Publicado en: Blog personal
Por: Ismael Pérez Vigil
Desde 1992 he participado en múltiples reuniones y discusiones políticas; la mayoría de las veces en grupos de ciudadanos y pequeñas organizaciones de la sociedad civil, a los que he pertenecido o con los que he trabajado o en discusiones con militantes de partidos en diversos comités y comisiones en los que me he integrado. Quiero compartir algo de mi experiencia y conclusiones acerca de las discusiones políticas, que hoy se dan en el país.
Aclaro que cuando hablo de “discusiones políticas” no estoy hablando de aquellas que se dan en la Plataforma Unitaria (PU), el G4, las que se deben estar dando entre el comando de María Corina Machado (MCM), la PU y otros partidos políticos, las que se dan seguramente entre los negociadores de la PU y del Gobierno, y otras similares, a las que no tengo acceso. Las “discusiones políticas” a las que me refiero son las de analistas, periodistas, asesores, algunos dirigentes políticos y ciudadanos comunes y corrientes −como Ud. que me lee y yo− y que se dan en estos medios, en las redes sociales (RRSS) o en algunas de esas “asambleas ciudadanas” −que afortunadamente aún existen− y son las discusiones en las cuales vamos a informarnos y a sacar conclusiones para nuestro quehacer diario y, sobre todo, para nuestra actividad política o electoral.
Ética política y flexibilidad política.
En las reuniones en que he participado, he visto sostener argumentada o apasionadamente puntos de vista enfrentados o diferentes y en algunas ocasiones, cuando se ha decidido por alguna opción, he visto a quienes sostenían otra opción como se han volcado a la tarea de llevar adelante la decisión adoptada con el mismo entusiasmo, fervor y ahínco con el que venían sosteniendo y trabajando en la otra alternativa, la que defendían y que no fue aceptada. Eso siempre me pareció algo normal, porque aceptar derrotas y triunfos forma parte de la ética fundamental del militante político y yo soy eso, un militante político, aunque nunca he pertenecido a ningún partido.
En esos pequeños grupos en los que he participado, mientras se estaba decidiendo cualquier opción, explicábamos y argumentábamos a favor o en contra, a veces acaloradamente, pero a todos se nos escuchaba y al final, si era el caso, se adoptaba una o varias decisiones y por lo general −siempre hay excepciones, dulces o amargas− mostrábamos ser lo bastante flexibles y razonables para cambiar de opinión, a veces de un extremo al otro, porque lo importante era llegar a una decisión que representara el consenso de todos o la voluntad de la mayoría. Porque eso forma también parte de la ética fundamental del militante político y de la política en general: aceptar las decisiones mayoritarias y respetar la posición de las minorías.
Razones para discutir.
Lo anterior ha sido −y debe ser− la tónica general en las discusiones políticas, en las discusiones internas de los grupos que he mencionado −e imagino que es igual en los partidos políticos−; pero, me preocupa observar que actualmente cuando se hacen públicas, sobre todo en las RRSS −uno de los pocos espacios de discusión e información que hoy nos quedan− las discusiones que trascienden a esos pequeños grupos se convierten en verdaderas “disputas”, subidas de tono. Usualmente se parte de posiciones tomadas, vamos a la confrontación alineados −o alienados− con una posición, buscando “ganar” una discusión en la que nadie “gana”, porque nadie va a escuchar los argumentos del otro, que ni por asomo se asume que puedan ser más razonables o mejores que los propios; nadie discute tampoco para convencer a aquel con quien se discute.
Se discute por una de tres razones; la primera, para afinar y fortalecer los propios argumentos; la segunda, para fijar posición y convencer a terceros, ajenos al grupo al que pertenecemos, que escuchan o leen buscando conocer o adoptar algún criterio −estas dos posiciones no tendrían nada de malo−; pero, la tercera, la más común, es que se participa en la discusión para demoler a quien no piensa igual y de ser posible, pero no indispensable, desmontar sus argumentos. Sufrimos la consecuencia de un cuarto de siglo de prédica que considera y trata al “otro” como un enemigo.
Después vendrá, sin confirmar ni cuestionar nada, la difusión en redes de lo que se ha decidido o entendido, sea cierto o no; y, en la era de “posverdad” e IA, esto es lo normal y lo fácil. Daniel Innerarity, filósofo español, en uno de sus últimos artículos hace esta preocupante afirmación: “…en política existen dos planos diferentes: uno el análisis de la realidad y otro la táctica de combate… Los políticos están más de acuerdo en el ámbito privado que en el público, son más sinceros en las relaciones personales que cuando están gesticulando ante el público.” (Ver su artículo en: https://bit.ly/3VVZy9P) En la “civilización del espectáculo” (Vargas Llosa), la política es también espectáculo, y políticos somos todos los que tenemos una preocupación por lo público, lo social, no solamente los que militan en los partidos. Y los que no la tienen, la sufren
Lógica de los argumentos.
