Por: Sergio Dahbar
Ha muerto, a los 93 años, en un hospital de Chelsea, Inglaterra, el enigmático señor Lee. Sí, Christopher Lee. Nada menos que el actor británico que interpretó diez veces a su carnal Drácula, en la televisión y en el cine. Y que llegó a filmar más de 280 películas. Era un ícono de la cultura popular y un personaje fascinante que parecía haber vivido más de una vida, dentro y fuera de la pantalla.
Lee nació el 27 de mayo de 1922 en Londres, en un barrio con alcurnia, Belgravia, una de las zonas urbanas más lujosas del mundo, al sur del Palacio de Buckingham. De familia acomodada, su padre fue teniente coronel de la Guardia Real británica y su madre, la condesa italiana Estelle Mari Carandini di Sarzano. Cuando sus padres se divorcian, lo envían a estudiar a Suiza.
Era un niño que tenía habilidades para los idiomas. Aprendió inglés, italiano, alemán, francés y español, y se desenvolvía moderadamente con el sueco, ruso y griego. Se destacó también como deportista: practicaba squash, esgrima, rugby, fútbol y hockey. Siempre quiso interpretar sus escenas de esgrima sin acudir a dobles.
Lee quiso ser piloto, aunque no llegó a volar por una deficiencia en su nervio óptico. Entró entonces en la división de inteligencia, trabajando en el norte de África. Formó parte de una unidad de élite que cazaba nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Dueño de una facilidad notable para los idiomas, al final de guerra ayudó a capturar criminales de guerra nazis.
Interpretó por primera vez al vampiro de Transilvania en 1958, y lo dirigió Terence Fisher, director británico que trabajaba para la productora Hammer, empresa que se especializó en desarrollar las historias de horror de Drácula y Frankestein, entre muchas otras.
Su altura, 1,96, y su aspecto sombrío se amoldaron perfectamente a los papeles de villanos y héroes que le proponían en el cine. Interpretó a la contraparte de Bond, Scaramanga, en El hombre de la pistola de oro.
Tuvo una profusa relación profesional con Sherlock y Mycroft Holmes. Le puso rostro y modales al detective en varias películas, como El collar de la muerte en 1962, también dirigida por Fisher. Y a su hermano Mycroft en La vida privada de Sherlock Holmes, bajo la dirección de Billy Wilder, en 1970. E interpretó al señor Baskerville en El sabueso de los Baskerville, de 1959, otra vez bajo las riendas de Fisher.
Personificó a la muerte, en El color de la magia. Fue el conde Dooku en El ataque de los clones y en La venganza de los Sith. También le puso la voz al personaje en la serie animada de Star Wars: The Clone Wars. Inolvidable fue su Saruman en la trilogía de El señor de los anillos, de Peter Jackson. Y Lord Summerisle, insistía, fue su mejor papel, en The Wicker Man, de 1973.
Lee nunca dejó de mantenerse activo. Quizás ese era su secreto para la longevidad. Grabó un disco de heavy metal sobre Carlomagno, a quien consideraba su antepasado. Este fue su primer acercamiento a la música contemporánea y popular. Siguieron otros cinco trabajos, incluyendo uno en 2014 sobre el Quijote. En diciembre de 2014, con 92 años, presentó un tema navideño.
«Hacer películas no es mi trabajo, sino mi vida. Me interesan muchas cosas fuera del cine: canto, escribo libros… pero actuar es lo que me mantiene en marcha, el propósito de mi vida», le confesó a un periodista de The Guardian.
No es poca cosa para un hombre que entretuvo a miles de espectadores en el planeta con La momia, El perro de los Baskerville, Medusa, Rasputín: el monje loco y diez apariciones como Drácula. Ese era el enigmático señor Lee. El último adiós se lo dio quien fuera una de las modelos más notables de Christian Dior, Balenciaga y Channel, su esposa Gitte Lee.