¿Cuándo es «suficiente»? – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Estoy en modo de preguntas. Me ha dado por ahí. Deformación profesional, supongo. Cuestionar, para tratar de entender lo que hay en la mente de los responsables de este desastre en que se convirtió Venezuela, mi Venezuela, nuestra Venezuela.
Tiene que haber una respuesta a mi pregunta: ¿cuándo es «suficiente»? ¿Cuántos millones de dólares son «suficientes»? ¿1, 5, 100, 1000? Este régimen tuvo en estos años varios golpes de suerte. Una estrafalaria cantidad de dólares por ingreso petrolero. Daba para invertir en obras de infraestructura, para maravillarnos con un sistema de salud que fuera la envidia de los países más desarrollados del mundo, para garantizar a cada venezolano una educación de primerísimo primer nivel, para generar cientos de miles de empleos bien remunerados y altamente productivos, para tener sistemas de transporte público deslumbrantes, para la mejor y más eficiente red de comunicaciones digitales y de electricidad, para tener una cuenta de ahorros de muchos ceros a la derecha que hubiera servido de mullido colchón para épocas de vacas flacas, para desarrollar industrial y comercialmente al país por los cuatro costados. Y sí, después de todo eso, hubiera incluso alcanzado para que robaran a manos llenas.
Pero no. No fue «suficiente». No sólo nada hicieron, sino que además destruyeron, colonizaron, canibalizaron, despilfarraron, estafaron, chantajearon y robaron. En una de las muchas entrevistas al hijo de Pablo Escobar, el periodista le pregunta si para su padre llegar a la inmensa cantidad de dinero que contabilizó no fue suficiente. La respuesta fue: «si mi padre se hubiera retirado en sus primeros cinco años de gestión, hubiera llegado a ser el hombre más rico de Colombia, hubiera legitimado todas sus inversiones, hubiera amasado todavía mayor fortuna, no hubiera ido preso nunca, no nos habría destruido la vida y no hubiera acabado tiroteado mientras corría por el techo de su última concha. Pero para él nunca fue suficiente».
Ahora andan muy angustiados. Saben que las sanciones de algunos países los obligarán a la postre a convertirse en exilados en países poco interesantes. Ni aun con montañas de dinero como tienen, se vive bien en la estepa rusa, en las praderas de China, en los barrios de lujo de Belarus, en las desvencijadas calles de Cuba, en el cálido Sudán del Sur, o en la indescifrable Corea del Norte. No es lo mismo ir a parar a esos lugares que pasillanearse a placer y con cuentas ilimitadas por NY, San Francisco, Boston, Miami, Atlanta, París, Madrid, Barcelona, Londres, Viena, Berlín, Bruselas, Buenos Aires, Santiago, Montevideo, etc. El dinero compra muchas cosas, muchos lujos, muchas conveniencias, muchas reverencias, pero por muy abultadas que estén sus cuentas «overseas» no tienen cómo comprar Champs Élysées. Y la calle principal de Pyong Yang (ni siquiera sé si se escribe así) no es ni por lejos igual a cualquier avenida de muchas ciudades del mundo civilizado a las que de a poco se les va cerrando el acceso.  Créanme, no es lo mismo  caminar por el bulevar de Montecarlo que por el malecón de Roatán, aunque la chequera les dé para una mansión allí con grifos de oro y jacuzzi con agua de caviar.
Esto no es entonces tan sólo un asunto de ética, de moral, de principios y valores que, confieso son puntos prioritarios para mí, lo cual a ojos de muchos me hace una redomada e irremediable estúpida, ingenua, «nerd»; es, además, una elemental cuestión de inteligencia y astucia. De saber cuándo es «suficiente». ¿O no? Pregunto, nomás.
@solmorillob

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