Por: Jean Maninat
Ahora sabemos con certitud que Milei ganó las elecciones presidenciales en Argentina, pero desconocemos cuál Milei ocupará despacho en la Casa Rosada. Las tantas formas de ser Milei, sus constantes transfiguraciones, la tramposa magia del prestidigitador de esquina: ¿dónde está la bolita, dónde está la bolita?, el envalentonado compadrito o el gatito apaleado inspirando lástima en un debate, el león o el cordero. Allí está parte de su arte, un tanto de Macbeth, un tanto de Falstaff. En dosis suficientes para encantar masas de a pie e intelectuales en la búsqueda permanente del macho alfa que les enseñe los dientes.
Las masas votantes -víctimas y victimarias a la vez- se ofuscan con el más hábil vendedor de reparaciones históricas, el más ocurrente surtidor de chabacanerías, el más diestro en el insulto, el más atrevido a la hora de mostrar su rabia justiciera y señalar culpables: la casta, los de arriba, los de abajo, los de al lado, aquel y el de más allá, los recién llegados y los por llegar.
Los intelectuales -a izquierda y derecha- le rinden culto personal hasta el más allá de su desaparición pública y física pues sus líderes nunca mueren, tan solo se transforman en polvo heroico que flota en la galaxia a la espera de regresar para hacer justicia una vez más.
Desde los estudios de televisión (las antiguas tarimas mitineras de hoy día)
los autoproclamados representantes del pueblo, -a izquierda y derecha- socavan la institucionalidad democrática con una prédica redentora que usualmente recubre un ego disparatado, enfermo de sí mismo. Institucionalizan en la política el arte de la duplicidad, del engaño, prometen lo que saben que no pueden cumplir pero que entusiasma a los ciudadanos y luego los deja inermes, una vez más engañados, rumiando su refortalecido desencuentro con la democracia. (“Al final, hermano, todos son iguales”).
El problema del recién electo presidente argentino no es que hable con sus perros muertos (algunos hablan con sus perros vivos), ni que luego de denunciar a la casta se alíe con dos connotados representantes de esa estirpe maldita, ni que haya insultado al Papa (ya su Santidad lo llamó para felicitarlo desde el 666 su número privado), ni que quiera legalizar el expendio de órganos humanos como quien despacha churrascos, al fin y al cabo millones de personas le votaron precisamente por esas salidas tan suyas. Por ahora, muchos respiran aliviados bajo el argumento: “loco, fíjate que ya no está tan loco” o “no te preocupés ahora viene Macri y lo modera”, en fin, que el engendro con motosierra dará paso al civilizado doctor Jekyll, todo modales y buenas costumbres él.
Además, Argentina se convertirá en un país moderno con una economía abierta y próspera, el peronismo desaparecerá para siempre de la faz de la tierra, Messi ganará las próximas elecciones presidenciales y chamo, marisco de paso el loco que no está tan loco nos echa una manito para salir de tú sabes quien…
¿Cuál Milei?