Publicado en: El Nacional
Por: José Rafael Herrera
“Vuela como una mariposa y pica como una abeja”
Cassius Clay
En tiempos de fraude, incertidumbre y represión, las pequeñas redes de confianza son más efectivas que la manipulación informativa “oficial”, cabe decir: la de quienes pretenden imponer desde arriba una versión única de “los hechos”, sustentada sobre la coerción y el autoritarismo despótico. Frente a la virtual entropía que representan las redes sociales, la amenaza de la posverdad es mayor cuando proviene de la propaganda gansteril. Via negationis, el sistema abierto, diverso y múltiple de las redes sociales ha logrado establecer, no sin audacia, el poder de conversar en libertad. La praxis política del presente depende, en buena medida, de esta capacidad de intercambio comunicacional. Y gracias a ella es posible la conformación del swarming o, en nuestro idioma, del enjambre.
Se sabe que, en primavera, cuando los panales se sobrepoblan y se hacen más fuertes para proseguir con la labor reproductiva y el acopio de alimentos, las abejas se dividen en enjambres. La abeja reina, sabia y experimentada, los guía, mientras las exploradoras encuentran el lugar apropiado para proseguir el desarrollo de la siguiente etapa por la conquista de una renovada colonia que, finalmente, la nueva abeja reina terminará presidiendo. Se trata de un movimiento de pericia para la resolución de conflictos que ha servido de inspiración no solo a las causas militares en estricto sentido, sino también a los movimientos políticos y sociales que buscan estrategias y tácticas adecuadas para la conquista de su definitiva liberación frente a la vileza de los despotismos. En efecto, transmutado en concepto, el swarming es el resultado de la observación de las comunidades naturales, como es el caso de las abejas, las hormigas o los lobos, y particularmente de su capacidad de actuar en medio de un aparente desorden que se va tornando progresivamente organizado, envolvente y eficaz. Así comprendido, el swarming deviene, más que una estrategia de carácter instrumental, un modo de comprensión político y ontológico, en el que la ciudadanía, inspirada, combate en virtud de valores de renovación para la concreción del Ethos democrático.
Y no han sido pocas las veces que, a lo largo del decurso de la historia, los ejércitos han recurrido al swarming, ya desde los tiempos del imperio mongol de Gengis Khan. Se sabe que los cruzados perdieron la guerra frente a los musulmanes porque estos, en vez de concentrarse en bloque, se dispersaban, lanzando sus flechas por todos los flancos del campo de batalla, a objeto de desmoralizar a las desconcertadas tropas cristianas. También Napoleón y Bolivar hicieron del swarming un arma eficaz en sus batallas, y nadie podrá negar el drástico éxito frente a sus contendores.
Se dejan engañar quienes imaginan que la sociedad civil es una suerte de sociedad incapaz de organizarse para la resistencia. Se presupone que es un ente débil, viscoso e insustancial, alternativo a una supuestamente fuerte, sólida y bien conformada “sociedad militar”. En opinión de quienes suelen fantasear con semejante bodrio, así como existe una tal sociedad civil, de igual modo, también se puede hablar de una sociedad militar, porque así como existe lo bueno también existe lo malo o como existe lo negro también existe lo blanco. De tal suerte que, para todo aquel que presupone la existencia de la organización del Estado según semejante esquema interpretativo, solo existen dos modelos políticos posibles: el de las desordenadas sociedades civiles, que propicia el libertinaje imperialista, y el de las ordenadas “sociedades militares”, debidamente ordenadas, a la cabeza de las cuales se planta un “líder supremo”, bajo cuyo mandato se concentra un ejército de oficiales, tropas, milicianos y escuadras.
Decía Spinoza que el “primer tipo de percepción”, mejor conocido como “el conocimiento de oídas o por medio de cualquier signo de los llamados convencionales”, lo mismo que el conocimiento que se adquiere por medio de la “experiencia vaga”, posee grandes limitaciones. Y sin embargo, el gran pensador holandés considera que la conquista del conocimiento adecuado, es decir, del conocimiento de las cosas “por su esencia” o “causa próxima”, no puede permitirse desechar estas primeras e inexactas formas de la percepción, sino que, por el contrario, las requiere, dado que es a partir de ellas que se interroga, se descubre, se profundiza y reforma el propio objeto de estudio, hasta obtener el resultado deseado: el verdadero bien, que es el camino de la verdad.
Estas consideraciones, acerca de los diferentes grados por los que atraviesa el conocimiento, quizá permitan comprender de un modo más adecuado el concepto de sociedad civil, partiendo de los presupuestos antes indicados, en los cuales, como diría Spinoza, sin duda hay limitaciones, pero también algunos elementos de verdad.
De hecho, la llamada “sociedad militar” no es, y no puede ser, la sociedad civil. No porque la sociedad civil sea el término alterno o contrario respecto de la tal sociedad militar, sino porque lo civil, por su propia naturaleza, no puede ser sustituido por lo militar, ni puede ocupar su lugar sin aniquilar, con ello, la naturaleza misma de lo civil. Solo ahora el lector se encontrará ante una auténtica contradicción de los términos. Quizá pueda hablarse de un régimen militarista o de una sociedad militarizada, que ha logrado someter la libre voluntad de lo civil. O, incluso, podrá hablarse de un Estado autocrático de clara inspiración militarista. Pero la sociedad civil o es civil o no lo es, por lo cual lo militar ni es ni puede sustituirla.
A diferencia de las formas asumidas históricamente por el Estado en la cultura oriental -en las que, a pesar del actual desarrollo productivo, la sociedad civil sigue siendo prácticamente inexistente-, el Estado occidental se sustenta sobre dos instancias que son opuestas y, a la vez, complementarias: la sociedad política y la sociedad civil. En la primera reside lo público, las institucionalidad, el cuerpo legal, de las que el aparato militar es garante. La segunda es el lugar de las iniciativas privadas, de la producción material y espiritual en todas sus dimensiones. En la primera opera la coerción. En la segunda el consenso. Una es jurídica. La otra es ética. Pero ambas conforman el equilibrio inestable del Estado.
Lo militar, en sí mismo, no puede ser una sociedad. Es un instrumento de sustentación del poder de la sociedad política, toda vez que cumple con la función de administrar la violencia, como en efecto lo está haciendo en Venezuela. No se compara con la fuerza infinitamente creadora de la sociedad civil, cuya existencia multifacética, autónoma, disonante y diversa, es, en sí misma, prueba de la democracia en movimiento. La pretendida “sociedad militar” como sustituto de la sociedad civil, más que un dislate, es un retroceso a las formas coercitivas y orientalistas -asiáticas- del Estado. Es el fascismo en estado puro, aunque se vista fraudulentamente de democracia y se declare triunfador en las elecciones. Se viene el enjambre de una poderosa sociedad civil que, asqueada del crimen organizado y de las miserias que suele distribuir, le ha dado su más rotundo rechazo. La sociedad civil es capaz de “volar como una mariposa y picar como una abeja”.