Cosas que se pierden

Por: Sergio Dahbar

A veces pensamos que Europa representa la salvación del humanismo, frente a la barbarie que crece en otras latitudes como la hierba mala. En 1997 leí un manifiesto que era a la vez un obituario de uno de los monumentos de la cultura universal.

Lo escribió el historiador inglés Hugh Thomas y lo llamó “La vista desde el S.8’’. Trataba sobre la inexorable desaparición de la Sala Redonda de Lectura del Museo Británico. Una catástrofe rotunda. Una señal oscura de los tiempos que conoceríamos.

Toda biblioteca resume en sus entrañas buena parte del conocimiento del universo. En sus anaqueles reposan las huellas de la inteligencia humana, conservada en libros. Nada menos que el legado de Gutenberg al alcance de la mano.

La sala redonda de lectura del Museo Británico fue fundada en 1857, gracias a la conjunción de esfuerzos intelectuales de arquitectos, científicos, administradores y un revolucionario italiano, Antonio Genesio Maria Panizzi, quien se exilió en Londres, supervisó su construcción y se convirtió en gran factotum.

Gracias a su empeño, a veces rayano en la locura, diseñó aquella sala para que se convirtiera en uno de los centros culturales más importantes de Europa. Y lo consiguió. Su nombre hoy brilla con peso específico entre las biografías ilustres que conserva en su vasto vientre la  Enciclopedia  Británica.

En esta sala escribió El Capital Karl Marx, mientras en otra mesa Thomas Carlyle encontraba el hilo de su monumental  Historia  de  la  revolución  francesa. Todos los ríos de la inteligencia parecían conducir a esta sala, adoptada como casa de estudios por Virginia Woolf, sir Walter Scott, William Thackray, Robert Browning y, por supuesto, Charles Darwin. Madame Blavatsky supo entrever la luz del conocimiento esotérico en este rincón circular de Londres.

Era en palabras de Hugh Thomas “la biblioteca de trabajo más confortable y hermosa de Europa’’. La Lorenzana de Florencia es una joya, algo incómoda. Tal vez su única competidora válida haya sido la Nacional de París, fundada también en el ochocientos, durante el segundo imperio -una época luminosa para quien considerara una virtud la lectura-, pero fue reubicada en un hangar de la estación Austerlitz.

Viví la desaparición de la Sala Redonda de Lectura del Museo Británico como el anuncio de un mundo sin libros. Han pasado 16 años desde aquel funesto día y no me canso de observar señales que guían el paso hacia un horizonte donde el libro cada vez vale menos.

Tener un libro, leerlo, guardarlo para que un hijo lo disfrute y pueda continuar el ciclo que comenzó muchos siglos atrás, no es un valor esencial hoy en día. Las familias no saben qué hacer con los locos, con los viejos y con los libros.

Para un emprendedor siempre será más excitante hacer dinero que construir una biblioteca personal con textos fundamentales. Hay millonarios que compran libros por metros, pero eso es un gesto que no tiene relación alguna con la cultura.

Frente a este panorama, me deleito al leer la noticia de Antonio Cancela. Es gallego y tiene un hermano que se llama Juan. Ambos se precian de tener la mayor colección de guías Michelin del mundo. 730 volúmenes de todos los países donde se han editado. Lo cuenta el crítico gastronómico José Carlos Capel, de El País.

Las primeras ediciones gobiernan esta colección con la autoridad del tiempo. Poseen la que se editó en Francia en 1900, cuando circulaban apenas 2897 automóviles. Son coleccionistas los hermanos Cancela, pero además organizan los contenidos, ordenan la información y la ingresan en internet.

Tienen en sus manos la guía Michelin francesa que el alto mando aliado solicitó que se reeditara (era la de 1939) porque poseía la cartografía más precisa. Esa fue la tuvieron en sus manos americanos, ingleses y canadienses cuando desembarcaron en Normandía.

Existían balnearios que cobraban estacionamiento a aquellos visitantes que llegaran con una Michelin bajo el brazo. Algunos talleres las regalaban si cambiaban un caucho. Ciertas guías incluían un rombo para indicar aquellos hoteles que ofrecían cuarto para revelar fotografías.

Para los hermanos Cancela las guías Michelin son un mito. Y para la humanidad los libros representan una fortuna, una forma de preservar una historia que de otra manera se esfuma, como cuando tenemos arena en la mano y la soplamos. Así nomás.

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