Por: Jean Maninat
Ni siquiera Stephen Telling Lies en su “Historia desorbitada de los hombres más poderosos del mundo” habría otorgado semejantes poderes, dotes de mando, visión multipolar, genio para la geopolítica, capacidad de influir, voluntad para conquistar espacios ajenos, como la que algunos le otorgan a quien dirige los desatinos de esta nación. Tampoco Marvel, esa maravillosa máquina de crear superhéroes y supervillanos ha sido capaz -hasta ahora- de crear un maléfico tan poderoso como para incendiar medio mundo con tan solo un frote de su pulgar y dedo medio.
Nada mejor para obviar la realidad, para desembarazarse de responsabilidades, que otorgar al contendor que se mantiene en pie en el cuadrilátero -a pesar de los vaticinios- un pacto ilícito con el más allá, la posesión de pócimas mágicas, de filamentos rojos encantados que al soplarlos sobre la palma de la mano esparcirían el hechizo sobre el azorado contrincante bueno y el público que lo anima.
Para contravenirlo, se recurre a la magia blanca, se fabrica un mantra que a fuerza de repetirlo y -sobre todo- de seguirlo al pie de la letra desvanecería el conjuro y apartaría del poder a quien de él se vale. Algunas oficiantes, increpan furiosamente la realidad, la amenazan con el dedo índice, en la firme certeza que una buena reprimenda la hará cambiar de contenido y encontrar la salida hacia el bien común.
Según la leyenda urbana y rural, nuestro debilitado Thanos criollo estaría detrás de las revueltas en el Líbano, Cataluña, Ecuador, Chile y en estos momentos inundaría Bolivia de colectivos armados. Habría fraguado la caída de Bolton e incitado la guerra comercial entre los gringos y los chinos. Con los rusos y los turcos se estaría repartiendo el norte de Siria desplazando a los kurdos. Y le habría regalado el caballo blanco en que gusta cabalgar Kim Jong-un por las montañas mágicas de Corea del Norte. Y last but not least habría comprado a la ONU entera para acceder a su Consejo de Derechos Humanos.
De nada vale tartamudear pidiendo la intervención piadosamente bélica de la comunidad internacional, ni clamar por sanciones y más sanciones desde el exilio, pues solo demuestran ante el mundo la frustrante deriva de la oposición venezolana incapaz siquiera de presentar un frente común frente a la nomenclatura gobernante. (Por lo demás, bastantes problemas tienen los vecinos en la región para estar sacándole a otros las castañas del fuego. Suficiente con el suyo). Dividida ahora en una oposición mayoritaria y otra minoritaria (¡Dios!) es poco lo que puede hacer para plantarle cara con efectividad a un equipo y su capitán amenazados por la falla geológica de la terrible situación económica y social que viven los venezolanos, pero abroquelados para mantenerse en el poder.
El hombre más poderoso del mundo es eso, un hombre, que solo le teme a la kriptonita verde de las elecciones libres y transparentes. Hay que desenterrarla del fondo de la tierra. Lo demás son cuentos infantiles.
Lea también: «Orden, Orden!«, de Jean Maninat