Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
“Los necios se vuelven juiciosos ante los daños sufridos; pero las personas avispadas siguen siendo necias por más daños que sufran”.
G. W. F. Hegel
No son pocos quienes han intentado establecer, desde los más diversos ángulos del conocimiento humano, el significado preciso de la palabra “mente”, a fin de dar respuesta a la pregunta: ¿qué es eso a lo que se denomina la mente? Filósofos y teólogos, psicólogos y sociólogos, médicos y juristas, biólogos e informáticos, en las más variadas épocas y bajo el predominio de los más diversos presupuestos o puntos de vista históricos, conceptuales y culturales, la han intentado definir y han pretendido dar de ella una explicación definitiva o, por lo menos, lo suficientemente satisfactoria. Por supuesto, siempre y cuando la respuesta seleccionada venga asistida por la certeza sobre la cosa, es decir, por “eso” a lo que se acostumbra llamar “los hechos”.
El problema es que, como decía Vico, la certeza no es lo mismo que la verdad, aunque la verdad no pueda prescindir del imbricado sendero de las certezas. Y, en efecto, la verdad sin la certeza sería vacía. Pero conviene advertir que la certeza sin la verdad estaría ciega. Solo que para el entendimiento reflexivo tales consideraciones no resultan importantes, porque la prepotencia que se ha enseñoreado del presente no es práctica. Es, más bien, esencialmente pragmática, que no es lo mismo. “Cosas veréis, Sancho”, afirmaba un hidalgo caballero manchego. Infelices son los tiempos condenados por sus propias impotencias. Que no quepa duda: la prepotencia es, siempre, una forma –versátil, sin duda, pero a la larga, inútil– de ocultamiento de la ignorancia. Para muestra bastará un Diosdado. Quien, por cierto, en los últimos días ha pasado de ser un bestión espeluznante a un demonio de Tazmania, en formato Warner Bros, sorprendido en su estupidez por el tío Conejo. Como apuntaba Hegel, “la simple reflexión consiste en el temor de profundizar en la cosa. La reflexión pasa por encima de la cosa y retorna a sí”. Decía Platón que “las cosas bellas son difíciles”. Y no se refería, por cierto, a eso que los venezolanos acostumbramos llamar “corotos” o “peroles”, sino a las cosas en el sentido de la reo griega –o de la res latina–, que significa “hablar con fluidez”, “debatir”, “llevar la causa”. De manera que, como afirma Aristóteles, “las cosas abren a los hombres el camino para proseguir la investigación”. Cosa, pues, no como referencia al objeto inmediato o sensible (ding), sino como aquellas cosas realmente importantes (sache), lo suficientemente importantes como para causar la afección de todos.
Cabe, pues, la posibilidad de que uno de estos delgados hilos o filamentos –filum–, derivados de las anteriores consideraciones, permita conducir al núcleo de la tupida raíz que alimenta el árbol del presente venezolano, y particularmente de lo que se concibe como su mente. Porque, ahora que, precisamente, la cosa –no ding sino sache– ha comenzado a mostrar, de un modo evidente, los inequívocos signos del inminente cambio político necesario, resulta menester contribuir, de un modo decidido e irrevocable, a que se produzca un cambio profundo e igualmente necesario en su mentalidad. Parafraseando la conocida expresión de Spinoza: el orden y la conexión de las cosas es idéntico al orden y la conexión de la mente.
Es verdad que, después de que Descartes la sometiera, le extrajera hasta la última gota de sangre histórica y le pusiera “reglas”, a objeto de “direccionarla”, la mente se hizo término sin sustancia, un término cada vez más laxo y, en ese mismo sentido, poco riguroso, ya que, como todo lo que manipula el entendimiento reflexivo, comenzó a presentar un corpus teorético curtido, agrietado y pustulento, plagado de múltiples prejuicios y presuposiciones. Que si es paralela o distinta a la cosa; que si tiene existencia propia y estatuto ontológico; que si en ella opera la “retroalimentación de los sistemas materiales”; que si se trata de una “experiencia subjetiva creada por la actividad cerebral con el fin de producir un punto de referencia para el movimiento”; que si es un “conjunto de mecanismos de computación específicos e independientes”; que si el “esquema de la estructura elemental del conocimiento”, etc. La “mente concreta”, la “mente práctica”, la “mente abstracta”. En fin, se trata de una infinita sumatoria de certezas sin concreción, mas no de la verdad.
De nuevo, la filología manifiesta toda la fuerza de su historicidad: en sus orígenes mente (mens) significa estrictamente pensar. Pero pensar significa juzgar. El juicio es el pensamiento en actividad, es decir, juzgar es producir, hacer. Por eso mismo, la verdad se identifica con lo que se hace: Verum ipsum factum. Los cambios que ocurren en la historia, como dice Vico, tienen su origen en la mente, en el pensamiento. Y si la historia encuentra sus fundamentos en la comprensión de la mente su estudio resulta de factura esencial y precede al estudio de todas las formas de conocimiento. Y sin embargo, agrega Vico, no es posible comprender la mente sin comprender la historia, dado que en ella se encuentran, efectivamente, las expresiones concretas de la mente, sus ideas y valores. La sociedad es la objetivación del pensamiento, pero el pensamiento es la objetivación de la sociedad. No es posible suspender la cosa y presentarla como algo independiente de la mente. Y no será posible modificar sustancialmente las cosas en Venezuela sin modificar sustancialmente la mentalidad del venezolano.
Toca la hora de una profunda reforma intelectual y moral. Es el tiempo propicio para iniciar la transformación educativa. La tiranía no es solo una forma de gobierno especial: es el resultado de una sociedad en la ha asumido como su forma de pensar y de ser. La violenta barbarie, la malandritud, solo puede ser superada una vez que cambie todo a fondo, cuando desde los hogares, las instituciones educativas y los espacios públicos reine el espíritu de la civilidad. La riqueza material se inicia con la superación de la pobreza espiritual. Cambiar el país radicalmente comienza con el cambio de la mente.
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