Las argumentaciones que observo, en prensa o RRSS, en las discusiones políticas, públicas, son muy variadas; pero, siempre me llamó la atención algunos de los razonamientos que suelen darse en algunas de ellas; seguramente se debe a que siempre tenemos la impresión y la certeza de que tenemos la razón y que los demás están equivocados; de igual manera se cae fácilmente en calificar de “digna” mi posición e “indigna” la del otro. Sé que muchos pensarán que digo algo extremo, pero ¿Estoy muy equivocado? Esa es más o menos la lógica en una buena mayoría de las discusiones políticas, de quienes, al no poderse imponer o convencer por los argumentos, apelan a ese “mecanismo” de nivelación y de fuerza. Es lo que algunos llaman el “síndrome de la superioridad moral”. (Ver Colette Capriles en X: https://bit.ly/4aJbCzc)
¿Derecho de información?
Hay otra tendencia que también se observa mucho en las discusiones políticas −reitero que siempre me refiero principalmente a las que se dan públicamente, por la prensa o en RRSS− y es la aparente contradicción entre la transparencia que debe caracterizar la actuación de todo político −pues honestidad es otro principio ético de la política− y la defensa del derecho a estar informados. No es razonable pretender que ciertas discusiones que tienen implicaciones estratégicas, muy delicadas, se puedan hacer abiertamente −en chats de vecinos, de compañeros de colegio, liceo o Universidad, de aficionados a algún deporte, de algún tema de interés común, etc. – simplemente para evitar que quienes nos adversan y tienen mucho poder, especialmente represivo, estén totalmente al tanto de cuáles son nuestras jugadas, planes, opiniones y posiciones.
Tenemos el derecho de estar informados, pero si lo que queremos es ejercerlo plenamente y participar en las discusiones donde se toman las decisiones políticas y estratégicas, nos tenemos que involucrar en las organizaciones políticas que tienen que tomar esas decisiones, que no se toman en la plaza pública. No hay otra manera, las decisiones estratégicas no serán el resultado de las discusiones en RRSS, ni en las asambleas de vecinos o ciudadanos.
Consecuencias indeseables.
Esta forma de “discusión política” suele ser muy negativa y genera perniciosas consecuencias. Con este estilo de discusión, por simple hartazgo, apartamos a muchos de la política y, sobre todo, envilecemos la discusión política en las RRSS, que como ya dije, es uno de los pocos vehículos de discusión y difusión que nos quedan. Dice Irene Vallejo, la formidable escritora española, que los dioses nos dieron el fuego y la palabra y desde hace millones de años nos reunimos alrededor del fuego a conversar: “Al amor de la lumbre, incluso antes de inventar las mesas, la humanidad practicó las sobremesas”; pero, nos hemos quedado con el fuego en la palabra y no hemos desarrollado la “…habilidad de matizar una opinión tajante o rebatir racionalmente ideas simplistas” (Ver: Animales, Dioses, Idiotas, https://bit.ly/49tAOIT) Se mezclan posiciones políticas y errores objetivos, no para oponerse una decisión que se considera errada, sino que se va más allá, minando las reputaciones de las personas, con calificativos de todo tipo.
¿Y las candidaturas?
Dejo para una próxima oportunidad, cuando las aguas estén más en reposo, para abordar el tema complejo, apasionante y apasionado de la discusión política de las candidaturas; después de todo, como ya sabemos, la fecha límite para tomar una decisión en materia de candidaturas, no era el 25 de marzo, pues esa era solo la fecha de postulaciones; una fecha más próxima y deseable para tener una decisión es sin duda el 20 de abril, que es la fecha final para definir una candidatura cuya fotografía podamos ver los electores en la pantalla de votación; pero, tampoco esa es la fecha final, aunque algunos temen a que todo se posponga para el 18 de julio.
A quienes así piensan les recuerdo que a una semana −y desde mucho antes− del 22 de octubre teníamos representantes de los partidos de la PU y otros diciendo que no había condiciones para celebrar la elección Primaria; candidatos amenazando con renunciar tres días antes y solicitando la posposición del evento; muchos voceros de la oposición democrática y muchos analistas políticos señalando, pidiendo también y desde hacía tiempo, que se pospusiera la votación, haciéndose eco de los que decían que no había centros de votación, ni mesas electorales, ni miembros de mesa; y el gobierno sembrando más dudas y burlas acerca del proceso. Sin embargo, todos vimos lo que ocurrió el 22 de octubre: los centros, las mesas y los miembros de mesa estaban donde tenían que estar y la población no tuvo dificultades para encontrarlos, manifestar su voluntad y decirle a los demás, por los medios a su alcance, en donde podían votar. No subestimemos la capacidad y voluntad popular.
Conclusión.
Los problemas más agudos que confrontamos −por ejemplo, el de la candidatura unitaria−, en todo caso, no se resolverán en discusiones abiertas en los medios de comunicación o en RRSS; y esperemos que el resultado, a pesar del tono que pareciera que se comienza a agriar en los últimos días, no resulte en una merma en las posibilidades del cambio político que el país anhela. Que no nos atrape el “síndrome de la última oportunidad”; pero, ese y el de las candidaturas, será un punto a desarrollar en una próxima ocasión.