Publicado en: El Universal
“La estupidez es más poderosa que nosotros”.- Oscar Wilde
Oscar Wilde, uno de los más brillantes escritores de la historia, terminó en 1900 guiñapo y luego cadáver en un humilde hotel de París a los 46 años, víctima de la persecución de los farsantes y las farsantas en la Inglaterra victoriana. No pudo soportar la tenebrosa cárcel de Reading, penado por mantener una relación sentimental con lord Alfred Douglas, que duró caóticamente hasta su muerte. Cada sociedad encubre las liberalidades morales de la gente con un tinglado necesario de fingimientos, protocolos, seudo conservatismo, útiles para la cohesión social, para que cada quien pague su dosis de disimulo y haga lo que le da la gana.
Pero sobre Wilde cayó en deslave una montaña de animales podridos, tal vez por el resentimiento que despertaban su brillo e irreverencia. Un periodista le preguntó cuáles consideraba los mejores cien libros y respondió “no puedo decirle eso porque hasta ahora solo he escrito quince”. El padre de Lord Douglas era el marqués de Queensberry, un patán de cuna de oro, a quien se recuerda por formalizar las reglas del boxeo, y porque juró y cumplió destruir a Wilde para castigarlo, no así a su hijo, por supuesto. Cualquier rememoración del lejano tema recogía unánimes reacciones de horror y dolor por un acto tan inhumano.
Ese repudio es más obvio luego de la revolución sexual de los años 60, y de los sucesos de Stonewall en 1969, que se conmemoran como el Día de la dignidad gay. Luego de ambos acontecimientos se creía haber conquistado una vida social más respetuosa con la privacidad de cada quien. Pero con asombro observamos cómo en la segunda década del siglo XXl se podría repetir a escala el caso Wilde, esta vez con Kevin Spacey. Siempre estamos a un paso de regresar a la Edad Media. Aunque usted no lo crea.
Acosador: demuestra lo contrario
Después de centurias de cacería de herejes, judíos y brujas, la calidad del proceso judicial dio un salto humanizador. Surge el juicio acusatorio, en el que se presume la inocencia del acusado, éste tiene derecho a la defensa y la fiscalía está obligada a probar la comisión del delito. En el caso de Spacey se procede hasta ahora al modo de un tribunal de inquisición. Como en la cacería de brujas, basta un señalamiento sin pruebas, que hasta ahora no se exigen, ni tampoco hay posibilidad de conseguirlas, para abrir un juicio al actor por acoso sexual a otros varones hace nada más que 30 años.
Como si fuera un crimen contra los Derechos Humanos, tortura, genocidio, esta especial sospecha de delito no prescribe, aunque no haya pruebas, ni indicios firmes. Previamente perdió sus trabajos, muy posiblemente su carrera y la opinión pública ya lo condenó, independientemente de que el tribunal lo exculpe. Varias paradojas: no sabemos qué consecuencias podrán tener, sobre todo a partir del desconcertante video que publicó los últimos de diciembre, donde sugiere que la causa es insostenible y se cuela que puede venir a la contraofensiva como Morgan Freeman contra CNN, con una lluvia de demandas que mojaría varias cabezas.
Eso podría hacer desistir a los cazadores de fortuna que dan vueltas como tiburones. Una es que se produce contra un actor homosexual, en momento de auge de las políticas llamadas “de género” en ciertos fondos intelectuales, en ese lenguaje bufo y retorcido que al mismo tiempo encubre un retorno salvaje al espíritu conservador y reaccionario de los años 50 y el macartismo. Esa jerga que convirtió la Constitución de Venezuela en un panfleto impresentable de “concejales y concejalas”.
Más bella será tu mamá
En España están prohibidos los piropos y según cuenta Javier Marías, en Wall Street los brokers varones no quieren ni hablar con las mujeres para evitar riesgo de procedimientos judiciales por acoso. En Francia planean multas de 90 euros para quien diga algo a una mujer en la calle. Neflix estableció que nadie puede mirar a otra persona cinco segundos fuera del rodaje porque podría ser objeto de una acusación. Si usted se burla de la leyenda negra izquierdista sobre la colonización española y el mestizaje que produjo la nueva etnia latinoamericana, saldrá escandalizado algún pájaro de mal agüero, algún disfraz lloroso de Teresa de Calcuta.
Esta maraña de medianía, fingimiento y ánimo destructivo, es parte del mismo tronco. El asalto de lo políticamente correcto, ahora con el ímpetu de pequeños grupos feminazi que determinan lo que deben o no aceptar o hacer las mujeres. Por fortuna en 2017 un grupo de actrices europeas publicó un documento que fijaba posición racional ante la amenaza de Metoo de crear un mundo de autómatas hostiles que caminan sin mirarse.
Hace poco una activista de Podemos decía que en cada penetración la mujer se arrodillaba moralmente al patriarcalismo, la dominación, encarnaba la sumisión y el machismokapitalista. Una tuitera le respondió simplemente “tal vez señora, pero puedo vivir con eso”. La ola doblega a algunos y crea preocupación en todas partes porque arranca de suponer que quien denuncia un acoso no miente, como los acusadores de Spacey, y basta su palabra para desatar los demonios contra alguien. Muchos savonarolas andan sueltos con un atavío progre.
Lea también: «Asuntos del corazón«, de Carlos Raúl Hernández