Por: Rodolfo Izaguirre
Se dice que el país de los muertos es un abismo en el que jamás se toca fondo porque está suspendido sobre las oscuras aguas de la eternidad. Se llega a él cuando termina el desapacible viaje nocturno por océanos inferiores y, a veces, por lagos subterráneos que solo conocen las almas de los muertos que navegan por sus profundidades.
El abismo fascina no solo por su profundidad sino por la atracción que provoca esa profundidad como si nos incitara a lanzarnos. Por eso, el vértigo de la altura es la sensación de miedo e inseguridad que llama el querer precipitarnos al vacío.
El país comenzó a sufrir de vértigo de la altura desde el momento en el que se entronizó el socialismo bolivariano. Su estrepitoso fracaso social y económico y las desventuras culturales, aparejadas a la descomposición y la ruina moral, nos han empujado a un abismo en el que cada día que pasa creemos haber tocado fondo, pero seguimos cayendo no como Alicia, que lo hizo en un país de maravilla con conejos ensombrerados, histéricas reinas de corazones y gatos que sonríen, sino hacia las profundidades del rencor social, los despojos de la economía, la ausencia de alimentos y medicinas, la inseguridad personal y jurídica, el despilfarro, la morgue, la corrupción, el narcotráfico y los desatinos y desafueros de la “inteligencia militar”. Es como si nos hundiéramos en la fosa marina de Las Marianas, en el Pacífico, cuya profundidad es de 10.915 metros o, peor aun, en nuestra fosa de Cariaco, que si bien cuenta apenas con 1.350 metros de profundidad es la mayor cuenca anóxica del mundo, es decir, que carece de oxígeno y abarca 160 kilómetros de largo por 71 kilómetros cuadrados de ancho. Hemos caído justamente en este abismo anóxico porque andamos buscando oxígeno en los conciertos, invitaciones a cenar, presentaciones de libros, conferencias y exposiciones imposibles de encontrar en la yerma rigidez de los cuarteles cada vez más cercanos al nazismo.
Se asegura que los antiguos celtas situaban el abismo en el interior de las montañas; otros, en el fondo del mar. Para nosotros, ¡el abismo se abre en nuestro propio país! Llevamos quince años hundiéndonos en las profundidades del desacierto debido al empecinamiento de la dictadura militar de no aceptar que anda equivocada, que la visión política y socioeconómica bolivariana es una concepción derrotada e inaplicable. ¡Que Chávez es un fracaso, pero sigue apareciendo en televisión! ¡Una presencia nefasta! El responsable del descalabro: un país hundido en el abismo en el que caen las almas de los muertos, la fosa de Las Marianas o el pozo anóxico de Cariaco.
Vivimos sin alegría, castigados, reprimidos; nos desgastamos pastoreando supermercados; nos alimentamos mal; los líderes opositores se someten voluntaria y valientemente a temerarias huelgas de hambre; crece el miedo y el horror, hay denuncias de torturas a los presos políticos; aumentan cada semana las muertes violentas. Silenciados a la fuerza, hay asomos de escándalos en el Sistema de Orquestas.
Peleamos con Colombia, les caemos a pedradas a los brasileños.
¡Reaparece Guyana y una tardía y oportunista defensa de la patria deshonesta en vísperas de unas elecciones que el régimen sabe perdidas! ¡El Nacional, resiste! Los adolescentes caen en la calles con el cráneo reventado por las balas de la Guardia Nacional o por los disparos de algún colectivo armado por el propio gobierno y un embajador desalmado llamado Chaderton hace humor de esas muertes. Con saña y cobardía se persigue y se le teme a una valiente mujer llamada María Corina Machado; a Leopoldo, al alcalde Ledezma y a dirigentes como Ceballos, Uzcátegui y Scarano. Los maestros y las familias se van del país y seguimos cayendo sin tocar fondo, sepultados en las profundidades del abismo, precipitándonos sin remedio como si fuésemos almas muertas en las oscuras y eternas aguas anóxicas de la fosa de Cariaco. Y todos nos preguntamos: ¿Hasta cuándo?