Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
…Y de las ruinas, surgirá la nueva vida.
Friedrich Schiller
La filosofía de Vico no es, como han querido hacer ver los entusiastas seguidores del entendimiento abstracto, un “fruto fuera de estación”. Más bien es uno de los focos de luz más potentes en los que se concentra la filosofía durante el siglo XVIII. No tanto por haber recogido y conservado en su seno la más rica herencia histórica y cultural, sino por anticipar la más válida, la más civil, de las exigencias por la conquista de la libertad. Cuando el pensamiento está determinado por una visión profundamente crítica que, tarde o temprano, genera una nueva concepción del mundo y de la historia, da la impresión de hallarse ajeno a la circunstancia inmediata del ambiente social y cultural que lo circunda, lo que, no sin frecuencia, motiva el rechazo de quienes absortos por los prejuicios y la enajenación características de su tiempo, no pueden comprender el nuevo contenido, la nueva estructura especulativa y organizacional que, a la luz de dicho pensamiento, apenas acaba de nacer. Pero Carlos Fuentes tenía razón: hubiese sido mejor leer a Vico que a Descartes y a Hume, a Voltaire y a Rousseau, para formarse un concepto concreto de la historia de la cultura latinoamericana, especialmente entre quienes tomaron la iniciativa de construir las repúblicas independientes. La brecha se ha hecho tan profunda que las razones para leer a Vico se han vuelto imprescindibles. “Más Vico y menos Cartesius” reclama el presente, a medida que se confirma la tesis central de su pensamiento: “sólo se puede conocer lo que se hace”.
Vico comprendió que la integridad de la sociedad civil descansa en la fantasía de los hombres, como elemento fundante de sus necesidades inmediatas. La religión, el lenguaje y la elocuencia son esenciales para la ley, la política y el Estado, y éstas nunca podrán reducirse a la categorización abstracta, meramente prepositiva, propia de las ciencias físico-matemáticas. Ajenos a un concepto histórico-filológico adecuado, Descartes, Grocio, Hobbes, Locke, Hume o Rousseau, no lograron cimentar la pretensión de establecer una filosofía jurídico-política como ciencia «universal» del bienestar público atemporal, independiente de los contextos culturales de los pueblos. Por eso se aferraron a la teología filosofante y terminaron formulando un “modelo” hipotético, como lo es el derecho natural, sin percatarse de que su formulación abstracta no era más que la expresión de la cultura de su propio tiempo, la lógica específica de su objeto específico.
Vico, en cambio, traspasó los límites del cogito, fijando la mirada sobre las relaciones que enlazan el pensamiento con la sociedad y viceversa. Lo hizo, además, con ingeniosa originalidad. Nadie, más que él, ha operado en pro de la historicidad de la filosofía. Su pensamiento es opuesto al empleo reductivo y anacrónico del naturalismo tout court y de la tradición utilitarista de la ley de las ciencias políticas y sociales. La humanidad de Vico -el humando– aprende a buscar tanto la utilidad como la verdad. La racionalidad formal, propia el modelo cartesiano de claridad y distinción, es insuficiente para la adquisición social e histórica del arte de conocer y hacer la verdad. El saber no puede reducirse a prácticas profesionales exclusivas de la ciencia natural y de la lógica formal. Debe incluir los más diversos modos de razonar propios del sentido común, es decir, lingüísticos, retóricos, religiosos, morales, políticos, legales, económicos, sociales, en fin, históricos: lo cual incluye la evidencia, la conjetura y la refutación. Este es el resultado que, para Vico, ni el dogmatismo colectivista ni el pragmatismo liberal están en condiciones de secuestrar, sin llegar a producir graves consecuencias.
