Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
“Abandona toda esperanza, tú, que aquí entras”
Dante Alighieri, Comedia
(Inferno, canto terzo)
El gansterato es un resultado, un arrivare. Es un hongo, pero no nace “de la nada”. Más bien, es la consecuencia inmanente de la experiencia de la conciencia extraviada y desventurada -infeliz- de un Estado-Nación, primero, escindido, más tarde, fallido y ya, prácticamente, inexistente, metamorfeado en consorcio criminal. Porque el Estado no puede ser concebido, por su propia naturaleza, como una cofradía de forajidos. La experiencia es -muy por encima de lo que presupone la vulgata empirista o la desbordada imaginación de los entusiastas promotores de “los hechos” sin sujeto- “el movimiento dialéctico que la conciencia lleva a cabo en sí misma, tanto en su saber como en su objetivo, en cuanto brota ante ella el nuevo objeto verdadero”. Y en la medida en la cual se hace mayor la objetivación del dominio gansteril sobre el ser social, mayor resulta ser su pobreza espiritual y material. En ese mismo orden. De las virtudes republicanas y civilizatorias de la antigua Roma a las abominaciones de la República de Saló. De la inteligencia superior del idealismo clásico alemán al “Tercer Reich”. Se trata de un “modelo” de “sociedad” que el nazi-fascismo, el estalinismo y el maoísmo fueron diligentemente copiando y perfeccionando, hasta devenir el target market del presente.
Praxis y práctica ni tienen el mismo significado ni son lo mismo. La Praxis es “actividad sensitiva humana”, la comprehensión del movimiento continuo de las complejidades de la relación sujeto-objeto. La práctica es una técnica específica de aplicación a la realidad inmediata. Lo uno y lo otro hacen la diferencia entre razón y entendimiento, entre verdad y certeza, entre Wirklichkeit y realiter. Pero, además, y por eso mismo, comprenden la diferencia entre justicia y venganza.
La praxis política, propiamente dicha, va desde la lucha -elevada a conciencia social- por las exigencias de la sociedad civil -de la cual surge- y, devenida Espíritu de pueblo, marcha hacia su eventual objetivación en la sociedad política y a su ulterior conformación -legítima y legal- en un nuevo Estado. La práctica gansteril se aprovecha de las primeras manifestaciones de agotamiento -y desgarramiento- de un Estado para imponer sus intereses particulares al resto de la sociedad, primero, corrompiéndolo mediante la fraudulenta imposición de sus “valores”, de su “lenguaje”, de los hábitos y costumbres del lumpen -que le son inherentes-, para, poco después, consumar el secuestro. Y, una vez perpetuado el golpe, convierte los restos putrefactos -corrompidos- de la vieja sociedad política en instrumento de represión y sometimiento en beneficio de sus intereses particulares, es decir, de sus “negocios”, utilizándola como fachada “institucional” que oculta sus auténticos intereses. No es, en consecuencia, arriesgado afirmar que la praxis política, stricto sensu, es absolutamente distinta de la práctica gansteril. Y que si bien la práctica gansteril puede prosperar bajo el cobijo de la praxis política, ambas son distintas y constituyen dos dimensiones, dos logos, dos modos de concebir e interpretar el ser social. La praxis política es productiva y reproductiva. La práctica gansteril es parasitaria y degenerativa. La primera es fuente de riqueza y civilidad. La segunda conduce a la depauperación y la barbarie.
En 1993, el historiador francés Paul Veyne publicó el resultado de una de sus más reveladoras investigaciones, en un artículo sinóptico editado por la prestigiosa revista L´Histoire, en número especial, dedicado al estudio y comprensión de la historia de la criminalidad. En dicho artículo, Veyne sostiene que la estructura del Imperio romano fue adquiriendo, con el tiempo, las características organizacionales propias de la mafia, a causa de lo cual inevitablemente se fue corrompiendo hasta su completa disolución. El fraude, la corrupción, la estafa, el robo, la venganza, la violencia, el clientelismo, las violaciones, no eran consideradas como delitos penales, sino como asuntos de competencia civil, por lo que cada ciudadano comenzó a tomar la justicia en sus propias manos. El crimen, la gansterilidad, bajo sus más diversas figuras, terminó siendo el fluido que movía la economía romana. De pronto, el Imperio se encontró dominado por capos que controlaban sus respectivas “zonas de paz”, con organizaciones que practicaban “políticas” de venganza en sustitución de la justicia. La omertà y la “ley del más fuerte” se transformaron en norma de vida. Una larga cadena de delincuentes, los militum -más tarde, llamados soldati– penetraron todas las esferas del Estado. Cadena que terminaba en las manos de un gran capo, il capo di tutti capi. Al final, el Imperio terminó siendo gobernado por el crimen organizado, que en nombre del Estado administraba y -en último análisis- dirigía por entero todas las instancias de la sociedad.
Era a esas “glorias” imperiales a las que con tanto afán se refería Mussolini en sus discursos, y que tanto entusiasmo despertaron en Hitler, al punto de llegar a considerarlo como su auténtico “maestro”. Il Duce, de hecho, le abrió los ojos al Führer, porque le enseñó la alquimia capaz de transmutar la lógica política en gansterilidad. De hecho, el movimiento de esta experiencia de la conciencia tuvo sus inicios a finales del siglo XIX, en Sicilia. Los gansters se habían apoderado por completo de la isla. El gobierno italiano decidió tomar cartas en el asunto y envió tropas militares en busca de reordenar y normalizar la situación. Pero el conflicto terminó provocando la caída del gobierno y permitiendo el ascenso al poder de un gobierno “socialista” dirigido, tras bambalinas, por la mafia. Más tarde, después de la Primera Guerra Mundial, el movimiento fascista -nombre que, de suyo, evoca el fasces como la fuente del poder imperial romano-, en boca de su capo mayor, se definía del siguiente modo: “Hablemos francamente: no importa cómo. El fascismo no es antitético sino más bien convergente con el programa socialista, sobre todo en lo relacionado con la reorganización técnica, administrativa y política de nuestro país”. Il Duce supo ocultar bien los intereses gansteriles detrás de una aparente tendencia ideológico-política. Lo mismo haría más tarde el Führer con el partido “nacional socialista obrero alemán”, al cual, si, por ejemplo, Bolívar hubiese nacido en Alemania, sin duda le hubiese puesto “bolivariano”: Nationalsozialistische Bolivarianen Deutsche Arbeiter Partei. Stalin y Mao aprendieron muy bien la lección y la pusieron en práctica con excelentes resultados. De Stalin a Putin, de Fidel a Chávez y Maduro no pocas veces, la pérdida de los principios, el pragmatismo ramplón, la confianza excesiva o, simplemente, la desidia, permiten ciertas laxitudes que son aprovechadas por los delincuentes, no sólo para penetrar el tejido social y político de una determinada sociedad, sino para sustituirlo, imponiendo sus propios códigos. El lumpen suele colarse por las fisuras de la desidia o la excesiva confianza. El resentimiento lo impulsa por la vía de una estafa infinita. Ese es el continuo traspié de sus vendette. Así pues, el gansterato no nace como los hongos, a pesar de ser parasitario. Siempre será el resultado (Ergebnis) de la crisis orgánica del ser social y de la conciencia social.