Los ciudadanos deambulan por el país. Viven al día, o a la hora. El futuro se resume en el día siguiente. No más. Caminan sin saber, sin entender. Desconocen lo que les espera a la vuelta de la esquina. País devoto de vírgenes y santos, suponen que el eso diario los protege de males mayores. La ingenuidad y la ignorancia son sus peores enemigos.
Parece un sentencia de Dante. A partir del 22 de abril, «abandonen toda esperanza». Pero los ciudadanos creen que ese día será un día más de desdicha. Más de lo mismo. Es un lío entre políticos. Eso piensan. No saben. No entienden.
Henry Falcón. Caray, inexplicable que un hombre con tanta experiencia tenga tan nublada la visión. Que decida hacer dibujo libre y lanzarse por su cuenta es lo de menos. No es la primera vez que alguien no entiende el poder de la sinergia. Lo de más, y por mucho, es la oportunidad desperdiciada en ese micrófono en el CNE. Tirada por el caño. La ocasión para decir cosas importantes y haber optado por la babiecada. Pudo, por ejemplo, haber dicho cosas así: «Yo no estoy aquí buscando un triunfo, sino una necesaria derrota. La derrota de este régimen, la derrota de Maduro y su panda de delincuentes, la derrota de este CNE que es una cueva de malandros, la derrota de la dictadura que ha convertido a este país en una tierra de fantasmas. Le pido a los venezolanos que voten por mí para lograr esa derrota. Yo no voy a gobernar. Porque al día siguiente de tomar posesión del cargo, voy a renunciar y forzar así una nueva elección….». Por ahí ha debido ir la cosa. Con esas palabras, Falcón hubiera hecho un aporte a Venezuela. Hubiera justificado la insensatez de participar en la farsa electoral. Pero no. Su discurso fue vano y banal, politiquero y cursi, lleno de promesas ridículas, mediocre, relamido, gastado. Una repetición de necedades. Una muestra más de surrealismo caudillesco.
La farsa electoral la va a «ganar» Maduro, de calle. Y ahí comenzará la peor parte de la tragedia nacional. Las sanciones internacionales se convertirán en embargos y bloqueos, con incalculables consecuencias económicas, financieras, sociales. Una enorme cantidad de países no reconocerán el «nuevo gobierno». Los vecinos cerrarán sus fronteras. El petróleo venezolano será innecesario. De catástrofe pasaremos a petrificación. En tales terribles circunstancias, Maduro no cederá. No le importará la huida de millones, la muerte de cientos de miles por consecuencia de hambre, enfermedades, inseguridad. Venezuela se convertirá en un enorme gueto, con los «embotados» siendo los señores feudales de siervos de la gleba castrados de alma. Y con muchos más presos políticos.
Lo de menos será el silencio de los medios. O los gritos de los venezolanos en el exilio a través de las redes. O los muchos informes de organizaciones de derechos humanos en los que se resalte el miserable estado de la población superviviente. O las quejas de académicos de las más prestigiosas universidades del mundo declarando que lo que ocurre en Venezuela es una barbaridad. O las palabras de reclamo dichas en púlpitos en iglesias y templos de diversas confesiones.
Nada de eso servirá. La comunidad internacional, como en tantas ocasiones ha ocurrido en la historia de la Humanidad, vio tarde, habló tarde, actuó tarde. Es la irresponsabilidad de la inconsciencia. La política de Poncio Pilatos.
Fácil acude la crítica a la dirigencia política de oposición. Está siempre en la punta de la lengua para soltar el comentario vulgar o en las yemas de los dedos que derraman su hiel en ríos de tuits. Nunca hay la pregunta al espejo. Nunca la mínima reflexión y sentido de la propia responsabilidad. Ser radical está de moda, es «sexy». Un votante dubitativo que escuche o lea a esta gente encontrará amplias razones para acudir al comicio y marcar la fotico del obeso presidente.
Quizás dentro de cuarenta o cincuenta años, cuando Venezuela no exista y haya sido sustituida por una pléyade de nuevas naciones (con nuevas banderas, himnos y gentilicios y en el mejor de los casos confederadas), los muchachos en las escuelas y universidades estudiarán la historia de la primera mitad del siglo XXI. Y será triste, y será incomprensible. Y, sobre todo, será estudiar la estupidez para, ojalá, no repetirla.
@solmorillob