¿De qué se ríen?

Por: Jean Maninat

La gente tiene derecho a la risa, a festejar sus ocurrencias entre palmadas en el aire y contorsiones arrítmicas como si estuvieran atragantados. Los que los observan sin participar del festejo suelen preguntarse: ¿Qué les causará tanta gracia? Pasa hasta en los entierros, mientras los deudos velan en capilla a su muerto; afuera, en los pasillos de la funeraria, decenas de allegados se abrazan, se saludan con «puñitos» adolescentes, sueltan carcajadas recordando un chiste o las andanzas en vida del difunto.

Pero nadie se pone jocoso cuando siente un movimiento de tierra bajo los pies, por leve que sea, y nota que los estantes  se animan y empiezan a escupir sus cacharros más queridos entre paredes de mantequilla y cristales que vuelan como papelillo; o  cuando quiere pisar fondo y las puntitas de los pies, sin asidero, le recuerdan que no sabe nadar y ante tantos gritos de auxilio y frenesí de manotazos en el agua, el salvavidas lo saca por los pelos a escasos diez metros de la orilla para sonrojo de su mujer y los muchachos.

 Uno de los actos más bochornosos de la pasada jornada electoral, fue la rueda de prensa ofrecida por los altos jerarcas del régimen al filo del cierre de las mesas de votación, con el presidente de la Asamblea Nacional oficiando de maestro de ceremonias y un connotado candidato a alcalde y encumbrado dirigente del partido de gobierno haciendo de muñeco de ventrílocuo para beneplácito de todos los presentes y asombro de los televidentes:  «a ver cómo te ríes… a ver muéstrales la sonrisa…eso» en una especie de hora loca vespertina a la que sólo le faltaban el confeti, los gorritos cónicos y las matracas.  Lo más curioso, es que antes del espectáculo, el maestro de ceremonias había anunciado con tono amenazante que «aquí todo el mundo conoce los resultados», para así alardear de su control sobre las circunstancias e indicarle a la oposición que ya todo estaba jugado.

 De manera tal que a esas alturas del  paroxismo de hilaridad que los embargaba, ya estaban al tanto de todo todito lo que estaba pasando: Antonio Ledezma, a punta de tesón y trabajo les volvía a ganar la Alcaldía Mayor y se quedaban sin la corona de sus tormentos. En Maracaibo, Eveling Trejo les volvía a ganar la alcaldía sin aspavientos filosofales y se quedaban sin la otra corona de sus tormentos. En Barquisimeto, Alfredo Ramos los revolcaba a punta de sentimiento popular. En Valencia, Miguel Cocchiola, a pesar de las amenazas de todo tipo que recibieron él y su familia desde la Presidencia de la República, los vencía sin miedo. Carlos Ocariz tenía los votos para repetir en Sucre y Gerardo Blyde ganar en Baruta. Y así la oposición iba encadenando alcaldías en los principales centros urbanos, y ciudades del país otrora bastiones rojos, a pesar de la intimidación y el bululú de electrodomésticos que instauró el Gobierno, porque la gente es menos tonta o más despierta de lo que el populismo rojo supone. En el colmo de su intoxicación de triunfalismo, mientras reían, choteaban, se burlaban y festejaban como adolescentes embriagados; perdían Barinas, la capital simbólica del chavismo, en el día en que supuestamente conmemoraban la memoria eterna de su comandante.

El Gobierno sostiene que ganó en votos totales un plebiscito inexistente, salvo como táctica fallida de la oposición. Está en marcha la discusión acerca del 48.69% obtenido por el oficialismo en su conjunto versus el 51.31% que habría obtenido la oposición, si se suma el conjunto de todos los que no votaron por el oficialismo. Pero francamente sería casi como el cuento del gallo pelón. No tendría fin. El oficialismo ganó una mayoría de alcaldías en el «país profundo», que bien vale una misa para convencerlo, y dejar de presentarlo como un reino arcaico y oscuro. Asimismo, quedó desnudo en los grandes centros urbanos, donde es evidente que pierde cada vez más el afecto popular. Y algo no menor, el PSUV ya no puede pretender instalarse como partido único de la revolución, pues adquirió una pesada deuda con sus organizaciones políticas aliadas que le otorgaron una determinante cantidad de votos.

 El país, se ha dicho, sale una vez más dividido de unas elecciones. Por más que la política comunicacional del régimen pretenda hacer creer que la oposición ha sido barrida, sus jerarcas saben que no es así, y por eso recurren a la rabia y al insulto, a la descalificación grosera en momentos en que el país requiere diálogo político para enfrentar lo que viene. (Es curioso el empeño del gobierno de pedirles a Henrique Capriles y a Ramón Guillermo Aveledo que renuncien a sus liderazgos. Si tan cachos han sido más bien les convendría animarlos a continuar ejerciéndolos)

 Pasado el trecho electoral, el Gobierno tendría que disponerse a gobernar en serio, asumir los retos económicos y sociales que vienen sin supersticiones ideológicas, pues son de grandes dimensiones y tercos. (No sería ni malo que se dejara asesorar por sus vecinos que bastante se lo han ofrecido)

 La oposición sigue vivita y creciendo a pesar de los 15 años de asedio y acorralamiento; mejor posicionada en buena parte del país; con importantes gobernaciones y alcaldías bajo su mando y una aguerrida bancada en la AN. Y, sobre todo, con una voluntad a toda prueba para no dejarse vencer.

 ¿De qué se ríen?

 @jeanmaninat

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