usted razón, Agatha Christie fraguó su más famoso crimen en sus vagones.
El 2 de octubre de 2018, el periodista y disidente saudí Jamal Khashoggi se dirigió al consulado saudí en Estambul atraído por la promesa de que le serían entregados los documentos necesarios para casarse con una ciudadana turca. Un trámite banal, casi de oficio, pero que bajo los regímenes autoritarios puede convertirse en un verdadero infierno: con tan solo un movimiento del dedo índice sobre el teclado, individuo y pasaporte pueden pasar al limbo de los indocumentados. Jamal Khashoggi, periodista, nada menos que del Washington Post, nunca volvió a salir con vida de la sede diplomática saudí. Esbirros del gobierno saudí lo asfixiaron in situ, descuartizaron su cuerpo y desaparecieron sus restos. Luego de los dimes y diretes de rigor el caso sería enterrado, como los despojos del periodista y disidente saudí.
¿Por qué se dejo caer un caso tan flagrante de asesinato, del cual habrían incluso videos que mostraban a los asesinos en plena acción? ¿Qué seguridades tendría -y a qué nivel ofrecidas- para que un veterano periodista cayera en la trampa letal como un novicio cualquiera? Todas las miradas, cámaras, teléfonos inteligentes, grabadoras y micrófonos, más los susurros temerosos de los entendidos, apuntan a una sola persona: Monhamed Bin Salmán,
el príncipe heredero saudí y poder real detrás del trono, después de haber “neutralizado” a todos sus posibles contendores en la Casa de Saúd, la dinastía gobernante en Arabia Saudita.
(Según relata Giuliano da Empoli en su más reciente libro La hora de los depredadores (Seix Barral, 2025), MBS los habría convocado al Ritz-Carlton de Riad para una reunión a la que no podían negarse y una vez en sus aposentos, unos servidores les habrían repartido simples pijamas y ropa interior blancas, para soportar una estadía forzosa de tres meses, donde habrían de “confesar” todos sus actos de corrupción y aceptar las condiciones de MBS para pagar sus culpas y salir del cautiverio hotelero al que los tuvo sometidos. Verdad o fantasía, no estamos hablando del principito de Saint-Exupéry).
Todo lo anterior no habría pasado de ser una anécdota de exotismo saudí que el silencio petrolero acalla y las democracias occidentales acatan, de no ser porque el inquilino reincidente tirara la Casa Blanca por la ventana para recibir a MBS, y reunirle a un selecto grupo que incluía desde el renegado Musk al nada tonto de Cristiano Ronaldo, en un ágape que se quedó corto porque el Ballroom de la residencia oficial no está todavía a la altura de tales celebraciones.
Preguntado por la prensa acerca del asesinato de Jamal Khashoggi, el presidente de la primera democracia del mundo respondió: “son cosas que pasan”. Dime con quién andas…





