Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
“El tiempo se ha cumplido”. Marcos 1.15.
Una nueva etapa de lucha por la libertad se inicia en Venezuela. A partir de este 10 de enero del año que se inicia, los venezolanos, sustentados en el mandato constitucional, pondrán formalmente fin a la peor de las tiranías de su historia. Formalmente, se ha dicho, es decir, no materialmente. Pero no por ello se debe desestimar la importancia de este día de suprema importancia, pues a partir de él la expectativa comenzará su proceso de necesaria, determinante y progresiva concreción. “El orden y la conexión de las ideas es idéntico al orden y conexión de las cosas”. Más allá de las infundadas extravagancias de algunos posmodernos, hasta nuevo aviso, no existe el ser sin conciencia. Ni hay contenido que no sea, en sí mismo, forma. Praxis quiere decir actividad sensitiva humana. Infinito actu, lo denomina Spinoza. Punto de quiebre esencial entre lo viejo y lo nuevo, entre las fuerzas de un pasado barbárico y tiránico, que se extingue, y las fuerzas nacientes que exigen la creación de una nueva sociedad, de una nueva nación libre y en paz, sustentada en la justicia, la civilidad, la educación de calidad y el progreso productivo, generador de riqueza. La era de la malandritud ha tocado fin.
No se trata de una cuestión de certezas sino de verdades. Ni se trata de las cantidades sino de las cualidades, por lo que no es asunto de fechas y cronologías, gratas a los empiristas, conductivistas y metodólogos positivistas, tan habituados a las mediciones, los cálculos, los porcentajes, los “modelos”, las cintas métricas y las plomadas, a las que se han habituado a designar como “los hechos”. Detenerse en la intuición es barbarie. Detenerse en las premisas proposicionales es superficialidad. Más bien, se trata de la maquiaveliana realidad efectual de las cosas, de la crisis orgánica de la sustancia, de la completa desgarradura del ser social, de un período histórico que ha entrado irremediablemente en banca rota. Que el día 10 de enero no se vaya a modificar la actual coyuntura política del país, como algunos han indicado, no significa que no se vaya a modificar –y quizá más aceleradamente de lo que se pueda pensar– radicalmente su estructura social y política. Lo objetivo es objetivo porque es el resultado, el producto, de la acción material y espiritual de los hombres en la historia. No hay modificaciones reales en la estructura social y política sin que éstas sean anticipadas por profundas convicciones que van progresivamente minando la aparentemente indestructible dureza de la realidad inmediata.
Una banda de forajidos, narcotraficantes y terroristas que ha secuestrado y humillado a todo un país, que ha usurpado el poder de sus instituciones, que se sustenta en la fuerza bruta y el chantaje contra los más débiles, haciendo de las necesidades básicas de la gente un instrumento para el sometimiento y la dominación, hoy se encuentra acorralada, literalmente “atrapada y sin salida”. Es la objetivación palpable del rotundo fracaso de todos los esquemas y estereotipos –precisamente, de los “modelos”, como suelen ser llamados– del abyecto “socialismo real” –pero también del imaginario–; la bancarrota de la torpeza de querer insistir en “aplicar”, por encima de la realidad de verdad, un conjunto de representaciones disecadas, momificadas, fraudulentas, desprovistas de toda historicidad. Parafraseando al Marx del Manifiesto, para este malandraje el camino de la historia universal se fue desvaneciendo en medio de la propaganda y la ejecución de absurdos “proyectos” anticipadamente destinados a fracasar. Se trata, pues, de un cadáver insepulto: el de “un socialismo que pretende enmarcar por la fuerza el nuevo lienzo de las modernas relaciones de producción y de cambio en el viejo marco de las relaciones de propiedad feudal”.
El día 10 de enero no puede ser apreciado, como algunos pretenden hacer ver, como una fecha más en el calendario. Pero tampoco se trata del “día D” que pregonan los exaltados por el fanatismo, por cierto, no pocas veces propiciado desde los laboratorios del G-2 cubano. No pertenece, en este sentido, al universo de las cronologías. Es, más bien, una fecha de la historia y para la historia, porque con ella se marca el fin de un tiempo perdido y, a la vez, el de un nuevo comienzo: más allá de las leguleyerías, es el anuncio legítimo de la llegada del espíritu de un tiempo para el renacimiento de Venezuela. Dice Hegel en sus Wastebook que el pensamiento “gobierna las representaciones y estas gobiernan el mundo. Mediante la conciencia, el espíritu penetra en el dominio del mundo. Después salen a relucir las bayonetas, los cañones, los cuerpos de batalla, etc. Pero el estandarte del dominio del mundo y el alma de su conductor es el espíritu”. Marx lo ha dicho, quizá de un modo más prosaico, pero no por ello menos verdadero: “Es cierto que el arma de la crítica no puede suplir la crítica de las armas, que el poder material tiene que ser derrocado por el poder material, pero la teoría se convierte en poder material tan pronto se apodera de las masas”. Contra una idea no hay ni fusiles ni bayonetas que valgan. La historia del cristianismo primitivo, en medio de las persecuciones más crueles y despiadadas, así lo demuestra. Y la idea de que en Venezuela el poder lo ocupa un usurpador junto a una banda de corruptos y criminales que ha destruido el tejido orgánico de la otrora nación pujante hasta reducirla a la más inconcebible de las miderias es una realidad incontrovertible.
Es muy probable que el día 10 de enero no termine la tiranía en Venezuela. Pero ese día será, objetivamente, el principio del fin de la tiranía, a pesar de lo que puedan señalar tanto los integrados como los apocalípticos.
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