Por: Jean Maninat
¿Qué vapores pueden enturbiar el juicio de alguien como para atreverse a darle instrucciones al mundo sobre cómo “liberar” Venezuela en medio de la pandemia? ¿Tendrá noción alguna de lo que significa el impacto económico del virus en la región, el hecho de que lanza su descolgado pronunciamiento cuando Latinoamérica amenaza con convertirse en el nuevo epicentro de la expansión del coronavirus, con Brasil a la cabeza? ¿Habrá advertido que los gobiernos “amigos” tienen otra prioridad en este momento: impedir que sus gobernados mueran como moscas, y que estamos entrando en una terrible recesión económica mundial?
De las propuestas presentadas en la declaración de marras hay una que captura especialmente la atención por su ligereza casi infantil: “Liderar una coalición para la conformación de una operación de paz multifacética para la recuperación y transición democrática en Venezuela”. ¿Pero quién diablos estaría dispuesto a liderar tal coalición? ¿Qué diantres implica “multifacética”? ¿Y quién supone que le hará caso en estos momentos? Se pregunta uno.
¿Será posible que el personaje no se haya enterado de las revueltas a raíz del asesinato de George Floyd en los Estados Unidos de Norteamérica? ¿Del va y viene mortal de la infección viral? ¿Y que Venezuela no está entre las prioridades de la comunidad internacional en medio del desastre planetario? Por supuesto que nadie puede ser tan desprevenido en su juicio.
Pero poco importa, se trata de aprovechar el momento para figurar, relucir, dejar constancia que ni siquiera la pandemia puede distraer su misión: la de aleccionar al mundo -con el índice acusador siempre indignado- sobre cómo salvar a Venezuela, y por ende, al universo. Pero los concernidos no están a la altura de su prédica, no aprecian sus fatigas, sus promesas incumplidas porque nadie creyó en ellas a pesar de su virtud inmanente. Y aquí sigue, cantando nuevas canciones de protesta en el metro que nadie tiene tiempo de oír, porque hay demasiados apremios cotidianos que resolver entre estación y estación en la vida real.
La verdad, no tiene respuestas, tan solo trances visionarios: todo cambiará si el usurpador se va, de no irse, todo seguirá igual; con el usurpador mandando no ganamos una, pero si lo sacamos… ganaremos todas. De haber elecciones democráticas transparentes, vigiladas internacionalmente y respetados sus resultados por la dictadura, ganaríamos de calle. Como no las hay, perderemos sin calle. Las Fuerzas Armadas no nos salvarán ya que son parte consustancial del régimen, por tanto necesitamos que nos haga la tarea una fuerza extranjera, comandada por our dude, y no se tarde tanto, caballero.
Mientras el régimen sigue destruyendo el país sin nadie que lo detenga, podríamos dejar pasar por cortesía la liviana potestad de quienes hablan como los poseídos sin notar que su discurso no tiene asidero en la realidad. Pero es demasiado estridente en su delirio personalista como para no notarlo.
Lea también: «La globalización de los bellacos«, de Jean Maninat