Publicado en: Tal Cual
Por: Paulina Gamus
«Lo único que nos enseña la historia, es que la historia no nos ha enseñado nada».
George Friedrich Hegel.
Siempre amé la historia, pero no solo la que aparece en los libros sino también los relatos de mi familia tan relacionados con la masacre, pogrom, genocidio o como se le quiera llamar, cometido por los terroristas de Hamás el 7 de octubre último en el Estado de Israel. Mi mamá era una magnifica narradora de lo que había visto y vivido, y yo la recopiladora.
Fijar el inicio del odio genocida del mundo árabe contra Israel por la creación del Estado judío el 14 de mayo de 1948, es ignorar que al terminar la primera guerra mundial Gran Bretaña y Francia se repartieron el Medio Oriente, una vez que fue derrotado y expulsado el Imperio Otomano. Los ingleses obtuvieron un mandato sobre Palestina que pretendieron mantener a toda costa. Veían con preocupación la inmigración judía proveniente de Europa oriental, especialmente de Rusia, Ucrania y Polonia, países en los que los continuos «pogroms» (revueltas con asesinatos masivos de judíos) obligaban a éstos a emigrar a América unos y a Palestina otros.
El movimiento sionista creado por Teodoro Herzl tenía como propósito recuperar la tierra que desde los tiempos bíblicos fue siempre judía. Filántropos judíos compraban a precio de oro, a los habitantes árabes, tierras áridas, sin uso y abandonadas para que fueran habitadas y cultivadas por inmigrantes judíos.
Los gobernantes británicos, decididos a poner freno a la inmigración judía, comenzaron a incitar a la población árabe para que se enfrentara a los judíos. Así un viernes, día sagrado de los musulmanes –el 23-8- 1929– una horda de éstos, a caballo, vestidos con sus chilabas blancas y blandiendo cimitarras, cuchillos y machetes, bajaron por las colinas de Jerusalén asesinando a todos los judíos que encontraban a su paso. Fueron 133 los asesinados en Hebrón, entre ellos estudiantes de una Yeshivá o escuela religiosa.
Mi mamá, de 17 años, su madre y su hermana, nacidas en Salónica, Grecia y residentes en Jerusalén desde 1919, salvaron sus vidas por la explosión de una granada de fabricación casera que hizo una inmigrante rusa. Mi familia materna emigró ese mismo año a Venezuela. En 1935 esa matanza se repitió con peores consecuencias.
Mi papá, oriundo de Alepo, Siria, donde su familia vivió desde tiempos inmemoriales, emigró a Venezuela con todo su grupo familiar, también en 1929. En Alepo quedaron tíos y primos. Todos debieron salir expulsados en 1948 a raíz de la creación del Estado de Israel, con la ropa que tenían encima. Atrás quedaron para siempre sus hogares, sus vivencias, sus cementerios y sus sinagogas.
La guerra de independencia de Israel fue librada por ese naciente y desarmado país atacado por el Ejército de liberación de Palestina, y por los ejércitos de Transjordania, Irak, Egipto, Siria, Líbano, Arabia Saudita y Yemen. Israel ganó la guerra. Alrededor de 700 mil palestinos abandonaron la tierra que les había sido asignada por la resolución de partición de la ONU. Lo hicieron porque los países árabes atacantes les prometieron que regresarían a ocupar todo el territorio una vez que Israel fuera derrotado y desapareciera. Eso nunca ocurrió.