El derecho natural no es una premisa matemática sino una conquista civil. No es un punto de partida sino un punto de llegada. El derecho “natural” no es natural sino histórico. En la Scienza Nuova Vico logra descifrar esa conquista y establecer un sistema de “derecho natural de gentes” -muy diverso, por cierto, del significado reductivo que las ciencias jurídicas le atribuyen en la actualidad- que se va concretando a lo largo de tres edades cíclicas: la de los dioses, en la que los hombres creían vivir bajo gobiernos divinos y en las que todas las cosas les eran ordenadas mediante auspicios y oráculos; la edad de los héroes, en la que éstos -los pater familias– reinaron en todos los sitios mediante repúblicas aristocráticas, basadas en una cierta diferencia atribuida a su superior condición natural respecto a la de los plebeyos; y la edad de los hombres, en la que todos se reconocen poseedores del derecho de ser iguales en cuanto a su naturaleza humana, bien a través de repúblicas populares o de monarquías, siendo ambas las formas de gobierno propiamente humanas. El derecho natural no nace: se hace. Verum et factum convertuntur reciprocatur.
Una inmensa región del mundo, conquistada y convertida en colonia de un poderoso imperio, a la que se le ha impuesto un nuevo orden de cosas y de ideas, se vio necesariamente forzada a modificar abruptamente, y a ver truncado, el curso de su propio devenir. Por lo menos eso afirma Vico. Pero si, además, se le hace ver, como se lo hicieron ver los independentistas -deslumbrados por el espíritu de la Ilustración europea-, que se es naturalmente libre y que se tienen derechos innatos, aún sin habérselos ganado, y sin poseer la formación social -la Bildung– necesaria para hacer el recorrido mediante lo que Vico denomina “la mente heroica”, entonces, de la Liberté surge el libertinaje, de la Igualité el igualismo y de la Fraternité la audacia del vivarachismo criollo. No serán necesarios el esfuerzo, la constancia, el estudio, la preparación, el compromiso, la responsabilidad. En una expresión, no será necesario poseer una educación estética capaz de permitir la reconstrucción del proceso -por la vía del pensamiento-, porque “naturalmente” ¡como si se tratara de un champignon!- se puede hacer lo que se quiera, lo que se venga en gana. Este es el fundamento del populismo. Se puede, en consecuencia, ocupar cualquier cargo de Estado, cualquier posición, a pesar de no poseer la necesaria capacidad para hacerlo. Y, por esa vía, se puede saquear, corromper, torturar, asesinar, puesto que, ya que existen unos tales derechos “naturales”, “innatos”, gracias a los cuales se es libre “por naturaleza”, se puede hacer lo que se venga en gana. El deseo confundido con la libertad. Un mundo así representado es propicio para los Boves, los Páez, los Monagas, los Zamora, los Castro, los Gómez, los Chávez, los Maduro o los Cabello. Es el mundo de los los Pedro Camejo o de los Carujo, no el de los Vargas. Y, por esa vía, se llega directo al desastre totalitario, militarista, salvaje, corrompido y criminal hasta los tuétanos, que ha conducido al país a su mayor pobreza material y espiritual. No existe libertad sin conciencia de la necesidad, ni hay derecho natural que no sea el resultado de la conciencia histórica. El Derecho Natural sólo puede ser Derecho de Gentes en el estricto sentido que le otorga Vico. Gente, por cierto, proviene de gen, que significa engendrar, producir, devenir. Es el Derecho Natural que deviene.
A pesar de contar con doscientos años de vida republicana, Venezuela sólo ha tenido cuarenta de vida democrática. La diferencia está en la educación, no en la simple instrucción. No se puede compendiar la historia de la humanidad siguiendo el recorrido por el interior de la esfera de EPCOT de Disney, porque no se puede superar una realidad sustentada en una ficción con otra ficción. De las ruinas hay que hacer surgir una nueva Venezuela. Corso e ricorso, una y otra vez. Para ello, la mayor labor, la más importante de todas, tiene que ser la educación estética, pues no habrán ni libertad ni derecho mientras prevalezca la pobreza espiritual.