Publicado en The New York Times
El pasado 26 de septiembre, el presidente Nicolás Maduro fue condecorado con la Cruz del Comando Estratégico Operacional. El acto militar se realizó en una base aérea cercana a Caracas y, al momento de hablar, el Presidente de Venezuela dijo que “hoy la patria sustenta su unión en la cohesión de esta Fuerza Armada Nacional Bolivariana”. No solo se refería a una cuestión de orden y represión de las protestas públicas. Maduro se refería, sobre todo, a una sociedad cuyo principal protagonista es la fuerza armada. Finalmente, Maduro ha cumplido el sueño de Chávez: los militares son el motor de la historia venezolana.
Es necesario recordar que, hace un poco más de un año, obligado finalmente a reconocer la terrible crisis económica y social por la que pasa el pueblo venezolano, el presidente decidió crear un orden mayor, la Gran Misión Abastecimiento Soberano y Seguro, con más poder que todos los ministerios, dedicado a combatir el desabastecimiento de comida y de medicinas. Al frente de esta nueva misión designó al ministro de la Defensa, General en Jefe Vladimir Padrino López. Fue un paso definitivo en la creciente militarización de la gestión administrativa del Estado. Esa ha sido la constante más clara del gobierno de Maduro: cederle la economía y la política a la fuerza armada. En la famosa “unión cívico militar” que tanto pregona el oficialismo, los civiles son cada vez más un adorno. La historia ahora se viste de uniforme.
El avatar de Twitter de Padrino López es una foto en la que aparece vestido en traje de campaña, con el uniforme lleno de polvo, cargando un fusil y trotando hacia adelante. Hay algo cinematográfico y heroico en esta imagen del general Padrino López. Aunque su discurso invoque insistentemente la paz, su carta de presentación es un fusil. Hace pocos días, en un foro público, volvió a repetir que las marchas populares que se dieron en Venezuela entre abril y julio no eran “manifestaciones pacíficas” sino “operaciones subversivas”. Es curioso ver cómo los supuestos revolucionarios de izquierda del siglo XXI utilizan los mismos argumentos que los gorilas derechistas del siglo XX.
El informe de la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, sin embargo, tiene otra versión. Señala el uso sistemático de la fuerza y la utilización de armas letales por parte de las Guardia Nacional Bolivariana en contra de los manifestantes, dando por resultado denuncias sobre 5051 personas detenidas arbitrariamente, allanamientos ilegales, tortura, uso de tribunales militares para juzgar a civiles, así como el registro de más de 100 asesinatos. Para cualquier venezolano, la imagen del general Padrino apretando un arma entre sus manos es lo contrario de una metáfora de la paz.
Pero al ministro le gusta filmarse y promoverse en las redes sociales. No es ninguna novedad. Twitter es un método express de banalización del discurso. Gracias a esta red social, todos podremos ser líderes políticos, aunque solo sea por unos segundos. Hace unos meses, en julio de este año, Padrino López colgó en su cuenta un video donde aparecía en una práctica militar, agazapándose y disparando a algunas siluetas, corriendo, saltando entre neumáticos, ocultándose, volviendo a disparar. Es una secuencia de entrenamiento bastante común en algunas películas o series de tv. Al final, un tanto jadeante, mirando a cámara, el ministro ofrece un mensaje a propósito de la soberanía y la independencia.
No es su única pieza fílmica. Ya en otras oportunidades, y en otros contextos, ha producido y actuado en otros breves capítulos: el general entrando a su oficina y hablando de la patria y la unidad nacional. El general en un cuartel recibiendo su ración de comida como cualquier otro soldado, y conversando amenamente con algunos compañeros. El general en el campo sosteniendo en sus manos dos frutos, mientras comenta algunos detalles sobre las posibilidades de reposicionar al cacao dentro de la producción agrícola nacional. El esquema del guion siempre es igual: Padrino López le habla a la cámara. Como si tuviera la fantasía secreta de ser un youtuber.
