Por: Luis Ugalde
Estamos en Cuaresma: 40 días de ayuno y penitencia que iniciamos el Miércoles de Ceniza con “Conviértete al Evangelio” y se cierra el Jueves Santo con la Última Cena de Jesús donde el Maestro lava los pies a sus discípulos horas antes de ser traicionado y apresado para ser condenado a muerte. Servir y dar la vida no es perderla sino encontrarla, dice Jesús, y nos revela con hechos la clave de su vida y de la nuestra. Cuaresma, tiempo de ayuno, penitencia y conversión para encontrar nuestro camino a la resurrección y la vida. También el país necesita cambios para reencontrarla.
De qué ayuno hablamos
Hoy en Venezuela hay mucho ayuno: medio país ayuna permanentemente por necesidad, millones de adultos pasan hambre y otros tantos niños sufren desnutrición severa que los deja incapacitados y carentes para el resto de su vida. Ciertamente no agrada a Dios ese ayuno que oprime a Venezuela como temible agente de la indigencia y la muerte.
Hace dos mil setecientos y tantos años, el profeta Isaías dirigió al pueblo de Israel unas palabras fuertes e inspiradoras sobre el ayuno, que la Iglesia Católica ha heredado y nos invita en Cuaresma a meditar y discernir ¿El ayuno como frustración o como encuentro con Dios? ¿Por qué ayunar si no nos haces caso?, reclamaban a Yahvé (Is.58, 3) como también podemos emplazar hoy nosotros. El profeta nos responde de parte de Yahvé: El ayuno de ustedes no es escuchado porque “buscan su propio interés y maltratan a sus trabajadores, “ayunan entre peleas y disputas dando puñetazos sin piedad”. No agrada a Dios el ayuno vacío de hermano y repudia aquellas mortificaciones y oraciones religiosas sin espíritu: “doblar la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza”, no agradan a Dios cuando van vacíos de prójimo. Menos le agradan el ayuno y el hambre de muerte y desnutrición que la dictadura ha impuesto en Venezuela desde el poder y para mantenerse en él.
Abrir las prisiones injustas
En contraste, suena fuerte y movilizadora la invitación de Isaías al verdadero ayuno espiritual que nos transforma como personas y como sociedad: “abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, compartir su pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no dar la espalda a tu hermano, es el ayuno que yo quiero”. “Cuando hagas esto yo te responderé: aquí estoy” (Isaías 58,1-9).
Todo un programa: ayunar es encontrarse con el hermano necesitado y compartir la arepa con él, romper las cadenas que lo oprimen, reconciliarnos sumando fuerzas para la reconstrucción nacional, sin presos, ni desterrados, ni perseguidos, ni explotados. Cuando hagamos esto el Señor nos dirá “Aquí estoy”. Venezuela será otra, la luz y la vida amanecerán en lo que ahora a muchos les parece perpetua oscuridad y muerte nacional sin esperanza.
El ayuno que Dios quiere es conciencia, movilización y creatividad para salir de esta cárcel donde estamos entrampados, es transformar el poder opresor en servicio, en bien común, es “hacer de las espadas arados” para producir, para domar el poder y transformarlo en instrumento de vida; es convertir el lobo en hermano, es caminar con verdad y firme decisión hacia un nuevo pacto social para lograr el bien común con oportunidades y vida para todos. No lo dejemos para mañana ni esperemos que vengan otros salvadores, ni antepongamos particulares intereses mezquinos. Venezuela agoniza y el tiempo urge. “Es el ayuno que a mi agrada”, dice Dios.