Por: Jean Maninat
El Síndrome de Estocolmo tuvo su mayor momento de sex appeal, de glamour revolucionario, de aventura “de película” –literalmete– con el secuestro de Patty Hearst, la nieta del magnate de la prensa americana, William Randolph Hearst, por el autodenominado grupo armado marxista-leninista, Symbionese Liberation Army (Ejercito Simbiótico de Liberación). Nadie con tan extravagante nombre y en tierras del opresor yanqui pudo haber encendido la chispa de la revolución proletaria. Sin embargo, la atractiva burguesa sufrió una epifanía y se sumó –fusil de utilería en mano– a la causa de sus secuestradores. Su nombre de guerra era Tania, como la alemana que acompañó al Che Guevara en su fatídica y descocada aventura boliviana.
Hay experiencias menos glamorosas, más rudimentarias, incluso brutales, que también logran disparar la reacción psicológica que desarrolla un vínculo de postración dependiente, de admiración hacia el captor, percibido –gracias al cautiverio– como invencible. Nada de lo que hagamos o intentemos hacer –por nosotros mismos– será capaz de liberarnos. Siempre tendrá la llave y la cerradura de la miseria que reparte.
Una buena parte del país pensó, por años, que lo mejor que le había sucedido era haber caído en manos de su captor. El hombre abrazaba, besaba, cantaba bonito, prometía todo lo lindo, mientras atenazaba los cuellos –muchos de ellos dichosos– con el nudo de una supuesta revolución socialista del siglo XXI. Al final, pese a su rimbombante denominación, no fue más que otro fallido proyecto populista.
Fallecido el progenitor, el proyecto terminó de hacer aguas en manos de sus herederos, y empezó su calvario electoral con las elecciones presidenciales de 2013, donde el actual primer mandatario ganó –unos dicen que perdió– por apenas 233.935 votos frente a Henrique Capriles.
Vendría la estrepitosa derrota en las parlamentarias de diciembre 2015 que demostró, una vez más, que nadie es invulnerable electoralmente, si su contendor está adecuadamente preparado.
Pero regresó el vete ya a rematar su destructiva labor, y con los reflejos electorales mermados, la MUD fracasó –salvo honrosas y valientes excepciones– en las elecciones de gobernadores. Ahí, se empezó a tejer el mito de que el gobierno es electoralmente imbatible bajo las actuales circunstancias.
La decisión del Frente Amplio de abstenerse de participar en las elecciones del 20 de mayo porque las condiciones no están dadas para ganar, viene a reforzar la fábula –tan conveniente para Miraflores– de que dictadura no sale con votos.
(Si en México, el PAN hubiese esperado a que las condiciones electorales fuesen las óptimas para participar, nunca habría podido derrotar lo que Vargas Llosa catalogó como la “dictadura perfecta” del PRI).
El embrujo de Estocolmo paralizó electoralmente a una parte de la dirección política opositora. No se siente capaz de derrotar electoralmente al régimen y se entregó. Pero, afortunadamente, son cada día más quienes se preguntan –en las bases y en la sociedad– si no valdrá la pena sacudirse el hechizo saliendo a votar masivamente el 20 de mayo a favor del cambio. Ojalá y despierten, están todavía a tiempo.
@JeanManinat