Publicado en: Blog personal
Por: Ismael Pérez Vigil
Resulta difícil sustraerse al ambiente general y no hacer comentarios sobre el impacto económico, político y social del coronavirus, o simplemente sobre su impacto en la vida del país; pero dejo ese tema a los verdaderos expertos en la materia, si es que se puede hablar de expertos con este virus que amenaza actualmente a más de ciento cincuenta países.
Lo que sí podemos hacer es aprovechar este tiempo de hastío y confinamiento forzado para discutir, profundizar y debatir un tema que está pendiente y que tendremos que abordar más tarde o más temprano, cuando salgamos de esta coyuntura en la que ahora estamos inmersos. Desde luego me refiero al tema del debate electoral, el debate sobre las elecciones que están planteadas, las elecciones parlamentarias, y de las que el régimen no quiere ni siquiera hablar, las elecciones presidenciales, pendientes desde la parodia montada en 2018.
Lo de insistir en las elecciones presidenciales es un tema de estrategia que la oposición debe abordar con mucha más decisión de la que se ha visto hasta el momento; debe plantearse la discusión, debe ponerse sobre la mesa y discutirse en profundidad a todo nivel, forzando a todos los sectores de oposición y del régimen y sus adláteres de la “mesita”, a pronunciarse de manera categórica y diáfana.
Pero hay algo que debemos tener en cuenta y es que lo de las elecciones parlamentarias es casi un tema interno, a debatir más intensamente, para tomar una posición acerca de si debemos acudir o no a las elecciones, que seguramente se van a llevar a cabo, a menos que la pandemia que nos acosa produzca una hecatombe política que “baraje la mano” de otra manera, cosa que también es posible.
Los abstencionistas, los que no creen en el voto, los que piensan que no hay condiciones para un proceso electoral, los que han convertido en un nuevo mantra: “presidenciales, sí, parlamentarias, no”, nos preguntan, reclinándose en la silla: ¿Qué irá a ocurrir cuando, supuestamente, habiendo ganado las parlamentarias, el régimen las desconozca, invalide diputados, siga funcionando la ANC y el TSJ ilegítimo siga dictando sentencias que las hordas represivas del régimen hacen cumplir?
Las preguntas son sin duda pertinentes, pero, en la mejor retórica aristotélica, esa pregunta es válida también en la otra dirección, se les puede hacer a ellos, desde luego reformulada: ¿qué va a pasar cuando habiéndonos abstenido masivamente, el régimen y su “mesita” controlen la AN, siga funcionando la ANC y el TSJ y continué la usurpación gobernando desde Miraflores?
Se trata entonces de elegir cómo queremos pasar ese Rubicón. ¿Vamos a asumir la misma conducta que hemos asumido tras todos los procesos electorales en los que nos hemos abstenido, es decir, no hacer nada, durante y después del proceso, que no sea dejar de votar y producir inflamadas proclamas, dicterios y declaraciones en redes sociales? En los procesos electorales en los que nos abstuvimos masivamente, ninguno de los sectores que propician la abstención como conducta política opositora, han promovido ninguna acción de calle, ningún evento político, contundente, que contradiga la sin duda espuria elección y que cuestione la ilegitimidad del acto electoral efectuado.
Nos limitamos a sentarnos a esperar que bajen los barrios, que masas arrebatadas y enardecidas arrasen con el gobierno, o que se produzcan desgajamientos mágicos del “bloque de poder” y que esos “desgajados” vengan a nosotros para entregarnos el poder del estado. En pasadas ocasiones ni siquiera se intentó hacer nada; ni siquiera se puede decir que fracasaron los intentos porque no hubo convocatoria que fuera fieramente reprimida; simplemente nunca se convocó, nunca se llegó a realizar nada.
Los promotores de la abstención se limitan, como dije, a escribir en redes sociales, aconsejando acciones de calle, de protesta, que nadie organiza, sobre las que nadie da la cara de manera concreta. Mantienen la misma actitud de distancia de los hechos que mantienen cuando ferozmente critican a lo que llaman la “oposición oficial”, “colaboracionista”, “vendida” y otros epítetos más sonoros, pero nunca, como decimos en criollo, “arriman una al mingo”. Quienes no creen que sea posible votar en “estas condiciones”, que no es posible realizar elecciones libres” sin que haya cesado la usurpación, no nos dice nada acerca de cómo se va a producir ese “cese de la usurpación”; todos remiten a un vago acontecimiento que provendrá de una presión interna e internacional insoportable que mágicamente hará que el régimen implosione y la usurpación desaparezca.
Pareciera que en la oposición venezolana hay dos grandes sectores, los que colocan los huevos en una sola canasta, sea esta abstención, invasión o salida electoral; y los que creen en profecías auto cumplidas y que la realidad se comporta de acuerdo a su lógica y deseos: “Vete ya, porque ya no eres mayoría, según las encuestas y las votaciones, el pueblo ya no te quiere”
Lo hemos dicho otras veces, la participación electoral no es la estrategia; la estrategia es la unidad, que debe buscar la forma más eficaz para salir de este oprobio; y la participación electoral es una manera de movilizar, de organizar al pueblo, con una cierta seguridad, que además le arrebata espacios al régimen y de la que podemos hablar por estos medios. Es además una manera de participación que ha demostrado su eficacia; sin ir más lejos en diciembre de 2015, pero no solamente allí y no voy a enumerar nuevamente todos los casos. ¿Es la solución definitiva?, sola, no, pero es dar pasos en esa dirección, junto con otros de mayor eficacia política y partidista que nadie pide o puede esperar que se ventilen públicamente. Y llegado a este punto, me pregunto, ¿Ha demostrado la abstención y los abstencionistas tener una eficacia similar de arrastrar, no pasivamente, sino activamente, al pueblo?
Se me hace difícil pensar que queramos volver a la experiencia de 2005, cuando nos abstuvimos y el régimen controló toda la Asamblea Nacional y nosotros simplemente nos quedamos en nuestras casas y no organizamos ningún tipo de manifestación de protesta o planteamiento alternativo para denunciar aquella fraudulenta elección. Está bien que nadie aprende en cabeza ajena, pero ¿Tampoco en cabeza propia?
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