Nada de esto es casual ni aislado. Es otra expresión simbólica de un proceso que viene desarrollándose en Venezuela desde hace años. En 1999, cuando asumió por primera vez la presidencia, Hugo Chávez sabía claramente cuál era su proyecto, cómo y con quien pensaba gobernar. “Yo no creo en los partidos políticos. Ni siquiera en el mío. Yo creo en los militares”, le dijo a Luis Ugalde, rector para ese entonces de la Universidad Católica Andrés Bello. Casi veinte años después, Venezuela más que un país es un derrumbe, un caos que desafía cualquier pronóstico y demuestra que no hay límites, que siempre se puede estar peor.
La inflación se calcula en un 700 por ciento, la población se encuentra al borde de una crisis humanitaria en todos los sentidos, la práctica política está casi paralizada, la represión es cada vez mayor y la libertad de expresión es cada vez menor, la independencia de poderes no existe. La única institución que parece haber sobrevivido es la fuerza armada. Ese es el verdadero logro de la autoproclamada “Revolución Bolivariana”. El socialismo del siglo XXI es, en el fondo, una rentable empresa militar.
Los ciudadanos, no obstante, conocemos muy poco del mundo militar. No sabemos nada de sus reglas internas, de sus protocolos y de sus acuerdos. No manejamos sus códigos. La dirigencia política de la oposición tampoco sabe qué pasa en el interior de la fuerza armada. Los militares de Venezuela son un enigma que se presta a muchas especulaciones.
Más de una vez, tanto nacional como internacionalmente, algunos han creído que los militares actuarían decididamente en contra del gobierno y, sin embargo, la historia ha demostrado lo contrario. Incluso cuando de manera más evidente el gobierno ha violado la Constitución o actuado al margen de las instituciones, la fuerza armada siempre se ha puesto de su lado. Y, de hecho, se ha definido como chavista adoptando la misma marca que el partido de gobierno. Al igual que el liberalismo, también el socialismo puede ser salvaje y privatizar hasta el orden público y la defensa de la patria.
Suelen esgrimirse dos argumentos para explicar esta sumisión. El primero tiene que ver con el soporte económico y los privilegios que el oficialismo le ha otorgado durante estos años a la fuerza armada. El segundo con el proceso de ideologización que, también desde hace años, mantiene el chavismo sobre la institución. Ambos pueden ser ciertos. Sin embargo, hay que considerar otra hipótesis: que en realidad el oficialismo no controla al estamento militar. Que la Fuerza Armada Bolivariana ya es un poder independiente, una gran corporación, con sus propias peleas internas pero también con mayor sentido de cuerpo y de respeto a las jerarquías. Y que, por el contrario, Maduro quizás solo sea la fachada civil de un gobierno militar.
Durante estos últimos años, la fuerza armada se ha consolidado como un importante holding económico del país. Aparte de ocupar puestos fundamentales en la gestión pública, los militares tienen 20 empresas en sectores estratégicos claves que van desde la producción de armamento hasta la distribución de agua y alimentos, pasando por la explotación de hidrocarburos y minería. Poseen y manejan medios de comunicación, compañías de seguros, compañías constructoras, empresas de transporte y una entidad bancaria. Todo esto sin contar las denuncias que existen sobre la estrecha relación con el narcotráfico y con otras ramas del crimen organizado.
Un ejemplo de la fragilidad del Estado y de los ciudadanos ante el poder militar en Venezuela es el Servicio Bolivariano de Inteligencia Militar, dirigido por otro general, Gustavo González López. Este cuerpo actúa con absoluta independencia e impunidad. Tan es así que varios detenidos del SEBIN siguen presos, a pesar de las órdenes de liberación emitidas por tribunales civiles. Es una prueba palpable y grotesca de que la justicia, en Venezuela, no depende de los jueces sino de los militares.
Chávez diseñó y desarrolló un modelo donde los civiles cuentan para darle al gobierno una escenografía democrática, pero donde el poder real debe ser ejercido por los militares. Sin embargo, en la mesas de diálogo y en la negociaciones, nunca participan directamente. ¿Quién habla por ellos? ¿Acaso realmente Maduro y el oficialismo los representan? Cualquier salida a la crisis de Venezuela pasa necesariamente por responder estas preguntas. Es indispensable sincerar la situación, aceptar que los militares son un poder de facto que debe incorporarse de manera independiente a cualquier negociación.