Soledad Morillo Belloso

De según como se mire, todo depende – Soledad Morillo Belloso

Por: Soledad Morillo Belloso

Depende. «De según  como se mire, todo depende», como canta Pau, quién demasiado pronto se mudó al cielo y no hay cómo decir cuánto lo vamos a extrañar.

Veamos. Si a usted no le ha ido nada mal primero con Chávez y/o luego con  Maduro, pues a usted no le parecerá mal que siga. Si usted es un enchufado – categoría  «negocios», «profesional», «político» u «otro»- pues le parecerá muy bien y hará todo lo posible para que continúe. Si usted era un profesional de medio pelo o un empresario de pacotilla pero supo enchufarse, pues es una obviedad afirmar que usted desee que nada cambie. Si usted es un político en fase de «walking dead» o de esos con un partido minúsculo, de papel,  que ha logrado que el CNE no lo vete y ha conseguido enchufarse en mesitas (son varias), pues apoyará todos los trajines. Si usted es un periodista de esos que se autodefine como de «universidad, calle y burdel», y consiguió hacerse nombre y piso en el medio de esta mediocridad, tiene lógica que usted promueva un escenario  gatopardiano.

Pero pasa, resulta y acontece que la inmensa mayoría de los venezolanos, sea que vivamos o no en Venezuela y los extranjeros que residen en el país no somos enchufados. No tenemos ninguna de las prebendas que disfrutan estos personajes. No nos hemos afanado nada sino más bien nos hemos afanado en trabajar decentemente. Y lo que tenemos (ya todo muy deteriorado y desvalorizado) lo hemos trabajado. Para la inmensa mayoría -lo que queda de clase media y esa gigantesca masa de pobres (sin eufemismos)- la vida se ha convertido en un infierno. Sí, tal cual, un infierno sin agua, con apagones de horas, sin gas, con una inflación que nos pulveriza y sometidos a vejaciones infinitas para conseguir cualquier cosa. El país, la nación, la «República», los derechos, el hoy y el futuro, todo nos fue expropiado.

En el medio de todo eso y de una pandemia a la que no parece dársele la importancia que tiene, surge la diatriba de las elecciones. Algunos doctos pontifican. Se pasarán meses explicando el porqué hay que aceptar «lo que nos den». Cobran por eso. Y luego también cobrarán para explicar en presentaciones «high tech» por qué todo lo que dijeron falló, sin hacerse responsables de nada. Claro está, todo es descrito con una lingüística pastosa y edulcorada que maquilla con altivo profesionalismo la realidad de una moral con errores ortográficos, una amoralidad o inmoralidad que sin embargo no consigue perfumar de limpio el escenario. La gran pregunta queda flotando en el aire, como un globo que se escapa: ¿qué hay que hacer para que se entienda que la vía electoral tiene que ser votar para elegir, no para maquillar?  Si una elección es un montaje, una puesta en escena de una telenovela de mandones, pues eso es disfrazar el autoritarismo con ropajes de democracia. Ropajes que no sirven. Que no van a curar estos horribles males de los que nos estamos muriendo.

Hay casos en los que «individuos», «ideas» y «acciones» son un puñado de desvergüenzas. Una estupidez bien escrita sigue siendo una estupidez. Es el caso de la argumentación de La Mesita y su socio el TSJ. Pero tienen todo para imponerse. Se están ya  rifando los puestos en ese «nuevo CNE».

Entre los nombres que se barajan, en el medio de impresentables hay sin embargo algunos de gente que uno consideraba decente. No se sabe si aceptarían. O por qué.  En estas circunstancias y condiciones, aceptar una postulación a ser rector del CNE es como aceptarle un cargo a Pérez Jiménez en octubre de 1957 o en ese último gabinete que anunció en enero de 1958. Pero la ambición (y también la ingenuidad) es grande. Lo fue entonces y lo es ahora.

Entretanto, ahí, desparramado en la pobreza, el país. Maduro no tiene ni la menor idea del significado de las palabras «honra», «orgullo» y «dignidad». Vanagloriarse de importar gasolina de Irán luego de haber destrozado nuestra industria petrolera es confesión de su impúdica desvergüenza.

En fin. Damos vueltas en el mismo círculo vicioso. Todo es «experiencia histórica» hasta que alguna cosa nueva, que no está en la historia, ocurre. Y entonces se escribe una nueva historia. Creer que la solución solo está en la «experiencia histórica» es negar algo tan importante como la creatividad.

Algunos usan ahora palabras en su vertido. Como si fueran de nuevo cuño. Yo tenía 18 años cuando Pasquali en la universidad hablaba de «narrativa». Y no era de su autoría. Explicaba que «narrativa» es una herramienta de la comunicación. Un utensilio, y nada más. Nunca un término filosófico. Hablar ahora de «narrativa» con voz impostada no es sino ejercicio de quienes quieren «pantallear».

Pero de pantalleros está llena la comarca. Nuevos y viejos. Y sí, «depende, de según como se mire, depende…».

 

 

 

 

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