Por: Jean Maninat
Edadismo: 1.m. Discriminación por razón de edad, especialmente de las personas mayores o ancianas. Real Academia Española (RAE).
Hubo un tiempo en que acumular años no estaba tan mal visto. Al contrario, era un símbolo de sabiduría, de contención, de paz espiritual labrada pacientemente. No había publicidad sobre productos alimenticios italianos (digamos pasta) que no incluyera a una pareja mayor, de pelo encanecido, sonriente, deleitándose con el aroma que desprende un recipiente humeante, mientras en el fondo suena una tarantela y una voz en off declama: Pastas La Romana, la preferida del Nono y la Nona. Luego del negro (pausa publicitaria) Heidi le cantaba a un señor de blancas barbas: Abuelito dime tú…
Según nos sopla Google, la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que las personas de 60 a 74 años son consideradas de edad avanzada, de 75 a 90 años viejas o ancianas y los que sobrepasan los 90 años se les denomina grandes, o longevos. A todo individuo mayor de los 60 años se le llama de forma indistinta: persona de la tercera edad. Como vemos, poco ayuda este “canon” de la vejez, sobre todo cuando el tema surge en una sobremesa alargada y el comensal más experimentado se lleva el dedo índice a la sien derecha, se da unos golpecitos y declara: hermano, la edad es mental.
Nunca como ahora la edad había producido tanta controversia, tanta polarización, gracias a la carrera presidencial (lo de carrera es una figura) allá en el norte del Río Grande. Que la vejez suscite tanta pasión y desencuentro, que divida familias políticas y consanguíneas, no deja de ser gracioso en un planeta que adora la juventud, al menos desde los griegos para acá. Y, fíjense, ya se habían logrado cúspides inclusivas para oficios considerados coto cerrado de los más jóvenes y asistimos entusiastas a los conciertos de unos rockeros embalsamados, y nos maravillamos de que todavía hablen sus canciones de ayer y muevan el esqueleto sin mayores percances óseos. (Ay sí, que listillos, pero Mick Jagger no es de este mundo).
Que dos ancianos se batan en duelo televisivo no debería asombrar a nadie, un reality show más, pero que lo hagan por la presidencia del país más poderoso del planeta como primer premio, le ronca los votantes, caballero. Que uno esté acusado de ser un truhán y de haber alentado el asalto al Congreso de su país, y el otro se quede con la mente en blanco en la esgrima de un debate que debería ser parte de sus habilidades de rigor, causa alarma, alarma, alarmaaaaa… La ambulancia me lleva, la ambulancia… cantaba Carlos “Patato” Valdez.
La Pequeña Venecia, cosmopolita y vibrante, no podía dejar de participar en el debate mundial etario. El candidato oficial del oficialismo ha llamado decrépito al candidato de la oposición mimado por las encuestas y los años, y para los magapartidarios de este último, el actual inquilino de la Casa Blanca sería un viejo cagalitroso al lado del rubio artificial que es su superhéroe y traerá la libertad.
(Por cierto, los que reparten de lado y lado el soez epíteto de viejo cagalitroso, son los mismos que escriben en las redes trémulos de emoción: Mi viejo murió a los 88 años, era un árbol noble y fuerte que nos cobijaba a todos. Ancianos buenos… los míos).
El edadismo es la enfermedad infantil de los pasmados, los adolescentes permanentes. Es cierto, no todos los ancianos quieren -ni pueden- ser presidentes de un país y así como hay una edad mínima para manejar un auto, debería haber una máxima para manejar un país, según reza la boutade de moda. Pero, ¿quién ensarta la aguja?