Publicado en: Tal Cual
Por: Laureano Márquez
Recuerda uno que en aquellos recreos de primaria, en remotos tiempos en los que -dada la inexistencia de telefonía móvil y por consiguiente de redes sociales, nos veíamos en la “penosa” (se diría hoy, y también: “gracias a Dios, extinta”) obligación de relacionarnos unos con otros, mirándonos a los ojos y hablándonos- usábamos la frase: “dando y dando pajarito volando”, para indicar que estábamos realizando una transacción de intercambio en la que ambas partes entregábamos algo sin vuelta atrás.
Esta semana, hemos escuchado la frase en boca del candidato que va a ganar, insinuándole a sus hambrientos electores que a cambio del voto, obtendrán mayores beneficios. En la Venezuela de hoy, el principal beneficio al que aspiran los ciudadanos es al de la alimentación, de modo, que en el fondo el candidato lo que dice es que el intercambio es de votos por comida.
La transacción es cruel. Se pone uno en el lugar en lugar de la gente que tiene a sus hijos pasando hambre, necesidades y que se encuentra al borde de la desesperación y a la que no le queda otra que creer que votando por una opción que solo le garantiza más hambre, podrá mitigar el hambre. Someter a un pueblo por el estómago, obligándole a vender su apoyo político por un plato de lentejas es la degradación de toda idea de ciudadanía, de democracia y de libertad. Es la perversión total de la política, es la esclavitud del ser humano.
La idea de política que nos viene de la Ilustración se fundamenta en el principio de que la soberanía reside en el pueblo. Los gobiernos están, entonces, al servicio de los ciudadanos y no al revés. Un buen gobierno, como decía Bolívar, es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible.
«Un pueblo feliz, bien alimentado piensa mejor, elige mejores gobiernos y actúa conforme a principios más elevados. Esto genera lo que se llama un círculo virtuoso: a mejor gobierno mejor pueblo y viceversa»
La perversión de este principio es lo que vive hoy Venezuela, es decir, el “dando y dando”: un gobierno que embrutece y hunde a un pueblo en la miseria con sus políticas absurdas produciendo niveles crecientes de infelicidad y haciéndole dependiente del suministro monopólico de alimentos que solo él ofrece, de manera que rebelarse o mostrar desacuerdo conduzca inevitablemente a la inanición y la muerte. De esta forma, solo la sumisión incondicional permite la supervivencia y si quieres subsistir -qué paradójica elección- tendrás que escoger la opción que a la larga (más bien a la corta) significa tu aniquilamiento total.
Este “dando y dando” le lleva a uno a la angustia fundacional de nuestra nacionalidad cuando, justamente Bolívar, en su discurso de Angostura, vislumbraba la tragedia de edificar repúblicas que tenían poca o ninguna noción de ciudadanía, por no contar con pueblos educados para ser libres y virtuosos, lo que las hacía tierra fértil de tiranías. Como redactando nuestra partida de nacimiento dice: “Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza, y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la Superstición.
La esclavitud es la hija de las tinieblas, un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga, abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil: adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la Libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la Justicia”… La Libertad, dice Rousseau, es un alimento suculento, pero de difícil digestión. Nuestros débiles conciudadanos tendrán que enrobustecer su espíritu mucho antes que logren digerir el saludable nutritivo de la Libertad”
Qué difícil en la Venezuela bolivariana actual, a casi 200 años de aquel preclaro discurso, pensar en el alimento de la libertad, agobiados como estamos, persiguiendo un kilo de harina de maíz, dando y dando, pajarito volando.