Las damas y señoritas de la época desbarataron sus trajes y sus enaguas. Con esas telas y las de la ropa de ventanas y la de su lencería de cama y baño confeccionaron los uniformes que usarían los oficiales de los ejércitos patriotas. Hasta los curas entregaron los manteles de los altares. Con sus manos acostumbradas al quehacer de corte, costura y bordado, las damas fueron cosiendo sin pausa. Así, los soldados y oficiales lucieron apuestos y augustos. Los estandartes estaban hechos con las tapicerías de los sillones de las estancias.
El acta del 5 de julio de 1811 fue redactada por Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi. Recuerdo que mi adorado profesor, el Dr. Manuel Pérez Vila, me apuntaba siempre que el 5 de julio de 1811 no se firmó el Acta de la Independencia. Ese documento, sin duda el más preciado para los venezolanos, fue redactado la noche del 5 de julio y la mañana del 6. El texto fue aprobado por el Congreso el 7 de julio.
El 8 de julio de 1811, por la Confederación de Venezuela, el Poder Ejecutivo ordena que el Acta sea debidamente rubricada, publicada, ejecutada y autorizada con el sello del Estado y Confederación. Ella fue suscrita por Cristóbal de Mendoza; Juan de Escalona; Baltasar Padrón; Miguel José Sanz, Secretario de Estado; Carlos Machado, Canciller Mayor; y José Tomás Santana, Secretario de Decretos. El acta como tal fue rubricada durante varios días hasta completarse en el mes de agosto de 1811.
Para lograr la emancipación, la tierra se nos sembró de cruces y flores de muertos. Han transcurrido 210 años desde aquel 5 de julio. Nuestro camino a la libertad estuvo signado por la perplejidad, el miedo, el error, el abatimiento, la humillación, la ambición, la traición, la ignominia. Y también por el arrojo, el coraje, la dignidad, el sacrificio y el más inmenso dolor. Nuestra emancipación fue escrita con tinta de obituarios, rezada por miles de manos que se unieron en rosario. De la guerra salimos libres pero con el alma nacional salpicada de llagas, con olor a humo y a pólvora encrustado en la piel y con la urgencia de poner orden en nuestra nueva república, todo ello mientras nos lamíamos las heridas, secábamos nuestros llantos con pañuelos gastados y mil veces zurcidos y dábamos cristiana sepultura a nuestros muertos.
Los que están hoy en la cúspide del poder se llenan la boca hablando pomposamente de «Patria liberada». Son los mismos que con impudicia y sin decoro alguno han entregado nuestra Venezuela, nuestra soberanía y nuestros recursos a esos sátrapas que llevan décadas asfixiando y pudriendo al pueblo cubano y a otros pueblos del mundo. Pontifican sobre nuestra historia, llenan pantallas, micrófonos y calles con versiones panfletarias de nuestro devenir, pero el esfuerzo de generaciones de venezolanos ha sido degradado sin conmiseración alguna hasta niveles de albañales. Nos han hecho esclavos de un guión decadente plagado de mentiras y falsedades, de promesas zalameras, de ofertas engañosas. Algunos dicen que somos hoy un satélite, que nos han tornado en una republiqueta de poca monta, una provincia súbdita cuya única importancia ha sido contar con una chequera presta a usarse para pagar ambiciones barbáricas, en tanto a los venezolanos no nos han dejado sino las sobras de su pantagruélico festín. Yo creo -y qué duro decirlo y peor aún escribirlo- que nos han carcomido las entrañas, que como un virus infecto penetraron en nuestro torrente sanguíneo, que a nuestra nación la han tornado en una mujer que luego de violada es obligada a ofrecer sus favores para complacer los deseos lujuriosos de otros. Nos venden unos salvajes que trafican con nuestros sueños de progreso. Hoy somos una colonia.
De mis padres heredé un libro edición especial en el cual se narran todos los antecedentes y acontecimientos del 5 de julio de 1811. Recuerdo haberme pasado muchas horas en la biblioteca de casa pasando sus hojas. Alguna vez creí de niña que yo lograba transportarme a esos tiempos, a esos sucesos. Dejaba de ser una lectora pasiva, una simple espectadora de nuestra historia y me convertía en una protagonista. Ese libro, con sus páginas ya amarillentas y atacadas por polillas, es un valioso tesoro para mí. Me recuerda cuánto lucharon los que vinieron antes de nosotros.
Fuimos república porque otros mucho antes que nosotros se pusieron de pie, dieron cara al miedo y con coraje se negaron a ver aquel presente como un fatal e irremediable destino.
De los firmantes del Acta de Independencia de 1811, trece fallecieron antes de la Batalla de Carabobo; de dos se perdieron sus huellas de vida antes de que pudiesen gritar que éramos independientes. Es decir, lucharon y ofrecieron su vida por la nación y jamás vieron a la Venezuela emancipada.
Haremos bien si, en lugar de tanto comprar moneditas falsas y aceptar la sumisión de este esclavismo del siglo XXI, recordamos que hubo unos que nos legaron una Patria que estamos obligados a cuidar y proteger de estos traficantes de almas que la mancilla sin el más mínimo pudor.
5 de julio. Día de la Patria. ¿La defendemos?
Lea también: «El retrato II: Nosotros, unidos o pura pérdida«, de Soledad Morillo Belloso