Jean Maninat

Déspotas sobre dos ruedas – Jean Maninat

Por: Jean Maninat

Quien haya inventado la rueda (se dice que a mediados del tercer milenio a.C.), no sabía el quebranto que terminaría causando a sus congéneres bípedos, orgullosos de haberse erguido en dos pies sobre los demás organismos vivientes del planeta, de lograr avanzar un pie primero y luego otro, en coordinada locomoción, como el primer paso que dio inicio a las invasiones humanas y la civilización, o el de la mulata Encarnación quien por no cambiar el paso se le rompía el vestido, o del testarudo y calculador Lenin quien aconsejaba dar un paso adelante, dos pasos atrás, para tomar el poder, hasta el del astronauta Armstrong al saltar entre el polvo lunar: un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad.

Pero no, no podía el genio humano contentarse con lograr caminar grandes distancias, convertirse en nómada, domesticar animales para tragárselos después, ofrecerle danzas a los astros para que amortiguaran los exabruptos de la naturaleza, no… inventó la rueda para trabajar el barro y convertirlo en cerámica y luego ajustarla a un eje y construir el vehículo que, una vez alimentado por el petróleo, se convertiría en la bête noir de los tiempos modernos. No hay película sobre Los Ángeles actual, que no contenga al menos una secuencia en el infernal tráfico automotor en la hora pico de las autopista angelinas. Una distopía cotidiana sobre ruedas.

Para combatir a la bestia contaminante, depredadora de la naturaleza, el bípedo luminoso voltearía la mirada hacia aquel maravilloso invento del equilibrio humano: la bicicleta. Pasaría de ser un delicado ornamento de elegantes señoritas en flor con aroma proustianas,  a bólidos endiablados proyectados por piernas y pulmones sobrehumanos como los del belga Eddy Merckz, o símbolo de las penurias energéticas de los comunismos asiáticos, hasta llegar al urbanita moderno, con cesta florida en el manubrio, baguette de rigor, y timbre de campanita para espantar peatones desprevenidos, insensatos, exponiendo el físico al caminar en aceras que otrora eran suyas por derecho urbano y que ahora son regidas por la terrible dictadura de las bicicletas y sus conductores.

Sabrá el Creador por cual designio el bucólico ciclista, romántico protector del medio ambiente, soñador como un suspiro de Rilke, alegre y desfachatado como un poema de Whitman, se ha convertido en un terrible piloto alfa, marcando terreno, zigzagueando entre los autos, abordando las aceras, evitando con un golpe de cintura atropellar coches con bebés graciosos, ancianas bondadosas y vendedores ambulantes. Son los nuevos reyes del asfalto, atrabiliarios y mandones, agresivos, con sonrisa zonza de “buenistas”, prestos a agredir a cualquiera con un, “imbécil”, no ves por andas” si por un error, -digno del VAR- pone usted su dedo de bípedo distraído en la raya blanca que marca donde comienza la ciclovía, el reino de los déspotas sobre dos ruedas.

Alguna vez -como los dinosaurios- los apacibles peatones reinaron sobre la tierra…

 

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