Por: Floralicia Anzola
¿Será que las tragedias humanas de los migrantes ocurren tan seguido que ya no importan? ¿Acaso, el mar y la selva se los tragan con demasiada cotidianidad?
Nada más ayer, recuperaron el cadáver de un menor después de que naufragara una embarcación que intentaba llegar al archipiélago español de Canarias. En Pakistán se inició el proceso de recolección de muestras de ADN para tratar de identificar a las víctimas del naufragio del pesquero que se hundió la semana pasada en el Mar Jónico, frente a la indiferencia de la Guardia pesquera griega. 81 muertos y cientos de desaparecidos. Muchos inmigrantes, en su mayoría de Siria, Egipto y Pakistán.
¿ Dónde está centrada la atención de la humanidad hoy?
En la vida de 5 personas, cuatro de las cuales pagaron cada una 250 mil dólares para hacer un viaje en un sumergible para ver, en la única escotilla visible, los restos del RMS Titanic que se hundió en el fondo del mar en abril de 1912.El barco élite e insumergible que probó ser lo contrario.
Cinco personas desaparecidas, adineradas como los propios pasajeros del barco legendario, cuentan con toda la tecnología posible de búsqueda desplegada, mientras que en nuestras pantallas vemos a técnicos explicándonos que quedan minutos de oxígeno, que en el fondo del mar la temperatura baja hasta los cero grados centrígados, que los sonidos que se captaron ayer son indescifrables. Que la presión es mayúscula.
La tragedia humana es eso, la muerte que nos recuerda que ante ella somos iguales de vulnerables. El niño pobre de la patera y el adinerado del sumergible.
Pero en este aliento de cazadores noticias “espectáculo”, la posible muerte de los 5 turistas del sumergible es más relevante, tiene más que contar. Es Thriller, drama, suspenso, potencial heroísmo y salvación. ¿Será que los periodistas no sabemos contar las otras historias?
El que sea tan excepcional hacer este tipo de turismo, ¿convierte a estos turistas submarinos en mejores protagonistas?
Medimos las horas y minutos que les quedaban, nuestro propio reloj del tiempo cambió. De pronto nos imaginamos con empatía qué se debe sentir en un espacio tan reducido, de casi 7 metros por menos de tres, sabiendo que no hay escape y en medio de una profunda oscuridad.
¿cuánto miden los lanchones de los migrantes?, ¿cómo acomodan a cientos de ellos en barcos primitivos e inseguros? ¿cuánto pagan por su viaje? ¿qué puede sentirse al ser arrojado al mar – entre mujeres y niños- ahogando con cada ola el sueño de una vida mejor en otro país?
Toda vida vale, toda vida duele. Ojalá podamos como humanidad voltear la mirada, afinar el foco y conmocionarnos por igual cuando la tragedia llama.