Siete veces leí el acuerdo de la AN. Le puse la lupa. Busqué errores. De forma y fondo. Fui particularmente necia y escrupulosa. Soy, como todos quienes me conocen y leen saben, una persona que siempre está en procura de alguien me convenza de una visión distinta. Quiero que me persuadan. Y soy, también una empecinada en hallar caminos distintos, soluciones novedosas.
Las ofertas de los radicales me suenan a más de lo mismo, mucha retórica exaltada con fraseología repetitiva, de esa que apelando a las pasiones moja pero no empapa. Por otro lado, las propuestas de la «mesita» tienen olor y sabor a naftalina, a siglo XX a trote desaforado hacia el siglo XIX. Son como un yogour al que ya hace años le llegó la fecha de vencimiento. Hasta el lenguaje que usan es añejo. Y si del oficialismo hablamos, bueno, siendo benevolente, es el lenguaje de la vanidad del que no puede negar que, a pesar de su portentoso fracaso, pretende aferrarse como sanguijuela al poder.
El acuerdo de la AN no es perfecto pero tiene varias virtudes. En primer lugar, está bien escrito, en Español moderno, sin palabrería rimbombante, sin violaciones a las normas gramaticales y ortográficas, sin preciosismos acartonados, sin patrioterismo cursi y ramplón. En segundo lugar, es acotado; dice lo que tiene que decir, sin que se le salgan las patas fuera de la cobija. Y lo dice directamente, sin ambages, sin remilgos ni faralaes, sin medias palabras. Fácil de traducir a cuántos idiomas sea necesario. No cae en el enrevesado ejercicio lingüístico de las frases entre líneas. Es un texto preciso. En tercer lugar, fue debatido y finalmente aprobado por una indiscutible mayoría (con la señal de costumbre). Y quiénes no lo aprobaron en las filas de la oposición (me refiero a la fracción 16J y no a «la mesita») hicieron lo que procede: presentar por escrito y públicamente los reparos que los distanciaron de dar su buena pro. Eso es un comportamiento democrático. Y no es en modo alguno reprochable. Hubiera sido mejor que también lo hubieran aprobado, pero que no haya ocurrido así no supone que la fracción 16J sea un factor pro oficialista o destructor de la unidad. No veo mayor diferencia en el qué. Discrepan de la mayoría opositora en el cómo. Y eso es democrático. ¿O ya se nos olvidó que disentir es un ejercicio permitido en democracia?
Timoteo Zambrano, máximo factotum de la fracción «la mesita» (6 diputados), para no faltar a su costumbre, no asistió a la sesión. Como me apuntan, en todos los años de esta AN solo ha asistido a dos sesiones. ¡2¡ Tiene por rutina ausentarse, incumpliendo su deber como diputado elegido en 2015.
Muy probablemente, al reiniciarse el mecanismo Oslo (en el punto en el que quedó y no todo otra vez desde cero), habrá algunos cambios. En la metodología, en los actores, en el sistema. Y este nuevo acuerdo aprobado por la AN será pieza instrumental en las discusiones/negociaciones/acuerdos. Es un documento que marca el camino y le pone orden al tránsito.
Algunos se sumergen en el inútil «yo te lo dije». Hablan del «mantra», del orden de ese mantra. Bobadas. Con patas. Se trata de solucionar el problema, de curar este cáncer que nos está matando. La frase clave que se repite varias veces en el acuerdo es «elecciones presidenciales… Libres… Con observación internacional».
Los textos con números no mueven emociones. Los textos con palabras construyen historias. El acuerdo tiene poquísimos números y muchas palabras. En este acuerdo está Casilda, y Juan, y Chuíto. Está su dolor y su necesidad. El régimen y «la mesita» dejan por fuera al pueblo.
Si usted, amigo lector, no ha leído el acuerdo, hágalo.
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