Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
“El entendimiento sin la razón es algo”
G.W.F. Hegel
“Todo se ha derrumbado, incluso Nietzsche, y solamente Hegel permanece en pié”
Martin Heidegger a Hans-Georg Gadamer
Cuanto más confianza hay en el mundo -cuanto más tiempo se coloca la sordina sobre la vida y se le obvia-, tanto más se aspira a transformar el pensamiento en experiencia primigenia, en hacer del “ser en cuanto ser” un puro y abstracto pensar. En esos momentos la vida pierde corporeidad, desaparece en la lejanía infinita. Y cuando más se cree responder por el mundo, las respuestas van perdiendo su vivacidad y colorido, porque se pierde el sentido en el momento de resonar la primera palabra de la pregunta: el gran ser de otros tiempos yace deforme y sin contenido, aún envuelto en una imagen iluminada por el remoto reflejo del más allá. La filosofía que logra rasgar el velo impuesto a la vida y traspasarlo conquista, retrospectivamente, la visión de su propia historia y retorna a casa -¡a Grecia!- para descubrir, orgullosa de su origen, cómo, desde los alabados “presocráticos”, su papel ha sido siempre el de la crítica.
No por caso dice Hegel que “la escisión es la fuente de la necesidad de la filosofía, y, como cultura de una época, el aspecto condicionado, dado por la figura”. Como nunca antes en la historia, la sociedad contemporánea padece de un profundo y doloroso desgarramiento. Una escisión medular atraviesa la vida de las formas y las formas de la vida del ser y de la conciencia del corpus social contemporáneo. Todo se ha duplicado en sí mismo; todo se ha desdoblado para devenir in-diferencia recíproca de los términos opuestos. La reflexión del entendimiento abstracto, hija legítima de la filosofía kantiana, lo ha penetrado todo y todo lo ha fijado. La sombra de su formalismo se proyecta sobre las relaciones sociales del presente. El desquicio, lo esquizoide, ha devenido la pandemia que caracteriza el horizonte problemático del aquí y ahora. Jekyll y Hyde son el santo y seña de la sociedad contemporánea. En estos tiempos signados por el “deber ser” -que se traduce en la pérdida del quicio y en la “pecaminosidad consumada”-, la tarea del historicismo filosófico consiste en el esfuerzo de reconstitución de aquel movimiento del pensamiento a partir del cual se pueda irisar la realidad, determinando la manifiesta flacidez de su actual complexión. Se trata del obstinado empeño dialéctico en virtud del cual el conocimiento específico y particular -la ratio instrumental- llega a reconocer sus limitaciones y logra reconquistar la necesaria compenetración inmanente con la totalidad concreta, a objeto de superar la barbarie totalitaria. En este sentido, cual Ave Fénix, la filosofía de Hegel irrumpe de sus propias cenizas, a fin de exhortar al pensamiento a emprender la tarea de sorprender la escisión de sujeto y objeto, de denunciarla y superarla, sin por ello perder el recuerdo de su calvario. La filosofía de Hegel se ha vuelto imprescindible. Negar su actualidad es negar el “aspecto condicionado” dado por la figura del presente.
Es verdad que la filosofía de Kant representa un punto importante en el desarrollo de la filosofía del idealismo alemán. Prueba de ello es el diálogo constante que tienen las filosofías de Fichte, Schelling y Hegel con el criticismo kantiano. Hegel no duda en calificar al pensador de Königsberg de “verdadero idealista”, ya que, para el autor de la Fenomenología del Espíritu, cada filosofía, en sentido enfático, es “esencialmente un idealismo, o por lo menos, lo tiene como un principio, y el problema consiste sólo (en reconocer) en qué medida ese idealismo se halla efectivamente realizado”. De ahí que encuentre en Kant el principio que constituye el punto arquimédico de todo “idealismo verdadero”: la síntesis originaria de sujeto y objeto. Tal es, para Hegel -y lo será para Heidegger- el espíritu de la Crítica de la razón pura. En efecto, la “revolución copernicana” de Kant consiste, según sus propios términos, en esto: “Si podemos probar que nuestras intuiciones a priori, aún las más puras, no producen conocimiento alguno a no ser que contengan un enlace de los elementos diversos que haga posible una síntesis permanente de la reproducción, quedará entonces fundamentada esta síntesis de la imaginación en principio a priori, anterior a toda experiencia”.
En uno de sus primeros ensayos publicados, Hegel muestra su interés y, a la vez, su preocupación por aquél descubrimiento kantiano que, sin embargo, parece pasar inadvertido, ya que la tesis posteriormente desarrollada por el propio Kant llega a concebir el conocimiento como conocimiento limitado al mundo fenoménico y al objeto como algo inalcanzable para el entendimiento humano. Así, la filosofía que hizo del criticismo su templo, una vez reconocido el principio supremo de la correlación del sujeto con el mundo, lo abandona en aras de la dualidad, introduciendo, en su lugar, la doctrina del esquematismo,como intento de solución de la objetividad, perdiendo con ello de vista su propio origen y entrando en clara y abierta contradicción con su propio punto de partida.
Con Kant, pero más allá de Kant, Hegel recupera la dimensión de la imaginación trascendental con el firme propósito de crear un ambiente propicio para la unidad de pensamiento y ser, de sujeto y objeto. En medio de lo que considera como “la superficialidad de las categorías”, Hegel logra mostrar la idea “más especulativa y profunda” de la arquitectura conceptual kantiana. Si la síntesis originaria posibilita la resolución de la unidad del sujeto y del objeto -y con ella la irrupción de la diferencia de lo uno y de lo otro-, entonces, cabe señalar que el sujeto no es menos producido que el objeto por la escisión de dicha unidad, toda vez que los términos en cuestión son sorprendidos cabe-sí en su verdad.
De este modo, hombre y mundo se descubren en su -como dice Marcuse- “imaginarse-en-sí-multiplicidad-en-unidad, ser y saberse productor y producto de lo uno y de lo múltiple: fuerza productiva, como diría Marx. O como señala Lukács, “no se trata de una refutación externa del idealismo de Kant, sino de su superación “mediante el despliegue de sus contradicciones internas”.
Mediada por la paciencia del concepto, la “crítica de la crítica” hecha por Hegel a Kant se revela como el programa conceptual más importante del presente. En palabras de Horkheimer, “si por ilustración comprendemos la liberación del hombre de creencias y poderes malignos, de demonios y hadas, de la fatalidad ciega, es decir, de la emancipación de la angustia, entonces la denuncia de aquello que actualmente se llama razón constituye el servicio máximo que puede prestar la razón”.
Mucho del empirismo clásico inglés, sobre cuyas bases se construyó el edificio del llamado empirismo lógico contemporáneo, está presente en la filosofía de Kant. Denunciar esas lúgubres sombras presentes en su filosofía es, via dialéctica, el mayor homenaje que se le pueda rendir al cumplirse trescientos años de su nacimiento.