Jean Maninat

Cuando el destino nos alcance – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

El destino es compañero veleidoso, a veces algo travieso, pero en términos generales juega limpio y avisado. Los humanos desarrollaron las estadísticas para tratar de prevenirlo y seis balas en una recámara pueden acotar una vida en juego. Para convivir con él se le sitúa adelante, o detrás acechante, nunca en el asiento del copiloto, ni entremezclado prosaicamente entre insalubres billetes y plásticas tarjetas de endeudamiento en la cartera. Es un compañero incómodo, como la señal de alarma que nos indica que no nos hemos abrochado el cinturón de seguridad y que si nos desmadramos la figura en contra del parabrisas, será solo culpa de nuestra desidia. Fasten your seat belt, fasten your seat belt…

Los griegos, sabios como eran para engatusar a sus lectores del futuro, inventaron el alibi perfecto: las Moiras, deidades a cargo de fijar desde el nacimiento el acontecer de las personas, que tenían derecho al pataleo -como el lloricas de Héctor frente Aquiles-, pero ningún chance de hurtar el lote que les había sido adjudicado. Incestos y traiciones, adulterios y violaciones, estropicios entre dioses y humanos los lavaban entre ellos y sus lavanderas del alma. Pero llegó el monoteísmo y mandó a parar: cada quien tiene que dar cuenta de sus acciones, no estamos para guachafitas paganas.

Ah, el Homo sapiens, creó la regla y la trampa al mismo tiempo, se dio el libre albedrío, situó el destino allá adelante, adelantote, al final en el horizonte (que siempre sigue siendo horizonte por más que uno se acerque a tocarlo), y se dedicó a perseguirlo y a convocar a sus pares en la dudosa tarea de alcanzarlo, siempre al final del camino, del sendero, que solo unos escogidos podían situar. Lo importante no es llegar, es el camino a seguir, solo los templados de espíritu serían recompensados, y solo los ungidos podrían dirigir a los descreídos hacia su destino manifiesto.

Mas… llegó la luz eléctrica, el telégrafo, el motor a combustión, el tranvía, el Metro, la velocidad de la luz, los nanosegundos, la revolución tecnológica, las redes sociales y el final, de repente ya no estaba allá adelante, lejos, lejote en la bruma histórica, estaba oculto en el retrovisor, y ahora se acerca raudo, ahora se empareja, se mantiene allí, a la par, rueda con rueda, impertinente, como exigiendo una respuesta, o cobrando una deuda, allí al lado, exigiendo, exigiendo lo que tanto se había prometido.

Cuando el destino nos alcance…

 

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