De los efectos a las causas (y de las causas a los efectos) - José Rafael Herrera

De los efectos a las causas (y de las causas a los efectos) – José Rafael Herrera

Publicado en: El Nacional

Por: José Rafael Herrera

“La idea de toda cosa causada depende del

conocimiento de la causa de la que es efecto”.

B. Spinoza

 

No hay un “método” en la filosofía de Spinoza, como no la hay en la de Hegel. Tanto para el uno como para el otro, la palabra “método” sólo tiene sentido si retoma su original sentido clásico griego: el de “el camino a seguir”, lo que coincide con el movimiento inmanente del pensamiento y lo aleja de la instrumentalización y esquematización que progresivamente fue adquiriendo después de la publicación del Discours de la méthode de Descartes, hasta convertirse en la delicia del “manual de instrucciones” en el que ha terminado siendo. Cosas muy lejanas al pensar y muy cercanas al entendimiento abstracto y a su enfermiza obsesión por fijarlo todo. En efecto, con los años, y a medida que la modernidad -ese reino realizado del entendimiento- se fue enseñoreando del mundo, la antigua raíz griega (metä y hodos), el “después del camino” que interrogaba acerca del por qué de las cosas, terminó siendo un discurso sobre el cómo en el sentido más genérico e indeterminado: cómo se hacecómo se armacómo se repara, cómo se pega… cómo se… Porque no importan las causas sino solo los efectos, lo que ya está aquí, y es la única “realidad” existente. Hasta el beisbol tiene un “librito”, un manual de instrucciones precisas que, por cierto, nunca nadie ha visto, pero que existe y forma parte del ti stí del play ball nuestro de cada día. Y así también se pretende hacer política, sobre todo cuando ésta se asume como si hacerla se identificara con una gestión gerencial corporativa, como un vulgar negocio de compra y venta, nada más y nada menos.

Los clásicos de la antigüedad y sus legítimos herederos veían las cosas de un modo muy distinto. Uno de ellos, Baruch Spinoza, redacta una reforma del entendimiento, precisamente, con el propósito de enmendarlo, de corregir el error de representarse el método como un vulgar instrumento para armar corotos, como se dice en Venezuela -trastos o peroles- y a la “metodología” como el conocimiento relativo a la adecuada instrumentalización del andamiaje coroteril. “Semejante barbaridad”, diría Hegel. Al punto de que, en los últimos tiempos, ya nisiquiera se pregunta por las causas la las cosas sino sólo se atiende el efecto específico del que se trata. Y esto no solo en términos cognoscitivos en general, sino en salud, en educación, en seguridad, en información y publicidad, en producción de ganancias, en mecánica e ingeniería. Pero, lo que es todavía peor: también en política. Como si los Estados fuesen franquicias. La exigencia spinocista es, en cambio, bastante “clara y distinta”: conocimiento, si quieres conocer la realidad de verdad, tienes que hacer el esfuerzo de conocerte a ti mismo, porque solo mediante ese esfuerzo es posible superar la mecanización propia de los esquemas preconcebidos, las presuposiciones y los prejuicios que impiden concebir las cosas en sus justas dimensiones, en su autenticidad histórica.

En el caso de Hegel, sus intérpretes terminaron trastocando el movimiento objetivo del pensamiento en una predeterminada y -muy- vulgar fórmula que, por cierto, no solo no tiene nada que ver con su concepción de la dialéctica, sino que lo desdibuja por completo: la “dialéctica” de tesisantítesis y síntesis. En el caso de Spinoza, fue preferible convertirlo en un devoto defensor del ateísmo y del materialismo, a fin de desacreditarlo y mantenerlo alejado de una sociedad que se dedicó a las cosas realmente importantes, como la indetenible la producción en serie y el consumismo exacerbado como prototipo de una eficiente relación social y cultural. Si a Bruno -más o menos por las mismas razones- se le torturó y quemó, a Spinoza se le maldijo, se le aisló, se le prohibió y se mantuvo sobre él una estricta sordina.

Esta sociedad del presente es el efecto de sus propias causas. Que se pretenda acabar con la diáspora venezolana y con las causas de la misma es una prueba fehaciente de lo poco que se comprende el problema real, la amenaza creciente, de una muy peligrosa banda que no cesa en sus propósitos de ponerle fin a Occidente, y especialmente a los Estados Unidos de América. La nueva administración del gobierno estadounidense no parece haber comprendido que los problemas de inmigración no se terminan apresando a los malhechores del Tren de Aragua o expulsando a los venezolanos de bien que ingresan, con los pies mojados, al territorio de Estados Unidos, sino coadyuvando a materializar el fin final del régimen gansteril que mantiene secuestrada a Venezuela. De nuevo, los efectos por encima de las causas. No se comprende que pensar, en sentido enfático, es esencial para todo correcto análisis político y que, en esa misma dirección, se debe ir de los efectos a las causas, pues, una vez hecho el recorrido, conviene reiniciar el proceso desde las causas a los efectos para comprenderlos adecuadamente, concretamente, que es justo lo que decía Spinoza en su Tratado para la reforma del entendimiento.

Tal vez, dos ejemplos en esta dirección contribuyan a esclarecer los daños ocasionados por semejante representación -semejante ficción- del conocimiento que, en realidad, fija y diseca mientras se confunde con el fanatismo. El primero: “¡Un auténtico demócrata tiene que votar, tiene que defender los espacios democráticos!”, se dice, no sin vehemencia, como si se tratara de seguir las instrucciones del Manual para demócratas. Y, de nuevo, se trata del “librito” del beisbol aplicado a la existencia de la cosa pública, o sea, a la política. En el caso de la participación de los llamados “sectores opositores”, en la convocatoria hecha por el régimen gansteril para la elección de alcaldías y gobernaciones, el asunto de la metodología se torna en una auténtica aberración. Presuponen, en primer lugar, que ser un fiel seguidor de los principios democráticos es una condición inseparable del acto de votar, no importa ni qué, ni cómo, ni dónde, ni cuándo, ni mucho menos el por qué o el para qué. Simplemente hay que ir votar porque sí, aunque nada se elija.

El segundo: se presupone la existencia de una “paz” y de unos “espacios” políticos que se deben defender a toda costa, con “el cuchillo entre los dientes”, como si efectivamente la una y lo otro existieran en un régimen criminal que acaba de robarse unas elecciones presidenciales y asegurar “la paz”, asesinando, apresando y torturando a una inmensa mayoría indignada, incluyendo a centenares de menores de edad, despojados de todos sus derechos. En lógica proposicional se denomina “falacia de falsa premisa”, dado que lo que se afirma en la premisa mayor imposibilita llegar a la conclusión a la que se pretende llegar. Una labor característica de quienes pretenden atender los efectos sin conocer las causas, lo que, además, los hace members del selecto grupo de populistas, demagogos y colaboracionistas del gansterato que, por cierto, han inundado el quehacer político durante los últimos tiempos. Si se quiere construir una Venezuela digna no se puede transitar por los “caminos verdes” de la indignidad.  Allá los que quieran someter sus tristes existencias ante los hampones. La verdad es que ni la “paz” ni los “espacios” se presuponen y mucho menos pueden ser objeto de mendicidad frente a los secuestradores de una sociedad controlada y sometida por criminales y terroristas. Con gente así ni habrá paz ni habrá espacios. Más bien, conviene hacer el viaje de retorno para comprender las causas y superar los efectos. Por fortuna, la red para atraparlos no para de crecer y de hacerse -aunque en silencio y con el debido sigilo- cada vez más resistente, cada vez más fuerte. No queda otra salida.      

 

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